Salutregi, el único preso en Europa por dirigir un diario
El periodista Jabier Salutregi dejará atrás este jueves la cárcel de Burgos. Su caso no tiene parangón en Europa, según reconoce Reporteros sin Fronteras; es la única persona presa por haber dirigido un diario, «Egin», que además se funde con su propia vida.
El testimonio de Jabier Salutregi sacudió con su carga emotiva aquel plomizo macrojuicio de dieciséis meses de duración. Habló en Madrid como ha escrito siempre en Euskal Herria, con el corazón en la mano y sin concesiones: «‘Egin’ lo cerraron 200 hombres armados cuando allí solo había papel y tinta. Con el periódico cerraron parte de mi vida, y también parte de la vida de los trabajadores que estaban conmigo y de los lectores que nos seguían con afecto».
Han pasado ya diecisiete años desde aquella noche de Pobre de Mí de julio de 1998, pero «Salu» todavía sigue pagando caro haber dirigido ‘‘Egin’’. Su encarcelamiento en tres fases, hasta sumar siete años y medio entre rejas, concluirá este jueves en el penal de Burgos. Tras las excarcelaciones recientes de Jesus Mari Zalakain o José Luis Elkoro, y antes de los hermanos Murga, Pablo Gorostiaga y Manu Intxauspe, aún seguirán presos por impulsar aquella «voz de los sin voz» Karlos Trenor y Joxean Etxeberria.
“Egin” nunca ha sido conjugado en pasado por Salutregi. En una entrevista para ‘‘Letras para la libertad’’, libro editado por GARA quince años después del cierre, su último director admitía que «para mí, todavía ‘Egin’ es, no fue». Lo sitúa en su memoria como «un gran aquarium donde viví toda mi juventud hasta la madurez. Un observatorio desde el que todos los días, como algo mágico, veía cómo transcurría la vida de Euskal Herria. Todo un privilegio que añoro profundamente con la fuerza de una adicción y que me mantiene en perpetuo síndrome de abstinencia». En su anterior excarcelación en 2008, destacaba a GARA, recién salido de Picassent, que «‘Egin’ es muy difícil de olvidar, por lo menos en mi caso, y creo que será muy difícil también para un sector de la población que sufrió, vivió, luchó, peleó y se alegró por él, y que luego se entristeció, se enfureció y se indignó con el cierre».
Más recientemente, en mayo, respondía a la agencia internacional ViceNews en la última entrevista desde su celda que «cerrar un periódico en cualquier Estado de la UE no cabe ni como hipótesis en la mente de ninguno de los ciudadanos europeos, pero sí en la de un español». Allí recordaba cómo, en su inmensa paranoia, «peritos policiales llegaron incluso a inferir que Xirula-Mirula, un centro de educación musical para niños de hasta once años, pertenecía al entorno de ETA». Y denunciaba las incongruencias del proceso: «En su primera argumentación pública del cierre, el juez Garzón afirmó que se trataba de cortar el flujo económico de ‘Egin’ a ETA. A los pocos días dijo que era al revés, que era ETA la que sostenía a ‘Egin’». Confiesa Salutregi que no supo exactamente de qué se le acusaba hasta el juicio de la Audiencia Nacional, cuando ya había pasado casi una década del cierre. En un primer momento no fue detenido; lo encarcelaron una semana después, tras acudir voluntariamente a la AN y que Garzón se lo pensara casi 48 horas. «Salu» se lo explica así: «Cerrar un periódico y mantener libre a su director no se sostenía».
Entre tanto, Salutregi intervino en el acto final de la manifestación de protesta que desbordó Donostia el sábado 18 de julio, apenas tres días después. La indignación ya había cristalizado en ‘‘Euskadi Información’’, sin un solo día de ausencia en los kioskos, y empezaba a dar cauce a lo que seis meses después sería GARA. «Que no canten victoria –proclamó el director, aún libre–. Que olviden sus cantos de sirena. Ayer nacimos con el apoyo del pueblo. Hoy volvemos a nuestros orígenes y volvemos a tocar la puerta de todos los abertzales, de todos los progresistas de Euskal Herria. Egin egingo dugu».
Aún quedaba un puñado más de sal sobre la herida. En 2009 el Supremo rebajó algunas condenas y decretó que la actividad de ‘‘Egin’’&flexSpace;no era ilícita, por lo que nunca se debió cerrar. Pero para entonces sus instalaciones eran una ruina. Salutregi lo comprobó en primera persona en 2003, cuando pudo acceder a la sede del polígono Eziago de Hernani tras quitar el precinto policial. Donde había dejado una redacción cargada de vitalidad halló un escenario devastado que le humedeció los ojos, de dolor y de rabia.
