Fidel inicia su último viaje hacia Santiago de Cuba
Entre lágriams y el silencio de sus compatriotas Fidel Castro dejó ayer La Habana para no volver. Cubanos de todas las edades despidieron emocionados las cenizas del líder de la revolución en su último viaje hacia Santiago de Cuba, donde a partir del domingo reposarán para siempre.
El mismo viaje, pero a la inversa. Hace 59 años, un joven Fidel Castro salió de Santiago de Cuba para llegar entre multitudes a la capital. Fue el triunfo de la Revolución. Desde ayer, toda la isla se concentra a lo largo del mismo recorrido para despedir al comandante en jefe de la Revolución cubana en el camino que él mismo trazó en la Caravana de la Libertad que desde Sierra Maestra a La Habana festejó el derrocamiento de la dictadura de Fulgencio Batista.
Es este el último gran homenaje que pone en marcha a toda la isla para despedirle. Se inició ayer en la Plaza de la Revolución y continuará ininterrumpidamente a lo largo de esta semana, hasta llegar a Santiago. Las cenizas del comandante en jefe recorren así prácticamente el país entero en un acto de tributo póstumo que cierra el círculo vital de Fidel Castro.
La ruta de las cenizas ya ha sido nombrada en Cuba como «La caravana de la libertad del siglo XXI». Con salida de La Habana, culminará su periplo el próximo sábado en el mismo lugar donde se inició la gesta histórica que dio origen a la experiencia revolucionaria más sorprendente y sólida que vio suceder el siglo pasado y que ha conseguido cabalgar hasta el presente.
Ayer, a las 06.00 hora local, la gente comenzaba a coger sitio a lo largo del recorrido establecido en la ciudad. Desde la noche anterior, las calles céntricas por donde iban a transitar las cenizas de Fidel estaban ya libres de todo tipo de vehículos. La prohibición de parqueo en las zonas del recorrido se había avisado con antelación y todo se había preparado al milímetro para dar una despedida de honores al líder cubano.
La comitiva con los restos de Fidel dejó atrás la gran Plaza de la Revolución a las siete de la mañana, con las primeras luces del día. Una hora antes, en todas las calles a lo largo del recorrido que cruzaba la capital se habían formado varias filas de personas que esperaban el momento para tributarle su última despedida. Una marea humana que, con orden y tranquilidad, fue colocándose a lo largo de todo el trayecto.
Desde la Plaza, la comitiva militar se puso en marcha, enfilando hacia el Malecón por la calle 23. Una amplia vista que se abría al mar azul que ayer se percibía tranquilo y extrañamente plácido, como si quisiera sumarse a la atmósfera de respeto que estos días se vive en La Habana.
Han pasado cinco días desde que se conoció la muerte de Fidel Castro y todavía la capital habanera sigue sumida en un extraño estado de conmoción. Hay tranquilidad en el país y, sobre todo, lo repiten muchos, tristeza. Una tristeza colectiva, un sentimiento que se expresa quedamente, sin alharacas ni excesos.
Banderas de Cuba, carteles con retratos de Fidel y algunos ramos de flores en las manos de los presentes y, sobre todo, silencio en la espera. Quizá por la hora, pero no se apreciaba la presencia de turistas entre los congregados. Eran los habaneros, de todas las edades, los que esperaban con calma la llegada de la comitiva.
El sonido del helicóptero anunció su llegada. Vehículos militares y policiales escoltaban la marcha y en uno de los primeros coches, el presidente de Cuba y hermano de Fidel, Raúl Castro, abría el convoy. Desde el interior, con la ventanilla abierta, mostraba un semblante serio y enviaba gestos de aprobación a la gente concentrada a ambos lados de la avenida.
Los teléfonos móviles se pusieron también en ese momento en marcha y poco después, en la amplia avenida 23, al paso del coche fúnebre, brotaban los aplausos acompañados de gritos de «¡Fidel!, Fidel!». La emoción se desbordaba y también las lágrimas. Muchos, mayores y jóvenes, no las ocultaban.
