No se puede esperar otra cosa de un país en cuya fiesta nacional recuerdan haber resistido catorce meses al sitio borbónico de Barcelona, hasta el 11 de setiembre de 1714, tras el que fueron abolidas sus ancestrales instituciones de autogobierno. Qué se puede esperar de un país cuyo parlamento proclamó en 1993 que su himno conmemore aquella revuelta antiautoritaria, campesina y urbana, que desgobernó Barcelona durante tres gloriosos días, en la que combatieron al invasor y a sus esbirros locales, pasándose a cuchillo al virrey de Catalunya en 1640. Qué se puede esperar de un país que protagonizó la mayor revolución libertaria de la Historia, de un pueblo que, tan armado como organizado por fin sin jerarcas, mantuvo la producción, el suministro energético y la defensa de Barcelona contra el fascismo durante aquellos enaltecedores dos años y seis meses antes de la larga noche franquista. Qué se puede esperar de un país que parió a Joan de Canyamars. Aquel payés que, lanzándose a la yugular, puñal en mano y nada menos que en el terrible 1492, a puntito estuvo de mandar a Fernando el Católico a la fosa común de la Historia. Diez años antes de que el infame fundador de Espanya conquistara este reino de Nabarra al que jamás hemos renunciado. Tantos siglos dominándonos, sin vencernos. Y también sin convencernos.
Esta Catalunya irreductible siempre estuvo latente. También en los maravillosos nueve años en que me perdí y, sobre todo, me encontré más libre que nunca en Barcelona. Hay algo excepcional, libertario, crápula, lujurioso y eternamente posible en esta ciudad. Toda la gente libre que conocí aquellos años resultó ser independentista. No podía ser de otra manera. Como dice mi amiga Txe Arana: «Ya es hora de que los catalanes aceptemos que los españoles tienen todo el derecho a vivir unidos, contentos y felices. Sin cambios, ni reformas, ni referéndums. Ni libertades. Cagándose en la democracia. Podridos de corrupción. Haciendo juego sucio, cargándose el sistema sanitario, nuestra cultura y lo que convenga. La salida está indicada, abrimos el horizonte y dejamos de meternos hostias contra el mismo muro. Seguimos, haciendo camino hacia la independencia. Marchemos».