Trabajé durante tres años y medio en la empresa más osada posible: un periódico feminista, para colmo de papel. