Ramón SOLA

Y eso nunca va a morir…

El vídeo de la celebración en los vestuarios de Tarragona de jugadores y cuerpo técnico es mucho más que una canción. El «Somos un equipo» de la «banda criminal» de Indar Gorri fue coreado por todo el estadio al final del partido de ida, mientras los futbolistas daban la vuelta al terreno. Era un agradecimiento por toda la temporada. En el Nou Estadi el equipo lo devolvió con creces y tuvo ese guiño final para la hinchada.

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Pase lo que pase esta semana, hay algo muy claro y ya decidido. Es la última estrofa: «Porque somos Osasunaaaa, y eso nunca va a morir». Gane o pierda la final del play-off –qué más da si en Segunda se pueden repetir temporadas tan bonitas como esta–, esta afición, estos jugadores y este entrenador han garantizado una generación entera de osasunismo.

 

Hoy Nafarroa vuelve a teñirse de rojo tras unos tiempos muy recientes en los que llevar la camiseta era casi sospechoso. Siente como suyos a Mikel Merino, Javi Flaño, Oier Sanjurjo o Roberto Torres, sencillamente porque son suyos. Y además disfruta de fútbol de seda: ¿cuántas veces repetiría la televisión el 1-2 de Tarragona si la asistencia de De las Cuevas hubiera sido de Isco o Iniesta, el taconazo de Merino lo hubiesen dado Casemiro o Busquets y el disparo a la escuadra de Javi Flaño lo firmaran Marcelo o Jordi Alba?

Esa comunión genera energía, y esa energía trae la fe. Nauzet paró el miércoles el disparo de Emaná por creer, cuando ya todos nos resignábamos al gol del Nástic. David García hizo el decisivo empate en Tarragona por creer, cuando no parecía que pudiera llegar a conectar ese cabezazo. Y Javi Flaño marcó el segundo por creer, yéndose al ataque cuando lo que parecía reclamar el partido en ese momento era mantener la posición. No es casualidad que ambos, David y Javi, dos defensas, fueran también los que salvaron a Osasuna en Sabadell hace un año con sus dos tantos en el último cuarto de hora.



Pero es que ¿cómo no creer si en tu equipo juega Merino? En la eliminatoria con el Nástic se han agotado los adjetivos para un futbolista superlativo. Mikel manda y calma, acelera y tranquiliza, corta y distribuye, pelea y baila, presiona y pone pausa, defiende y golea. Dejar de verlo va a ser la única pena de esta temporada sensacional. Pero detrás vendrán otros, porque esto, seguro, nunca va a morir. Lo demás, la categoría en que se juega, tampoco importa tanto.