Arturo PUENTE

Ciudad escaparate de Trias o la nueva izquierda de Colau

Barcelona, gobernada durante 32 años por el PSC y solo durante los últimos 4 por CiU, se encuentra en una encrucijada entre la consolidación del nacionalismo liberal del actual alcalde o la apuesta por Colau, que ha actualizado la tradición del socialismo barcelonés

Cuando Trias ganó por primera vez las elecciones de Barcelona, en mayo de 2011, una comisión mixta PSC-CiU trabajó durante días para hacer un traspaso de poder rápido. El equipo del nuevo alcalde necesitaba ganar tiempo, convencido de que solo dispondrían de cuatro años para llevar a cabo su programa.

En aquel momento la caída del PSC parecía algo circunstancial, más relacionado con la mala imagen del partido a nivel catalán tras su paso por el Govern que con un agotamiento del modelo que el partido había desplegado en 32 años de gobierno municipal. Trias tenía prisa. El PSC se repondría y el fiel electorado barcelonés volvería a confiar en ellos, preveían en CiU.

Nada de eso ha ocurrido. Cuatro años después, el PSC no solo no se ha recuperado sino que lucha por perder solo la mitad de su actual representación. De los 11 regidores que obtuvo el partido en 2011, ya para entonces un mal resultado, hoy el pronóstico más optimista da 6 asientos a la candidatura de Jaume Collboni.

Para acabar de romper los pronósticos, ERC, que en Barcelona quedó primera en número de votos en las elecciones al Parlamentno Europeo de hace un año, tampoco es capaz de despegar. Alfred Bosch, el hombre de Junqueras en la capital, apenas doblaría sus regidores, de 2 a 4 o 5. La Barcelona de escaparate de Trias, que sigue el modelo heredado de Hereu, no tiene rival entre los actores clásicos.

Barcelona en Comú ha emergido como la única fuerza barcelonesa con capacidad de disputar la alcaldía a Trias. La candidatura, capitaneada por Ada Colau y que ha convertido su figura en un icono del hiperliderazgo, es la punta de lanza de un gran número de candidaturas que han surgido a rebufo de la prohibición explícita de Podemos a sus organizaciones locales de presentarse a las municipales en solitario y con el nombre del partido morado.

Pero Barcelona en Comú, a diferencia de muchas de esas candidaturas ha conseguido dos cosas únicas. En primer lugar, una candidata de imagen arrolladora como Ada Colau. En segundo, unir a toda la izquierda no independentista catalana, de ICV-EUiA a Podemos, pasando por el movimiento de tintes soberanistas Procés Constituent.

Estas dos características hacen que, si bien hay «candidaturas de unidad popular» en cientos de municipios del Estado español, solo la de Barcelona está en condiciones de hacerse con la alcaldía, según los sondeos. La gran pugna por el tercer puesto

La gran pugna por el tercer puesto

El ayuntamiento de la capital catalana, además, podría quedar más fragmentando que nunca con la entrada de siete fuerzas, a repartirse 41 escaños, por lo que es probable que ningún pacto postelectoral pueda arrebatar las llaves del despacho grande del ayuntamiento al candidato que consiga más votos. El duelo entre Trias y Colau está igualado, aunque parece que el primero va algo por delante. A la zaga, luchando por el tercer puesto, el PSC, ERC y Ciutadans. Los primeros son conscientes de que la derrota ya la tienen, así que Collboni ha desplegado una campaña arriesgada con la que ha conseguido sacar la cabeza entre sus oponentes.

El protegido de Miquel Iceta es hábil en los debates, tiene conocimiento de la ciudad y es heredero legítimo del maragallismo que aún cuenta con buena imagen en los barrios populares de la ciudad.

Alfred Bosch ha seguido la trayectoria contraria a Collboni. De ser gran esperanza del independentismo cuando salió elegido en primarias contra Oriol Amorós, en poco tiempo ha pasado a revelarse como un candidato mediocre, incapaz de hacerse un hueco en la campaña y sobre el que pesan sospechas fundadas de tener intención de pactar con Trias tras las elecciones. La última candidata en liza, Carina Mejías, encarna a la perfección el españolismo derechista de Ciudadanos. Mejías ha sido concejal en Barcelona y diputada del PP durante años, y en la última legislatura entró en el Parlament con Ciutadans. Hábil en comunicación y apoyada por sectores de pequeños comerciantes de la ciudad, la aspirante responde a las peticiones de un sector social creciente en Barcelona de sentimiento nacional español que han reaccionado a la ola independentista.

