Aritz INTXUSTA

Ni han venido los refugiados prometidos, ni esto es su Ítaca

Ahora que ha vencido el plazo para acoger a los refugiados, los compromisos firmados por los estados de la UE se revelan como una broma. Pero la realidad con la que se encuentran los reubicados al llegar a un lugar que no han elegido, no es idílica para nada.

Los compromisos para reubicar refugiados sirios son hoy, al vencer el plazo de dos años, papel mojado. El Estado tiene en frente una sociedad civil organizada que reclama un trato humano para las personas que pierden su esperanza en campos de Grecia o Italia, pero de poco ha servido. Siendo estrictos, no es cierto que no se haya hecho nada, pero las cifras son absolutamente ridículas. En estos dos años, poco más de 200 personas han llegado a los cuatro territorios de Hego Euskal Herria. La cifra es proporcional a la población que representan los cuatro territorios en el Estado español. Madrid se comprometió a acoger a 180.000 personas, pero al terminar el plazo, solo ha recibido a 1.983 personas, un 11%. O por explicarlo gráficamente, el Estado se comprometió a acoger otra Donostia y ha acabado asilando el equivalente a Irurtzun o Mundaka. Y, además, un buen grupo de reubicados, ya se han ido. Han renunciado a su asilo en Euskal Herria para seguir buscando a sus familias o donde se respete más su cultura, rumbo a Alemania o Gran Bretaña, principalmente.

El mecanismo que se empleó para dar cobijo a esas 1.983 fue dispersarlas por los territorios en grupos muy pequeños. Así, a cada herrialde han llegado apenas unas decenas de personas. Todo se articula en torno al Ministerio de Empleo y Asuntos Sociales, que delegó la acogida a terceras organizaciones. En concreto, en la CAV se están encargando de estas personas Cruz Roja, ACCEN y CEAR (Comisión Española de Ayuda al Refugiado). En Nafarroa solo han funcionado CEAR y Cruz Roja. Estas asociaciones se adscribieron en su día a un programa que está financiado con fondos europeos. Con ese dinero, les ofrecen asesoramiento y un piso donde dormir los primeros meses. Permanecen así alojados seis meses, –o nueve como mucho si la situación es extremadamente grave–. Luego tienen que dejar la vivienda y perciben ayuda como máximo, durante doce meses más. Ese es el plazo máximo que tienen para aprender los rudimentos del idioma, encontrar trabajo y desenvolverse de forma totalmente autónoma.

El perfil de las personas que han llegado a Hegoalde es el de hombres y mujeres jóvenes, y unas pocas familias. Una treintena de ellos son menores, mientras que ningún anciano ha superado el filtro para llegar hasta aquí. «Eso depende un poco de los recursos que tenga cada entidad», explica Jessica Manzanos, de Cruz Roja en Bizkaia. «Nosotros tenemos 14 pisos y solo tres de ellos están preparados para acoger a familias. Los demás son pisos de tres habitaciones y en cada habitación viven dos personas», prosigue. Lo usual es que haya segregación por sexos: pisos de hombres y pisos de mujeres.

«Eso es solo la primera etapa», explica Naiara Gutiérrez, responsable de CEAR para Araba, Gipuzkoa y Bizkaia. Esa primera fase, a la que la técnico se refiere como de «reconstrucción de vida», pasa por disponer de alojamiento a la par que se le ayuda con los papeleos y burocracias necesarias para comenzar a vivir, como el padrón, la tarjeta sanitaria… y se le ofrece orientación sociolaboral. Una vez cumplidos esos seis meses, deben de abandonar esa vivienda y cuentan con un plazo de doce meses en el que reciben una mensualidad a modo de ayuda. En Cruz Roja no precisan a cuánto asciende esa cantidad, pero aseguran que es «similar» a la RGI y, al igual que esta, variable en función de si se trata de una persona sola o una unidad familiar con menores a cargo.

Cuello de botella en los asilos

Las personas que vienen de los campos de refugiados entran en el Estado bajo la figura del asilo político y uno de los problemas que han surgido de apostar por esta mecánica es que se ha generado un cuello de botella. Los «reubicados», como se les denomina técnicamente, compiten por esas plazas con otros solicitantes de asilo de África o América. «Hay más gente que pide el asilo cuando ya ha llegado aquí que los que lo solicitan desde los campos», explica Idoia Oneca, de CEAR en Nafarroa. Sí que es cierto que, tras los acuerdos de reubicación, se ampliaron las plazas de acogida, pero luego la existencia de otros solicitantes las ha ido copando.

«Los reubicados no han elegido venir aquí. Y muchos se están yendo en busca de otros familiares a Alemania o Reino Unido. Por el momento no se les está aplicando Dublín», dice Oneca. Por «Dublín» la responsable de CEAR hace referencia al Convenio de Dublín, según el cual un asilado debe permanecer de manera obligatoria en el país que le ha dado asilo. «Van en busca de sus redes de apoyo, de sus hermanos, de sus familias. Ellos salieron de su país buscando ir a un determinado lugar que no es Pamplona, ni Bilbao».

«Ahora hablo como Jessica Manzanos, no como Cruz Roja», precisa esta responsable vizcaina. «Imagino que en el campo los habrán dividido. ‘Tú a Alemania, tú a Holanda, vosotros a España’. Y no se dan cuenta de que partían familias, amistades y compañeros de viaje», explica. Por todo ello, teniendo en cuenta que muchos se han ido y que ya las cifras de acogida del Estado español eran ridículas, la conclusión es que la cifra de acogida real resulta todavía más indignante.