Jabier Salutregi pasó de la hiperactividad de la redacción a la monotonía de la cárcel, dos ámbitos de vida radicalmente alejados. Tras dos paréntesis en la calle, ha cumplido estos últimos años la mayor parte de su condena política. En 2013 decía que «he vuelto a pillar poco a poco el sentido de mi vida. Entre los muros, los paseos de patio taleguero, el ‘txabolo’, el rancho infame y el compañerismo, creo que me he centrado del todo. Reconozco que la prisión fue un golpe que me espabiló con su cruda realidad».
Icono para Al-Jazeera
El caso ha merecido la atención de algún medio internacional importante como Al-Jazeera, que hace unos meses dedicó un reportaje sobre la represión al periodismo independentista vasco que incluía respuestas enviadas desde prisión por cuestionario y remarcaba su condición de único director preso en Europa. Por contra, en Euskal Herria, y obviamente más aún en el Estado español, su expediente ha sido tomado como uno más dentro de un conjunto de excepcionalidades punitivas casi sin fin. Salutregi ve claro que ‘‘Egin’’ fue integrado en el macrosumario 18/98 precisamente para diluir la gravedad del ataque a un medio de comunicación, reivindicado además por todo un presidente español, José María Aznar, con aquella bravuconada de Turquía: «¿Acaso creían que no nos íbamos a atrever?». Apenas ha habido reconocimientos en Euskal Herria para este ataque, salvo las potentes movilizaciones de respuesta entonces o más recientemente la Placa de Oro de la Diputación de Gipuzkoa para ‘‘Egin’’&flexSpace;y ‘‘Egunkaria’’.
Salutregi tampoco ha tenido pelos en la lengua para referirse a este abandono, señalando en concreto a su profesión, a «los mismos periodistas españoles y vascos que se llevan las manos a la cabeza cuando se persigue a periodistas y medios de comunicación en bananeras latitudes». En una carta pública en 2011, después de que el Constitucional rechazara sus recursos, explicaba que «no puedo menos que acusar hoy, desde mi celda, desde mi situación de represaliado político, de perseguido ideológico y desde mi imposibilitación profesional, a toda la casta y clase periodística española y vasca por su cobardía, por su columnismo purulento y supurante. Acuso desde mi injusto castigo, porque callásteis como muertos ante lo que era, es y será una salvajada jurídica y humana».
«Acuso de hipócritas a todos los periodistas, salvo las pocas, muy pocas excepciones, pues sois sabedores de la injusticia y no hicísteis nada –continuaba–. Nada para informaros, por enteraros, por comprender, por analizar, por estudiar el caso, comprobar las pruebas, los informes policiales, los planteamientos de la defensa. Nada por conocer o intentar conocer la verdad, por observar, por saber. Nadie nunca me preguntó, nos preguntó, ni siquiera los jueces y abogados, si éramos o no inocentes, nadie, ni periodistas españoles o vascos –sí extranjeros– nos solicitaron cómo nos encontrábamos, cómo nos sentíamos (...) Muñecos de los ventrílocuos del poder, os aprestáis gozosos a comenzar el nuevo relato. Descuidad, narrad la historia como queráis, como os la dicten, pero tened en cuenta que muchos otros nos encargaremos de escribir el prólogo y epílogo».
«Sin vergüenzas»
Ese pulso vibrante de Salutregi impregnó toda la trayectoria de ‘‘Egin’’, dejando piezas inolvidables como el editorial que sucedió a la muerte de Josu Muguruza en el Hotel Alcalá. ‘‘Matar la esperanza’’ fue escrito en el calor del atentado, pero además en un torrente emocional por la amistad que unía a ambos. Salutregi recuerda que aquella noche «sentí con una rotundidad, hasta entonces por mí desconocida, lo que era la pérdida y el desvanecimiento total de los sentimientos más consistentes (…) Cada palabra fue mi llanto, cada gemir resultó un párrafo. Recuerdo que cuando cayó el punto final, lo hice sencillamente porque ya mis ideas se ahogaban en las lágrimas. En aquel momento, mis esperanzas, como las de mucho más, eran pura ruina».
‘‘Egin’’&flexSpace;sobrevivió también a aquello. Salutregi tomó la dirección en 1992, desde donde acometió la renovación y relanzamiento del diario, «una experiencia colosal». Le imprimió su sello, resumido en aquellos «titulares ‘chispazo’, un chasquido no solo informativo, sino que buscaba despertar la interpretación de cada lector. Merecía la pena exprimirse el cerebelo para dar con las palabras claves, que resaltaran el tuétano de la noticia». Resultó memorable, por ejemplo, la secuencia de portadas tras hallarse los restos de Joxean Lasa y Joxi Zabala en Alicante: ‘‘Un escalofrío recorre toda Euskal Herria’’, con la foto de la fachada de la morgue; ‘‘Secuestrados hasta el final’’, contra las trabas de la Audiencia Nacional a los funerales; y ‘‘Sin vergüenzas’’, sobre la foto de los ertzainas que cargaron en el cementerio.