
No obstante, las dinámicas antirrepresivas tienen una naturaleza endiablada. Desde la tentación de la clandestinidad hasta una visión moralista que asfixia a la estrategia política, pasando por las cuestiones logísticas que se llevan una cantidad de energías inconmensurable, existen riesgos que hay que conjurar de partida.
Por eso la dinámica política catalana es otra cuestión. No se puede articular únicamente sobre este tema, por mucho que en este momento sea hiriente y en cierta medida tenga un efecto decantador. Incluso la vasca, que debe serenarse y evitar replicar sus automatismos antirrepresivos o de orden sin haber analizado antes la situación y los escenarios. Más allá de la pobreza de espíritu mostrada por alguno de nuestros dirigentes y de la grandilocuencia épica aprendida de otros sectores, es hora de articular las mayorías sociales vascas, que coinciden con las demandas de libertad y democracia. Si pasan por encima del pueblo catalán ahora, antes o después pasarán por encima del nuestro.
En todo caso, como marco general, la idea de que estas personas están en la cárcel por sus ideas políticas y que esto no es un problema interno español establece un suelo de debate si no imbatible sí muy alto. Desde esa base la posición de los demócratas es inalcanzable para los autoritarios y los cínicos, desde Juncker hasta el último tertuliano. La pendiente moral ya era claramente favorable a las tesis independentistas y tras estas medidas represivas la inclinación ha aumentado.
Eso sí, quien tiene a alguien en prisión no podrá dejar de pensar que el precio siempre es muy alto. Al afrontar la cárcel no hay que perder ese espíritu humanista nunca. También es cierto que, al ver los vídeos que dejaron grabados los líderes de la sociedad civil catalana por si finalmente eran encarcelados, la serenidad política y la fuerza emancipadora de sus mensajes te reconcilia con la naturaleza política del ser humano.

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