Casualidades del calendario, el reventón de ayer en Anoeta viene a coincidir con el aniversario del acto del BEC que escenificó buena parte de los problemas de la izquierda abertzale y, por traslación, de EH Bildu. Aquel evento destinado a presentar Euskal Bidea y lanzar de paso la campaña para municipales y forales se quedó lejos de llenar el pabellón de Barakaldo (7.000 asistentes para 10.000 asientos), pero ese fue solo el problema menor. Más grave resultó que mucha gente volviera a sus casas entre aturdida y atónita por lo oído y por lo visto. El marketing no ocultó la escasez de propuesta política, ni el espectáculo visual generó emotividad de por sí. Los resultados electorales de mayo –con la muy honrosa excepción de Nafarroa– y de diciembre confirmaron la pérdida de pulso, el distanciamiento con la calle.
Con el impulso del torrente Otegi, por contra, ayer en el Velódromo manó lo mejor de la tradición de este sector político (movilización, militancia, pasión...) pero además se atisbó el inicio de un cauce nuevo (una agenda más ajustada a las preocupaciones populares, un redibujo de las prioridades, un estrategia independentista básicamente social)...
Probablemente no haya un solo precedente de miles de personas haciendo cola bajo la lluvia, hora y media antes de un mitin, para escuchar a un político. Que ocurra en estos tiempos en que ningún partido sueña con llenar grandes recintos aumenta el pequeño milagro. Aunque el acto luego fue languideciendo un tanto, la electricidad que se sintió en el Velódromo cuando Arnaldo Otegi reapareció envuelto en el sonido ancestral de los joaldunak perdurará.
Sin embargo, la revitalización provocada por la salida del político de Elgoibar no es solo emocional. Es más que un subidón. Se sitúa también en el plano de las ideas, recuperando algunos principios de sentido común que se han perdido en el camino. Por ejemplo, recordar que si la izquierda abertzale acertó en 2010-2011 y se le premió por ello fue porque sintonizó con una mayoría popular que pedía empezar a cerrar el conflicto violento, pero por contra no acabó de captar que en 2012-2013 eran las consecuencias demoledoras de la crisis su principal motivo de preocupación.
Una de las reflexiones más gráficas del documento del proceso Abian es la que constata que la izquierda abertzale erró al pensar que le bastaba con surfear la ola de 2011. Efectivamente, había –y hay– que seguir creando olas, una tras otra; olas nuevas, no meras resacas de la anterior.
Estos vaivenes no son un fenómeno propio de Euskal Herria, así que deberían ser tomados con cierta tranquilidad. El proceso catalán es la mejor prueba de que en este mundo tan acelerado nada se sostiene eternamente si no se ejerce un impulso tras otro: ¿Cuántas veces en estos cinco últimos años el procés no ha parecido estar a las puertas de la independencia o justo lo contrario, a punto de venirse abajo? Otro tanto ha pasado en la izquierda española: ¿no se encarnó el 15M en Podemos cuando nadie le otorgaba ya impacto político? ¿No ha acabado remontando Podemos tras dársele por amortizado?
Admitió Arnaldo Otegi en un momento de su discurso, de modo muy elegante por implícito, en qué punto ve a su gente. Fue cuando contó que su excompañero de cárcel Gorka Lupiañez, que ha estudiado Pedagogía, le explicó que en los momentos importantes el ser humano atraviesa cuatro fases: sobreexcitación, sensación de bloqueo, frustración e inacción. «Nos ha ocurrido algo así», consideró. De momento, el retorno de Otegi y el modo en que lo ha hecho ha levantado una ola. Es una gran opción no ya para su comunidad política, sino para todos los que comparten alguna de sus banderas: el cierre total del conflicto, la independencia, la justicia social. Una ola sobre la que volver a cabalgar que paradójicamente no han levantado esta vez los suyos, sino sus enemigos al encarcelarlo.