Agustín GOIKOETXEA
BILBO

Contrarreloj para disfrutar de unas pistas de esquí en el corazón del Botxo

No tuvieron mucho tiempo los amantes de la nieve para disfrutar de la copiosa nevada que ayer precipitó sobre Bilbo. Mientras la mesa de crisis montada por los responsables municipales seguía al minuto el despertar de la ciudad cubierta por un manto blanco, muchos se echaron a parques y montes que circundan la villa para quitarse el capricho después de 33 años de sequía.

No tuvieron mucho tiempo los amantes de la nieve para disfrutar de la copiosa nevada que ayer precipitó sobre Bilbo. Mientras la mesa de crisis montada por los responsables municipales seguía al minuto el despertar de la ciudad cubierta por un manto blanco, muchos se echaron a parques y montes que circundan la villa para quitarse el capricho después de 33 años de sequía.

Fue en 1985 cuando cayó la última gran nevada que se recuerda, así que para muchos fue la primera vez que se deslizaron con un trineo o con un simple plástico en pleno corazón del Botxo. El subir en funicular a Artxanda o desplazarse hasta las faldas de Pagasarri, Ganeta, Arraiz, Arnotegi y Kobetas quedaba para luego. Había que apurar los minutos y vivir el momento, plasmarlo en una imagen para dejar constancia de ese hecho histórico.

Se vieron esquiadores de fondo por calles de los barrios altos o a escasos metros del Museo Guggenheim, muñecos de nieve en cualquier esquina y jóvenes practicando snowboard en pleno parque de Doña Casilda Iturrizar o Txurdinaga. Una de las personas que se trataba de proteger del frío en la Pérgola observaba atónito el espectáculo.

Fue frenético, irracional desde el punto de vista de la mayoría de los adultos. Todo el mundo sabía que era cuestión de horas y el anuncio de centros educativos y universidades de que suspendían temporalmente las clases fue la excusa perfecta, aunque a otras y otros no les hizo falta. Era el día o esperar a la siguiente, soportando las historias de los más mayores sobre aquellas nevadas de antaño que más parecen leyendas. Ver nevar en Bilbo es más difícil que los jugadores del Athletic lleguen a una final de Copa.

Hubo bulos de que la cubierta de San Mames no iba a aguantar la nevada, con visita incluida de los bomberos a la Catedral para certificar la solidez de la estructura, pero los amantes ocasionales de los deportes de invierno estaban inmersos en su particular contrarreloj. En medio de todo ello, una de las anécdotas de la jornada fue el traslado por el Samur de una mujer que había roto aguas al Hospital de Basurto, donde nació felizmente su hijo.

Más de un trabajador de la limpieza, pala en mano, ni se atrevió a adentrarse entre las hordas ávidas de darse un resbalón. «¡La nieve no se toca!», se oyó a más de uno. Poco a poco, el manto blanco se esfumó, dejando a más de uno con las ganas, especialmente aquellos más rezagados.

«El deshielo vendrá bien a todos menos a los niños, que están disfrutando», dijo el concejal delegado de Seguridad, Tomás del Hierro, compendiando en una frase dos verdades.