«No cesaremos hasta que lo consigamos. Si somos apartados por los intereses establecidos, será un honor haber fallado luchando por una causa justa». Así respondía en una entrevista al «Financial Times» el nuevo ministro de Finanzas de Grecia, Yanis Varufakis. Ánimo no parece que le falte al nuevo gobierno griego. Y tampoco un programa e ideas para llevarlo a cabo.
El programa económico de Syriza se concretó en setiembre del pasado año y se plasmó en un documento llamado el Programa de Thessaloniki. En él Syriza plantea poner en marcha un plan de Reconstrucción Nacional que remplace al actual Memorándum firmado con los acreedores. Dicho plan consta de cuatro pilares básicos: confrontar la crisis humanitaria, reiniciar la economía y promover la justicia fiscal, recuperar el empleo y transformar el sistema político para profundizar la democracia. Algunas de las medidas recogidas en ese programa ya han sido aprobadas por el nuevo gobierno, como ofrecer electricidad gratuita a 300.000 familias que se encuentran en situación de pobreza o la subida del salario mínimo.
La implementación de otras medidas como, por ejemplo, la reforma fiscal o la nueva legislación para reestructurar las deudas en caso de insolvencia personal o empresarial, necesitarán algo más de tiempo. Por último, otro tipo de medidas relacionadas con el estímulo a la economía necesitan un acuerdo con los acreedores internacionales sobre el pago de la deuda. Hay que tener en cuenta que después de la reestructuración de la deuda privada del año 2012, casi toda la deuda griega, más del 80%, está en manos de instituciones públicas: la Unión Europea (UE), el Banco Central Europeo (BCE) y el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El Programa de Thessaloniki planteaba, entre otras cuestiones, una quita a la deuda, una «cláusula de crecimiento», una moratoria en el pago de la deuda y la organización de una Conferencia Europea sobre la deuda. Ese planteamiento general ha sido matizado esta semana por el ministro de Finanzas griego, que lo ha concretado en cuatro puntos en los que abandona la idea de la quita.
Los bonos perpetuos
El primer punto es el canje de la deuda en manos del Banco Central Europeo por bonos perpetuos, es decir, bonos que rendirían un interés anual y que no tendría fecha de vencimiento. De esta forma no se modifica el nominal de la deuda pero se aligera la carga que supone para las arcas del Estado en el momento actual. Llevar al infinito el periodo de vigencia de una inversión, en este caso un préstamo, tiene el mismo efecto en el valor de la inversión que una quita, sin embargo, suena bastante mejor.
Las agencias de valoración no considerarían un canje de esas características un «credit event», algo así como un cambio crítico en las condiciones de la deuda y además permite a todos los actores implicados salvar la cara. Soluciones de este tipo ya se han ensayado en otros países y en diferentes circunstancias. Los bonos perpetuos se han utilizado, sobre todo, para hacer frente a deudas provocadas por las guerras.
La «cláusula de crecimiento»
El segundo punto del plan sería intercambiar las líneas de crédito del fondo de rescate europeo por bonos que estarían ligados al crecimiento de la economía griega. Sobre este apartado tampoco ha ofrecido más detalles el ministro de Finanzas griego. La idea sería que el interés a pagar por estos bonos estuviera ligado a la evolución de la economía. Así, por ejemplo, si la economía creciera más allá de un determinado umbral, el interés a pagar aumentaría; por otro lado, si la economía apenas crece o continuase cayendo, el pago sería casi simbólico o nulo.
Se trata de una idea brillante porque coloca a los programas de ajuste de los organismos internacionales que, por cierto, cuentan con unos resultados raquíticos a lo largo de su larga historia, ante su propio espejo. Si los organismos internacionales aprietan demasiado con las políticas de austeridad y las mal llamadas reformas estructurales y ahogan la economía de un país, esos mismos acreedores internacionales no cobrarían nada por el dinero que hubieran invertido en dicho país. Sin embargo, si los préstamos están ligados a exigencias razonables que permiten una rápida recuperación de la economía, el retorno de los préstamos podría ser mucho mayor. El pago de los préstamos estaría en función del resultado, lo que obligaría a calibrar a los organismos internacionales sus exigencias.