Del lado independentista, la CUP es la gran incógnita. Tras abortar el proceso de confluencia con Barcelona en Comú por su desacuerdo con la presencia de ICV en la candidatura, ninguno de los primeros sondeos del año les pronosticaba representación. Sin embargo, según la fecha electoral se ha ido acercando, varias encuestas prevén que la CUP pueda entrar, con dos regidoras, María José Lecha, activista en las luchas sanitarias, y María Rovira, cercana a la corriente de la izquierda independentista Endavant. Pase lo que pase la noche del 24 de mayo, el 25 por la mañana habrá al menos tres lecturas, tantas como batallas hay en juego en la capital catalana. El proceso soberanista, el surgimiento de una nueva potencia política o consolidación de CiU y la oleada de cambio en el sistema de partidos del Estado español están en liza en la Barcelona.

Las tres batallas en juego

Respecto a lo primero, el proceso soberanista sufre claros signos de extenuación. El alejamiento de las elecciones autonómicas hasta setiembre de este año y la dificultad del movimiento independentista para atraer a nuevos sectores sociales ha provocado que ERC pierda fuelle y que CiU no se recupere. Así, la suma de CiU, ERC y la CUP está tocando la mayoría absoluta, una situación en absoluto tranquilizadora para el independentismo y que hace peligrar la culminación del proceso soberanista tras las elecciones previstas para el próximo 27 de setiembre.

Por otra parte, el resultado de Barcelona decidirá definitivamente si el surgimiento de Barcelona en Comú es un fenómeno pasajero o por el contrario se constituye como un nuevo gran actor de la política municipal. Si los de Colau ganan la alcaldía, la capital catalana se convertirá en la primera ciudad donde una confluencia de la izquierda alternativa gobierne, un terremoto político para la ciudad, para Catalunya, y también para el sur de Europa. Si ocurre lo contrario y CiU conserva la alcaldía, la formación nacionalista amortiguará una caída importante desde 2010 y, a partir de ahí, podrá mantenerse como partido catalán más fuerte.

En último lugar, en Barcelona se disputan las posibilidades de la nueva ola política que barre el sistema de partidos en el Estado. La apuesta de Podemos es clara respecto al ayuntamiento de Barcelona, y una victoria en él reforzaría su imagen de fuerza emergente y con posibilidades de hacerse con la hegemonía de izquierdas.

Además de para los de Iglesias, para Ciudadanos también Barcelona es una prueba vital. La formación españolista aspira a dar la campanada en la ciudad que les vio nacer, donde consideran posible quedar terceros, por delante de PSC y ERC. Un resultado así catapultaría la formación de Albert Rivera, en pleno despliegue estatal.

 

Cuando maragall conoció a Syriza

Barcelona es una ciudad socialdemócrata enclavada en un área metropolitana más socialdemócrata aún. Esta área contiene la mitad de la población catalana. La gran región industrial del Mediterráneo occidental ha sido gobernada durante décadas por el PSC, mientras que el resto del territorio catalán ha votado por el nacionalismo desde el año 78, una composición política que acabó produciendo un reparto tácito del poder y que rompió Pasqual Maragall. La actual Barcelona es hija de 32 años de maragallismo en el ayuntamiento. En esencia, una socialdemocracia de aclamación popular que redistribuía a base de grandes proyectos urbanísticos, sociedades de inversión y proyección internacional. Pero el modelo colapsó en 2008 en todo el sur de Europa. Y, allí donde más colapsó, más proyectos políticos surgieron para darle la vuelta. Barcelona en Comú es hija de la ola de la nueva izquierda encarnada por Syriza, pero ha entendido rápido que ningún proyecto triunfa en Barcelona si no es capaz de fusionarse con la tradición maragallista. Esa es la fórmula con la que ha hecho campaña, una renovación del antiguo discurso del PSC que apuesta por descentralización municipal, modelos de alta protección social e intervenciones integrales pero ahora de pequeña escala y en los barrios populares. Maragallismo del siglo XXI, suficientemente rompedor para venderlo como revolucionario, suficientemente continuista para rebañar votos de entre los menos audaces.A.P.