Los italianos acuden a las urnas el próximo 4 de marzo para elegir a lo que será su décimo primer ministro desde que en el año 2000 Giuliano Amato fuera designado para el cargo. Y es que la inestabilidad, creada en parte por la compleja vida política del país, ha sido una constante durante las dos últimas décadas, en las que solo Silvio Berlusconi –desde junio de 2001 hasta mayo de 2006– ha conseguido mantenerse en el cargo durante cinco años, periodo establecido por ley para una legislatura en Italia.
Las elecciones se llevarán a cabo bajo la nueva ley electoral –conocida como Mattarellum al aprobarse con Sergio Mattarella como presidente de la República– aprobada a finales de octubre del año pasado, que obliga a los partidos a formar amplias mayorías a través de coaliciones. La reforma electoral, pactada entre el Partido Democrático de Matteo Renzi –que vuelve a presentarse como candidato a primer ministro– y la Forza Italia del previamente mencionado Berlusconi, ha sido narrada como una alianza de la «vieja» política –considerando a PD y Forza Italia formaciones tradicionales– frente a la «nueva», traducida en un Movimiento 5 Estrellas que parece haberse convertido en el enemigo común.
A través de la nueva ley electoral –cuarta en menos de 25 años–, un 36% de escaños saldrán por el sistema mayoritario, mientras que un 64% irán por la vía proporcional; es decir, 232 diputados y 116 senadores serán elegidos por el modelo mayoritario en candidaturas uninominales, mientras que 398 diputados y 199 senadores lo harán por el sistema proporcional a partir de candidaturas plurinominales. Además, se ha establecido un listón del 3% de votos para acceder a cualquiera de las cámaras, con lo que se ha fijado un umbral bajo para entrar en el Parlamento –cuando anteriormente era de un 5%–. Así, los representantes de la Cámara de los Diputados y del Senado serán, por vez primera, elegidos por el mismo sistema.
Hace ya cuatro años desde que un joven Renzi, que venía de ser alcalde de Florencia, se alzara a la Presidencia del Consejo de Ministros italiano como símbolo de un cambio generacional, etiqueta que, tras casi dos años en el poder y al haber dimitido por perder el referéndum constitucional, ha quedado caduca. No obstante, el político toscano volverá a ser el candidato del PD a primer ministro tras imponerse en las primarias del partido y tratará de suceder en el cargo a Paolo Gentiloni, de su propia formación, aunque las encuestas le situan segunda en intención de voto tras el Movimiento 5 Estrellas.
Los sondeos realizados en los últimos meses vienen repitiendo una tendencia: el Movimiento 5 Estrellas se haría con la victoria electoral, pero lejos del 40% de los votos necesarios para gobernar en solitario. Los dirigidos por el excómico Beppe Grillo siguen al alza alimentándose de la desafección general hacia la política tradicional, la parálisis de la economía italiana y las consecuencias de un desempleo juvenil que se sitúa en torno a un 35%. A las elecciones se presentan con Luigi Di Maio de candidato, un joven de 31 años sin apenas experiencia en la política institucional, y con la abandonada promesa de convocar un referéndum sobre la salida del país del euro, muestra de la indefinición de los populistas cuando se trata de asuntos de relieve.
La tercera familia política estaría formada por la derecha, con un Berlusconi que ha vuelto al escenario político pero que no puede presentarse a las elecciones al haber sido condenado en 2013 por fraude fiscal. Aunque su caso esté recurrido al Tribunal Europeo de Derechos Humanos no parece que haya una sentencia en firme antes de la celebración de los comicios. Aun así, el milanés de 81 años está en plena campaña electoral y ha cerrado una alianza con sus siempre fieles de la Liga Norte, comandados por Matteo Salvini, y Hermanos de Italia, herederos ideológicos de Alianza Nacional. La suma de escaños de estas formaciones podría verse recompensada con la mayoría de escaños en la Cámara de Diputados.
A las elecciones también se presentan numerosas escisiones de los partidos tradicionales, algo común en la política italiana, que buscarán llegar al 3% de los votos para poder contar con presencia parlamentaria y hacer así, si cabe, más difícil la gobernabilidad en un país en el que a día de hoy se habla más de escisiones y posibles alianzas que de propuestas políticas.