Además de ser una idea brillante, este punto pone sobre la mesa la necesidad y la urgencia de modificar los programas de ajuste y las políticas de austeridad que están hundiendo la economía y destrozando las condiciones de vida de muchísimas personas en Europa.
El superávit presupuestario
El tercer punto que han puesto sobre la mesa es que el Gobierno de Grecia se refiere al presupuesto. Ha planteado que está dispuesto a alcanzar como máximo un superávit presupuestario primario de entre el 1 y el 1,5%, es decir, que la diferencia entre ingresos y gastos corrientes del presupuesto sea positiva y del orden del 1% del PIB. Este compromiso, en palabras del ministro griego de Finanzas, se mantendría aunque les impidiera poner en marcha algunas medidas recogidas en su programa. Esto significa rebajar entre 3 y 3,5 puntos el compromiso que firmó el anterior Gobierno con la Troika y que a día de hoy está lejos de alcanzarse.
Paul Krugman calcula que 4,5 puntos menos pueden suponer 12 puntos más de crecimiento de la economía, Si fueran solo 3, tal y como ha propuesto Varufakis, serían 8 puntos de crecimiento. Otros economistas dan otras cifras sobre el impacto de la medida. Todo depende a qué se dediquen los recursos que se liberan. Si como parece, a juzgar por el programa de Syriza y las medidas ya adoptadas, van dirigidos a mejorar las condiciones de vida de la población, la repercusión en la economía, esto es, su efecto multiplicador será mucho mayor que si se utilizan por ejemplo para financiar grandes obras de infraestructuras.
En cualquier caso, ese superávit es lo que dedicaría el Gobierno griego a amortizar deuda. Las dos primeras medidas van dirigidas a reducir la carga de los intereses sobre la economía, mientras que esta va dirigida a reducir el peso de las amortizaciones. De alguna manera, lo que se propone es bajar la velocidad a la que Grecia tiene que amortizar su deuda. A pesar de todo, un 1% del PIB sigue siendo una cantidad muy importante.
Más tiempo
El cuarto punto tiene que ver con el tiempo. El Gobierno griego pide más tiempo para poder concretar todavía más sus propuestas y buscar una solución definitiva a los problemas económicos de su país. La reacción de la nomenclatura europea ha venido de la mano del gobernador del Banco Central Europeo, Mario Draghi, que ha decidido restringir el tipo de avales que acepta el Banco Central a la hora de conceder líneas de financiación a los bancos europeos. Esto encarece la financiación a los bancos griegos y mete presión al Gobierno. La respuesta como siempre en el caso de los organismos europeos no ha estado a la altura de las circunstancias y recuerda aquella famosa frase del sacerdote irlandés Alex Reid que venía a decir que cuanto más razonables sean las propuestas, más agresivos se volverán.
El Gobierno griego está haciendo un importante esfuerzo para buscar una salida razonable para todas las partes implicadas y la respuesta que recibe de Europa es la cerrazón y el chantaje. Los principales dirigentes de Europa continúan presos de sus principios y de sus dogmas, incapaces de moverse un milímetro de sus posiciones. Tal vez teman que una vez abierta la espita, el resto de países europeos en una posición similar pidan los mismos cambios u otros similares. Lo que no entienden es que tarde o temprano se verán obligados a ceder porque el peso de la deuda es tal que está ahogando cualquier posibilidad de mejora en las condiciones de vida de la gente y de la economía en general. Pero para entonces, como siempre también, los daños irreparables serán mucho mayores.
Dicen que la esencia de la democracia es la negociación y el acuerdo, y responden con el chantaje. Definitivamente Europa no está dando la talla.