«Cada día tengo más ganas de que llegue el día 6, tirar el chupinazo y salir a la calle a disfru- tar la fiesta. ¿Qué más se puede pedir siendo de Pamplona y sanferminero», reconoce El Tuli, quien se muestra «muy contento de poder tirarlo, con mucha ilusión, pero sin nervios». Pone como ejemplo que duerme bien y come muy bien, pese a que los días se van acercando.
El proceso de elección, añade, «no ha sido muy largo», aunque la espera sí. «Primero me dijeron que me querían presentar como candidato a lanzar el chupinazo y yo les dije que ellos verían lo que hacían», señala, sin querer darle más importancia. Después, le explicaron que «todo estaba presentado, preparado, y que la mesa de los sanfermines había aceptado mi candidatura». Aún emocionado, recuerda que «solo de la ilusión me eché a llorar, de la emoción que me dio. Lloré como un crío».
Era candidato y lo asimiló, hasta que llegó la votación. Una vez cerrado el periodo, llamaron a los candidatos a la casa consistorial «y de Alcaldía me dijeron a mí que fuese antes, que no se qué había pasado y que fuese a las 16.30. Vi que llegaba Asiron, el alcalde, y al rato me dijeron que había ganado por goleada. Esa es la historia, no hay más».
Mucha gente se preguntará qué relación tiene Jesús Ilundain con los sanfermines. «A los 5 años empecé ya a dar vueltas con los sanfermines, o igual antes», en una época en la que, recuerda, «no era lo más normal ver a críos. De ahí seguí adelante gozando la fiesta, cada vez más, hasta la mili». Después estuvo dos años voluntario en Canarias. «Intenté que me dejasen venir, me ponían la miel en los labios y, al final, para nada». Recuerda que «para hacérmelo pasar peor, me mandaban periódicos para que siguiese la fiesta».
Cuando volvió a Iruñea, después de dos años, «todo me parecía otro mundo, una novedad». Y es que en aquella época no existían los medios actuales y «ni siquiera por la radio mencionaban los sanfermines».
Aquel 6 de julio «parecía no saber lo que era y disfruté como un mono». Subraya que en la década de los 50, «todos éramos de casa» y en aquella época «todo pasaba en las calles del casco viejo. Calle, calle y más calle», resume El Tuli.
Luego empezaron los bailes. Jesús salía de casa a las 15 horas, «a merendar y a la corrida, y llegaba a casa a las 11 de la mañana, y así todos los días». La fiesta iba cambiando poco a poco y en los bailes «bailábamos mocetes y mocetillas, pero seguía el ambiente en la calle». Comprende que la fiesta haya cambiado en todos los sentidos, aunque cree que se sigue disfrutando en la calle.
Es al Tuli a quien se atribuye la creación del cántico previo al encierro. Explica que surgió de noche, «después de toda una noche esperando a las dianas», aunque no recuerda muy bien por qué. «Estábamos un mozo y yo y dijimos: vamos a cantar algo ahora». Recuerda que en aquella época no había hornacina, «que es muy nueva», y que empezaron «de rodillas, de cara a corralillos», con una canción creada «a partir del himno de la Peña la Única».
«Cada día ‚–recuerda–, se empezaron a apuntar más mozos a cantar con nosotros». Un año, desde el que hoy día es el edificio del Departamento de Educación y que entonces era el hospital militar, «unas monjicas sacaron un San Fermín pequeño y lo pusieron con candelabros y velas al lado nuestra y desde entonces empezamos a cantarle a él». Después, reitera, «colocaron la hornacina, pero pasaron muchos años hasta eso».
El Tuli cree que los sanfermines «son de cada uno» y que «los mozos y mozas tienen que divertirse a su manera, al igual que yo hago mi fiesta», porque «en San Fermín hay tiempo para todo y para todos».