La sociedad rusa se acostumbra a vivir en crisis continua
Tras la intervención en Crimea, con el inicio de las sanciones internacionales y los bajos precios del petróleo, la economía rusa no levanta cabeza. Pese a las difíciles condiciones de vida, de momento la ciudadanía acepta las limitaciones como algo inevitable.
La sociedad rusa ha vivido en los últimos años en una montaña rusa (valga la redundancia) emocional. Se ha pasado de celebrar grandes logros como nación a soportar situaciones difíciles en varias ocasiones. Todo ello ha repercutido en la economía del país y, por extensión, en el nivel de vida de los ciudadanos. Sin embargo, su reacción parece un tanto distinta a la de otras ocasiones. Por ahora, las limitaciones se aceptan como algo inevitable, sobre todo por las experiencias de las anteriores crisis y sus consecuencias.
Rusia inició el año 2014 con una gran subida anímica. El país ganó los primeros Juegos Olímpicos de invierno que organizaba, los de Sochi, y poco después intervino en Crimea con una operación para recuperar lo que la mayoría de rusos considera una tierra legítimamente suya. Además, esa intervención se produjo contra Ucrania, país que había vivido un golpe de estado claramente contrario a los intereses de Moscú. Entonces, los ánimos de la sociedad rusa estaban al máximo, el precio del barril del petróleo era de unos 110 dólares y el cambio de divisas era de 48 rublos por cada euro. Datos que se sumaban a un crecimiento continuo de la economía tras la crisis de 2008.
La etapa que vino después fue denominada «la tormenta perfecta» contra la economía del país y, por lo tanto, contra el nivel de vida de los rusos. Con las sanciones en marcha, el precio del oro negro se precipitó hasta los 50 dólares por barril a finales de 2014 y hasta los 30 a finales de 2015. La moneda nacional caía y durante buena parte de 2015 se cambió a 80-85 rublos por euro. Inevitablemente, todo esto repercutió en el día a día de un país que sigue importando buena parte de los alimentos que necesita y la mayoría de los bienes de consumo.
Además, las autoridades rusas introdujeron «contra-sanciones» contra varias naciones, cortando de golpe la entrada de determinados alimentos, lo que hizo subir los precios en los mercados internos.
Reacción social
Estos problemas recordaban sobremanera las anteriores crisis importantes vividas en el país: la de finales de los años 80 y principios de los 90 con el fin de la URSS, así como la de 1998. La reacción social, sin embargo, ha sido bastante diferente en esta ocasión. No ha habido grandes manifestaciones contra la paulatina bajada del poder adquisitivo de la población, lo cual no significa que la gente esté contenta.
Ayudan a ello los medios de comunicación estatales, especialmente la televisión, que explica continuamente que las penurias económicas son consecuencia del fortalecimiento del país en el plano internacional. Es una fórmula que parece decir que cuanto más pobre, más poderoso es el pueblo ruso. Y en Rusia funciona.
Funciona también porque, a pesar de todos los problemas, la mayoría de los precios no han subido junto al cambio de las divisas. Los alimentos más básicos, como la leche o el pan, no han subido o, al menos, durante dos años lo han hecho por debajo de la inflación, la cual fue del 12,9% en 2015.
La gente ha dejado de consumir productos extranjeros, sobre todo de la Unión Europea, bien porque han prohibido su importación, bien porque con el cambio de divisas han duplicado su precio. Atendiendo a varios estudios comparativos de precios realizados con datos de 2014 y de 2016, la cesta de la compra del ruso medio ha aumentado su coste entre un 20% y un 35%, dependiendo del porcentaje de productos de importación que consuma.
Este es un precio que, por ahora, la sociedad rusa está dispuesta a pagar, ya que, según las encuestas, el índice de popularidad de las autoridades no ha bajado del 80% en estos dos años.
El retorno de Crimea o la exitosa (desde el punto de vista ruso) intervención de sus tropas en Siria, están dando la sensación de que el país vuelve a ser tenido en cuenta en el panorama internacional.
Quizás el aspecto que menos guste sea el efecto negativo en el turismo. En 2015, un 31% menos de rusos viajaron como turistas al extranjero. Las razones son económicas, ya que el cambio ha vuelto prohibitiva la estancia en la UE para la mayoría de bolsillos. Pero también hay causas políticas, especialmente en relación a Turquía, y de seguridad, como en Egipto. Por ello, los rusos se han volcado en el turismo interior, con protagonismo especial de Crimea, y en países exsoviéticos cuyas divisas tampoco pasan por buen momento, como Georgia o Azerbaiyán.
Recuperando terreno
No obstante, la coyuntura internacional ha sonreído a los intereses rusos en los primeros meses de 2016. El rublo se ha consolidado e incluso ha recuperado algo de terreno y los precios del petróleo empiezan a subir por encima de los 40 dólares por barril. Ello dará un poco de descanso a la sociedad rusa y aire a las autoridades, que han visto cómo la población que vive por debajo del umbral de la pobreza ha aumentado el último año en 3 millones y ahora es, según datos oficiales, de 19 millones de personas, el 13% del total de la población de la Federación Rusa.
Hasta la fecha, las sanciones internacionales no han funcionado y la sociedad parece haber aceptado el contrato ofrecido por las autoridades: hacer un país más fuerte a nivel internacional a cambio de una parte del bienestar. Esto no significa que el contrato sea de larga duración y no pueda ser revisado en un futuro cercano si la población rusa sigue viendo disminuir su nivel de vida.