Dabid LAZKANOITURBURU

Un país, un sistema y variadas agendas de protesta

En espera de que que el paso de los días aclare un escenario de protestas populares bastante confuso, todo apunta a una concatenación de agendas, y de reivindicaciones, distintas, pero que confluyen en el rechazo al Gobierno del clérigo reformista Hassan Rohani.

Fue en Mashhad, la segunda ciudad más populosa de Irán, donde el pasado jueves se registró la primera manifestación contra la situación económica, la corrupción y la reducción de los subsidios a alimentos y al carburante, con el correspondiente disparo al alza de los precios.

La extensión de las protestas de la ciudad santa chií de Mashhad a otras, como la no menos santa de Qom, cimentó desde un principio las sospechas de que sectores conservadores críticos con Rohani, y aliados con el movimiento populista de Los Inquietos, del expresidente Mahmud Ahmedineyad, habrían impulsado, o al menos tolerado, inicialmente las protestas. El hecho de que su estallido coincidiera con el anuncio de la decisión de la Policía de Teherán de que dejará de detener a las mujeres por no llevar el hiyab (velo), junto con las declaraciones entre comprensivas y cada vez más alarmadas ante las manifestaciones por parte de clérigos y de portavoces de sectores del núcleo conservador alimentó esas sospechas.

La confusión aumenta si atendemos a algunos eslóganes jaleados en las marchas, en las que se critica la política internacional propalestina y alineada con Siria y Líbano («Ni Gaza ni Líbano, yo me sacrifico por Irán») y hay hasta espacio para la nostalgia respecto al depuesto y desaparecido shah Reza Pahlevi. Quien no vea detrás de estos lemas el aliento de medios como Voice of America, BBC farsi, Radio Israel en farsi u otras cadenas con sede en California o Londres y predicamento entre la diáspora peca de ingenuidad. Directamente proporcional a la ansiedad que está mostrando un Trump desatado y que busca así reforzar sus planes para volver a aislar al país.

Pero mal harían los dirigentes iraníes si acabasen creyéndose su propio mantra que asegura que todo se reduce a una confabulación internacional.

La protestas en cientos y cientos de ciudades y pueblos persas, kurdos, azeríes... que gritan contra el clero y el régimen islámico no se improvisan. Y el hecho de que los reformistas iraníes hayan cerrado filas con Rohani y con el régimen no niega la mayor. Al contrario, podría acabar enajenando definitivamente a esos sectores que soñaron que con líderes como Jatami o el propio Rohani el sistema era reformable desde dentro.

Más allá de etnias y etiquetas políticas, la crisis refuerza la idea del innegable hartazgo de (parte de) la sociedad iraní 40 años después de la Revolución y confirma las dificultades de la República Islámica para lidiar con el cada vez más difícil equilibrio entre conservadurismo y modernidad en sus distintas vertientes: económica, religiosa, política y moral, de justicia social, de ubicación en el mundo...

Ese es el reto de Irán. Y seguirá siéndolo independientemente del desenlace a corto plazo de las protestas.