En un movimiento tan implicado emocional y políticamente con la causa catalana como es el soberanismo vasco, la noche electoral probablemente se vivió ayer casi con tanta tensión como en Catalunya, con el corazón en un puño. Ocurre además que buena parte de su discurso ha mirado hacia aquel país en los últimos tiempos y, teniendo en cuenta su tendencia a la ciclotimia, una derrota del independentismo catalán podría haber sumido al nuestro en una depresión profunda. No ha ocurrido tal cosa.
Alivio por tanto en las filas independentistas; alegría, seguro, pero sin euforia, sobre todo porque está por ver qué camino van a tomar ahora los vencedores, con el 155 y sus efectos aún vigentes y las instituciones intervenidas, mientras el president –el mismo antes y después de los comicios – sigue en Bruselas, con parte de su Gobierno exiliado junto a él y el resto preso o con fianza. Todo está todavía por ver, y el rumbo que se adopte allí condicionará discursos aquí.
Aunque digan que de una derrota se aprende más que de mil victorias, bienvenidas sean estas, especialmente si es tan dulce como la del 21D, frente a un Estado desplegando toda su artillería. Precisamente, una de las primeras lecciones a extraer de esta cita con las urnas es la importancia de haber ahormado un bloque social no solo amplio, sino también con tanta confianza en su proyecto que no se agrietara ante las embestidas que ha sufrido, que haya sido incluso capaz de sobreponerse a la incertidumbre que siguió a la declaración de la República, hace casi dos meses. Se ha comentado en estas páginas que el ambiente en Catalunya era muy diferente al anterior e inmediatamente posterior al referéndum del 1-O, pero siendo eso así, la base social independentista ha respondido con nota. Y eso solo es posible gracias a la pedagogía llevada a cabo durante años y a la confianza en sus líderes políticos.
Por otra parte, si la de ayer es la derrota del Estado, es también la del aparato mediático que lo acompaña. En este sentido, la sociedad catalana ha demostrado una impermeabilidad muy grande respecto a la opinión publicada en Madrid, y ha mostrado la importancia de contar con un espacio comunicativo propio potente.
En Euskal Herria, el independentismo está aún lejos de conformar un espacio social mayoritario y que tenga la consistencia del que existe en Catalunya. Asimismo, la preponderancia editorial unionista es abrumadora en nuestro entorno, no solo en los quioscos, sino también, y sobre todo, en el ámbito audiovisual.
Son dos elementos importantes que hoy por hoy hacen que el contexto sea diferente en ambos países. Por ello, quizá la prioridad del independentismo debería pasar por contruir esa mayoría en torno a su proyecto, cimentándolo sin prisa, y dotándole de herramientas suficientes para que cuando llegue el momento pueda resistir portadas y tertulias beligerantes. Es un trabajo que exige tiempo, incompatible con la ansiedad que parece acompañar al soberanismo vasco, angustiado por perder trenes históricos. Catalunya está demostrando que la historia no pasa, que cada cual escribe la suya. Y el capítulo del 21D ha sido soberbio.