Instante eterno
Toda la comitiva era color verde olivo. También el jeep abierto en el que, en su parte trasera, dentro en una caja de madera de cedro colocada en el interior de una gran urna de cristal viajaban los restos incinerados. Flores blancas rodeaban el túmulo sobre el que descansaba la bandera cubana.
El convoy pasó despacio, pausadamente, pero se hizo muy breve. Un «instante eterno», dijo un antiguo combatiente de la revolución cuando ya abandonaba el lugar y, todavía consternado, volvía hacia su casa.
La concentración iba deshaciéndose cuando la comitiva se ocultaba de la vista y casi todos los capitalinos volvieron rápidamente a sus quehaceres habituales. Así lo iba a hacer Miguel, un joven estudiante que, una vez terminado el paso por la 23, nos declaraba su gran afecto por Fidel: «Esta despedida no es más que esto; es una expresión de afecto a quien nos ha dado tanto».
Y es que Cuba vive estos días de luto un sentimiento de orfandad generalizado. A mi lado, una mujer ya entrada en años admitía que, incluso para ella, «es como si hubiera muerto mi padre». «Tenemos una pena muy, muy grande», añade.
De forma espontánea, se une a la conversación Claudia, una joven haitiana que estudia Medicina en La Habana y, quizá porque me ve extranjera, aclara que estos días Cuba está distinta: «Sí, Cuba está diferente, es que estamos tristes. Yo he venido para rendirle un homenaje a Fidel, porque si yo estoy aquí, formándome como médico, es gracias a la Revolución que él inició».
La marcha fúnebre había tomado ya la dirección del puerto, con la superposición continua de escenas similares en cada tramo. Desde la zona portuaria, por la carretera central, poco después la procesión llegaría al límite de la provincia de Maryabe que, donde continuaba a lo largo de la tarde su trayecto.
Cierto o no, los comentarios de algunos congregados en el acto de la mañana de ayer sostenían que fue el propio Fidel quien dejó dictado cómo debían ser sus exequias y su despedida. Lo más probable es que así fuera. Y que quisiera incidir en el sentido inverso de la Historia, para regresar al lugar donde comenzó todo aquel día en que desembarcó del “Gramma” y desbrozó el camino de una Revolución que se fue haciendo en los pueblos, sumando voluntades a medida que pasaba la Caravana de la Libertad.
Las localidades de Matanzas, Cárdenas, Cienfuegos, Santa Clara, Sancti Spiritus, Camagüey, Las Tunas, Holguín y Bayamo, entre otras, esperaban su llegada en un continuo homenaje de días de duelo en Cuba. La comitiva atravesará, de esta forma, trece de las quince provincias que tiene la isla hasta llegar Santiago de Cuba. En la Plaza Antonio Maceo tendrá lugar el último acto masivo el sábado y el domingo sus cenizas serán depositadas en el cementerio de Santa Efigenia.
Otra Habana
Tenía razón la joven haitiana estudiante de Medicina que nos hablaba tras ver pasar los restos de Fidel. Si algo es cierto e innegable es que La Habana aparece distinta estos días.
Los habaneros vibrantes, alegres y dicharacheros se nos muestran hoy con sus rostros y ánimo más circunspecto. El Malecón permanece vacío por las noches, sin atisbo alguno del bullicio y el jolgorio que le caracteriza.
Se percibe menos tráfico del habitual y el ruido permanente en La Habana parece que, al menos hoy, ha pasado a un segundo plano.
Algo de ese ruido queda en la atmósfera y también hay ecos de vocerío lejano por el aire pero llegan atenuados, como ensordecidos por el estado de conmoción general. Hasta los almendrones, esos orgullosos automóviles que suman más años que la propia Revolución, parecen haber suavizado su traqueteo peculiar y chirrían más calladamente.