Una semana después de elevar a la CUP a los altares de la coherencia, el unionismo español vuelve a la unanimidad pero en sentido contrario. Si hace siete días PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos coincidían en respirar aliviados por el veto a Artur Mas y la perspectiva de enterrar el proceso catalán, el acuerdo «in extremis» y la investidura de Carles Puigdemont les ha unido ahora en la crítica. Al final, quizás el problema no era tanto el ya expresident sino el independentismo en sí. Aunque con formas y objetivos diferentes, los principales partidos españoles conservan la «unidad de España» como elemento básico. A las cuestiones más profundas se le suma el contexto de inestabilidad que vive la propia política del Estado. A dos días de la constitución de las Cortes no hay acuerdos ni perspectiva de lograrse. Así que el procés se ha convertido en elemento con el que presionar a posibles aliados y marginar a los rivales. Lo que decida la mayoría parlamentaria catalana es secundario. Para el nacionalismo español, solo él es la medida de todas las cosas.
Las ruedas de prensa de los lunes fueron la penúltima oportunidad para lanzar el tótem del independentismo como estigma. En realidad, ninguna de las formaciones ha modificado su posición original. Lo que varían son los argumentos, adecuados al contexto más inmediato, pero las alianzas siguen sin sellarse.
Tras el pacto catalán se ha extendido la idea de que una alianza soberanista es la mejor excusa para que el PSOE termine cediendo y haga presidente a Mariano Rajoy o alguno de sus subalternos, aunque sea de cara a una legislatura corta. El mantra lo repiten especialmente desde Podemos, pero el PP se esfuerza en darles la razón. Desde la escenificación del presidente en funciones buscando la complicidad de Pedro Sánchez y Albert Rivera (con Pablo Iglesias atendiendo la llamada un día después) hasta la comparecencia de ayer de Pablo Casado, el mensaje es claro: ante el «desafío independentista» no cabe sino una «gran coalición» que tenga como principal base la «defensa de la unidad de España». Teniendo en cuenta que en Génova tampoco ven con malos ojos una repetición de las elecciones que, según sus cálculos, les permitiría recuperar parte del electorado que se fue a Ciudadanos, el PP también utiliza el argumento para cortocircuitar cualquier tentación de Sánchez de buscar un pacto alternativo.
En Ferraz, suficiente tienen con su guerra interna y su líder se dedica a lanzar ideas que, a primera vista, parecen descabelladas. Dice que el proceso catalán no va a modificar su decisión de no apoyar a Rajoy, pero la experiencia ha enseñado que el PSOE es buen alumno de «donde dije digo, digo Diego». Sin mucha convicción, el secretario general intentó seducir a Podemos y Ciudadanos, aunque estos últimos le dieron calabazas antes de terminar el día. El 30 de enero hay Comité Federal y sigue pendiente la demanda de muchos «barones» de adelantar el congreso y poner en cuestión el liderazgo de Sánchez, por lo que no parece previsible que se den movimientos de calado hasta entonces.
Quien se ha quedado a contrapié es Podemos. Sus principales líderes salieron en tromba a cuestionar a la CUP y reajustaron su discurso para asegurar que el procés «es una victoria política de Mas». Su cálculo dice que el avance del proceso independentista forzará una «gran coalición» y les dejará en fuera de juego. A medio plazo, sin embargo, esto podría ser aprovechado por la formación morada. Nada como un acercamiento del PSOE al PP para facilitar el «sorpasso». Las cosas, no obstante, son más complejas.
En primer lugar, porque no es lo mismo una entente ordenada por la Troika y fácilmente desmontable que un «pacto de Estado» contra el soberanismo. En segundo, ya en términos ideológicos, porque Podemos está inmerso en su construcción de «pueblo español» que, aun reconociendo la «pluralidad», no puede desarrollarse plenamente sino confrontando con quien no quiere formar parte de él. Decir que la vía unilateral es un callejón sin salida ofreciendo como única alternativa un referéndum mil veces negado es insistir en que otros aparquen su proyecto hasta que Podemos pueda desarrollar el suyo. Que, por cierto, es más democrático, pero busca igualmente garantizar la «unidad de España».
Estamos en una batalla táctica que no tiene un desenlace fácil. En el horizonte, una investidura que no se concretará en primera votación y las amenazas del PP a cualquier movimiento catalán, que sigue su propio camino.