Pablo GONZÁLEZ

La catástrofe nuclear sigue estando presente

Cuando se cumplen 30 años del peor accidente nuclear, en Chernobil miles de kilómetros cuadrados siguen siendo inhabitables debio a los altos niveles de contaminación. Pese a ello, algunos han optado por regresar a la zona ante la pasividad de las autoridades, que aún no han trazado un plan de limpieza más allá de 2017.

Vista del reactor 4 y el nuevo sarcófago en construcción desde un edificio de la ciudad de Pripyat. (Juan TEIXEIRA)
Vista del reactor 4 y el nuevo sarcófago en construcción desde un edificio de la ciudad de Pripyat. (Juan TEIXEIRA)

El 26 de abril de 1986 a la 1.23 de la mañana, el reactor número 4 de la central nuclear de Chernobil explotó, librando una gran cantidad de material radioactivo hacia el exterior. Este ha sido hasta la fecha el peor accidente nuclear de la Historia de la Humanidad. A pesar de todos los esfuerzos realizados, tanto en los tiempos de la Unión Soviética como en la Ucrania independiente, aún se siguen padeciendo las consecuencias de este trágico hecho y la solución definitiva está muy lejana.

Los problemas económicos del país se suman a una gestión anterior poco efectiva con las donaciones internacionales, lo que constituye un importante escollo para seguir con los trabajos de limpieza de la denominada «zona de alineación o exclusión», un territorio de una extensión similar a la de Bizkaia y Gipuzkoa juntas en el cual la contaminación radioactiva alcanza unos niveles perjudiciales para la salud de las personas. A pesar del accidente, la central nuclear siguió en funcionamiento hasta 2000.

Es en la central, y sobre todo en el reactor accidentado, donde se condensan la mayor parte de los trabajos actualmente. Para finales de este año o principios de 2017, se prevé acabar e instalar el nuevo sarcófago. Se trata de una enrome estructura de cemento y acero que recuerda a una carpa hiperdimensionada. Una vez instalada sobre el reactor accidentado, se procederá a desmontar el viejo sarcófago, que contiene 90.000 metros cúbicos de escombros altamente radioactivos.

El responsable de esta obra es el consorcio de mayoría francesa Novarka. Un proyecto sobre el que sigue planeando la sombra de la duda, ya que en su momento la comisión técnica le dio una puntuación negativa, dejándolo incluso fuera de la lista de siete proyectos finalistas, pero unas buenas conexiones en las altas esferas ucranianas hicieron posible que, finalmente, fuera escogido.

El problema es que más allá de la instalación del nuevo sarcófago, no hay ningún otro plan. La zona contiene en su interior aproximadamente 800 basureros de material radioactivo, de los cuales solo tres son definitivos y cuentan con todas las medidas de seguridad. El resto son fosas donde en los primeros años se enterró todo material altamente contaminado, ya fuera maquinaria pesada o un bosque radioactivo talado. Sin un plan de limpieza definitivo, cada cierto tiempo se tendrá que volver a apuntalar el sarcófago, ya que de romperse, la salida de material radioactivo puede llegar a ser similar a la ocurrida durante el propio accidente.

También preocupa la situación de los trabajadores. Los veteranos que lucharon contra las consecuencias del accidente malviven con unas pensiones que apenas les alcanzan para cubrir los gastos ordinarios. Muchos necesitan tratamientos especiales que el Estado no está en condiciones de ofrecerles.

El 23 de marzo, salieron a las calles de Kiev para protestar contra la disminución de las pensiones y la supresión de considerables descuentos en las facturas de luz, agua y calefacción. Son muy pocos quienes reciben una pensión de 6.000 grivnas, unos 200 euros, –considerada una cantidad alta–. La mayoría cobra unas 4.500 grivnas (cerca de 150 euros), cantidad que en algunos casos se ve reducida a 1.450 grivnas, solo 50 euros.

Los operarios que hoy día realizan las tareas de limpieza ganan entre 300 y 600 euros por trabajar en la zona 15 días al mes. En una Ucrania con graves problemas económicos, estos sueldos están bastante por encima de la media, aunque quedan muy lejos de los 6.000 euros al mes que cobran los expresos franceses de Novarka.

Pese a los riesgos, algunos ciudadanos han empezado a vivir en la zona de forma ilegal. Al principio fueron ancianos con permisos especiales para volver a sus casas, pero esta tendencia va en aumento. Algunas de esas personas cazan, pescan y cultivan en la zona, saliendo su producto fuera de ella. Sin un plan bien establecido, la zona seguirá siendo un peligro, incluso para otro creciente.