Dos. La gestión de la victoria no será nada fácil, pero cabe imaginar la alegría de Tsipras, Varoufakis y compañía. Durante estos meses los han ninguneado, los han tachado de irresponsables, de menores de edad, de aficionados, les han dicho de todo. Se ha repetido hasta la saciedad que estos aprendices de brujo no representaban a la mayoría de griegos, que por supuesto son gente de bien. Pues bien, sí que los representan y, por lo que se vio ayer, lo hacen bastante bien. El fortalecimiento de Syriza es indiscutible.
Tres. Aunque mucho menos de lo esperado, el resultado deja un país dividido. Las preguntas de respuesta binaria no admiten medias tintas. El mandato obtenido por Syriza les permite mantenerse firmes en las negociaciones sobre la deuda, pero no les avala para emprender la salida del euro, como quizá esté tentado de defender la corriente Plataforma Izquierda. Harán bien en prepararse para el Grexit, pues no todo está en su mano, pero los griegos ayer no votaron sobre la permanencia en la moneda europea.
Cuatro. Este mandato debería grabárselo en la frente la troika. Evidentemente, la pelota ha quedado en su tejado. Y tiene dos opciones. Puede castigar a los griegos por su voto equivocado, lo que pasaría por la cancelación definitiva de cualquier ayuda financiera. La suspensión de pagos sería la consecuencia automática y la salida del euro (expulsión, mejor dicho) una opción cada vez más probable. También podría, en contra de su tradición, admitir el veredicto de las urnas, aceptar el fondo perfectamente asumible de las propuestas griegas (reformas en vez de recortes, reestructurar la deuda en vez de conceder nuevos préstamos) y sentarse a negociar un acuerdo a largo plazo. Sería lo deseable. Para Grecia y para Europa. Pero ello implicaría dar la razón a Syriza y a las voces que durante todos estos años han reclamado que había otro modo de hacer las cosas. Y ese, y no otro, ha sido el principal problema estos meses.