Ni los agoreros más cenizos del mal llamado «navarrismo» lo hubieran vaticinado hace cuatro años, pero así es: el régimen se tambalea en Nafarroa. La propia popularización de este término, que no hace poco se hubiera descartado por peyorativo, da la señal del modo en que se ha desplomado en apenas cuatro años la elite que gobierna el herrialde desde siempre. La famosa «teoría del quesito» de Miguel Sanz parecía válida para unas cuantas legislaturas más, pero puede estar a punto de caducar. A la derecha foral y española quizás ya no le baste con la muleta del PSN. Y ahí aparece la opción de un cambio no ya limitado, casi un lifting, como el de 2007, sino un vuelco en toda regla. Otra Nafarroa. Lo nunca visto, ni previsto.
Con todo, la perspectiva histórica no debe perderse de vista. El reto es muy difícil. La tabla anexa refleja el modo en que se han repartido los 50 escaños parlamentarios en Nafarroa desde 1982. Y la nostalgia no puede llevar a engaño; incluso en aquellos primeros años de efervescencia rupturista, tras crearse el PSN en 1982 el régimen disponía de más del 80% de la Cámara. Luego siempre duplicó la suma de sus contrincantes, hasta que hace cuatro años los abertzales dieron un pasito sumando 15 escaños con dos opciones parejas (NaBai y Bildu).
Todavía queda un buen salto. Pero a ello no solo ayuda la debacle innegable de UPN, sino también la descongestión social y política derivada del fin de la acción armada de ETA, allá al inicio de esta legislatura.
Si algo constató el debate del lunes entre Javier Esparza y Adolfo Araiz es que UPN ya no da más de sí. Ha dilapidado la fama de buen gestor (hundir la CAN y Osasuna parecía imposible), su discurso de una Nafarroa paradisiaca no se sostiene (declive de Osasunbidea, recortes a tutiplé), sus promesas suenan ridículas (bajar el paro al 10% es una de ellas), el sometimiento a Madrid es más evidente que nunca (IVA de VW) y la corrupción pone la guinda al pastelón (CAN, Eguesibar...)
El propio partido se ha desgajado en luchas intestinas, llegando a situaciones tan inverosímiles como que la presidenta, Yolanda Barcina, renunciara a ser cabeza de lista a última hora y al final ni siquiera se incluya en la plancha de 50. Gane o pierda, parece claro que UPN tendrá que afrontar casi una refundación, organizativa y política. En estas condiciones, parece muy difícil que el partido que, fusionado con el PP, sumó 150.000 votos en las estatales de 2000 llegue ahora a los 100.000, y eso le devolvería a niveles de apoyo de los años 80, cuando hacía de perrito faldero del PSN de Urralburu.
La duda está en si los votos que pierda irán a la abstención o buscarán refugio en otras opciones de derechas. La aparición de Ciudadanos es un cierto alivio para el bloque del régimen, aunque su intento de atraer a algunas caras amables del antiguo CDN no haya prosperado y parezca más una mera sucesion del irrelevante UPyD. El PP tampoco parece puerto atractivo para los votantes náufragos de UPN, sin perfil propio ni figuras relevantes y con su propia lista de esperpentos (de la «cazada» a la «promesa» Pablo Zalba en el Parlamento Europeo a la renuncia del presidente Enrique Martín, pasando por el sobre en la muralla de Santiago Cervera).
¿Y el PSN? La tabla vuelve a ser ilustrativa. Tenía diecinueve escaños en 1991, ahora son nueve y se da por seguro de que volverá a bajar. Pero más significativo aún resulta que sea inexistente en el norte de Nafarroa, casi residual en Iruñerria y haya tenido serios problemas para listas en feudos históricos de Erribera.
A quienes quieran cambio no les van a faltar opciones de escoger. La alternativa pasa por cuatro vías, cada una con historia, estilo y subrayados propios, pero con una base común suficiente para que en su caso se concrete en acuerdo de gobierno o parlamentario. En el ámbito abertzale, el mapa se redibuja una vez más (ocurre casi cada cuatro años), con un frente amplio de izquierdas como EH Bildu y una opción «vasquista» y «centrista» como Geroa Bai. Esta confía en la popularidad de Uxue Barkos y en su capacidad para atraer a miles de exvotantes del PSN. Y EH Bildu ha maniobrado ‘‘Nafarroak erabaki’’, una propuesta que le resitúa sobre bases realistas y de futuro.
Izquierda-Ezkerra ha tenido una presencia continuada pero muy fluctuante en el Parlamento. Es una opción conocida, comenzando por su candidato, José Miguel Nuin, parlamentario ya durante 20 años. No decepciona, pero tampoco sorprende, y habrá que ver si ello le convierte en valor seguro para los votantes... o en prescindible.
Podemos es la otra gran duda del 24M junto al grado de desgaste de UPN. El «Navarrómetro» de noviembre creó estupefacción, dibujando un herrialde casi bolchevique con el nuevo partido a la cabeza (18 escaños). Hoy nadie se cree ya aquella estimación tan extraña. Sí se sabe quién es su referencia (Laura Pérez Ruano), dónde y cómo se presenta, y que los cuadros navarros tienen claro que quieren cambio, pero no si Madrid les dejaría concretarlo de la mano de EH Bildu. Las incógnitas parecen excesivas como para lograr un gran resultado, cuando hay opciones más seguras en el frente por el cambio. Aunque, paradojas de la política, todas estas fuerzas saben que para alcanzar los 26 escaños sería muy conveniente que Podemos contribuyera con un buen puñado.
La encuesta reciente de ‘Diario de Navarra’ apunta prácticamente a un empate técnico entre el régimen y el cambio. El sprint puede ser tan apretado que en las últimas semanas ya se habla con fuerza de la opción de una segunda vuelta, en el caso de que el bloque UPN-PP-Ciudadanos no llegue a 26 pero el formado por EH Bildu-Geroa Bai-Podemos-IU/IE tampoco lo haga. Lo sorprendente es que la hipótesis se plantee desde el PSN, que quizás acabe su harakiri si fuerza otros comicios por no decantarse a uno u otro lado.
En un escenario tan volátil e incierto, cualquier leve sacudida podría tener un efecto mariposa entre el Bidasoa y el Ebro. También en esto la opción del cambio se fortalece, porque resulta notorio que el régimen no tiene ya nada nuevo que vender. Solo le queda provocar, pero en vano.