Ramón SOLA
BARCELONA

Gente que odia, taxistas, la kioskera y el camarero

Cuatro apuntes sociológicos a pie de calle para resumir la Catalunya del 3 de noviembre.

 
Ramón Sola
Ramón Sola

Gente que odia: Uno no acaba de dejar de sorprenderse con la «gent catalana». No hay odio, ni siquiera rabia, el día en que se encarcela a su gobierno legítimo. Sí hay lágrimas, pero son de impotencia y de incomprensión por una violencia que les es ajena a nivel auténticamente genético. En la pantalla de TV3 mantienen el rótulo de «Esperando la salida de los consejeros» cuando la Fiscalía ya ha pedido prisión incondicional para todos ellos. Hace bien Puigdemont en advertir a los suyos de que viene «una represión feroz». Desde nuestra perspectiva vasca, llama más la atención que precisamente este día infame el president legítimo llame a respetar las ideas de los otros; cabe entender que quienes les encarcelan, les insultan, le intentan ridiculizar. Porque odio hay, y mucho, en este pulso, pero está todo concentrado en uno de los bandos.

Taxistas: El viernes en que se ha proclamado la República, alguien comenta que no hay nada mejor que coger un taxi para darse un baño de realidad sobre las dificultades de la independencia, sobre los temores que suscita. Tendrá su parte de tópico, pero el gremio siempre es citado como sinónimo de conservadurismo político. Por eso llamó la atención hace semanas el llamamiento a participar en el referéndum lanzado por Justo Molinero, el locutor cordobés de RadioTaxi al que antes se veía como un Luis del Olmo local. Y destaca igualmente que este jueves noche al estruendo de cacerolas se le sume el claxon de casi todos los taxis que pasan. «Si hasta los taxistas pitan es que esto está ganado», sentencia un vecino de los del Sí.

La kioskera: Los vendedores de periódico son otro sector que sirve de termómetro social. Palpan la calle, hablan con la gente y leen prensa, toda la prensa. Esta mañana la kioskera del Paseo de Gracia está preocupada: «Vienen palos ¿eh? Muchos palos. Yo ya dije que sabíamos que estas cosas se sabe como empiezan, pero no como acaban. Pero a esto no hay derecho». Queda claro que no está entre quienes celebraron la República el viernes, pero menos aún entre quienes golpean y encarcelan.

El camarero: En la misma zona, no precisamente feudo «indepe», el café lo trae un camarero, latino. Se asoma indisimuladamente a los periódicos y no se corta de preguntar: «¿A qué hora es la manifestación mañana?» Se sorprende al escuchar que la ANC ha preferido dejarla para el fin de semana siguiente, el domingo 12, y luego añade: «Cuando sea, pero habrá que salir, no sé hasta dónde vamos a llegar».

P.D: Tras unas semanas de inmersión en este país, sigo sin tener claro que la mayoría catalana sea independentista. Pero nadie en su sano juicio puede dudar de que es demócrata, pacífico y moderno. España está consiguiendo que esto no sea un pulso entre independencia y no-independencia, sino entre democracia y autoritarismo, entre paz y violencia, entre futuro y pasado. Y ahí, será el 21D o no mucho más adelante, pero va a perder seguro la mayoría social.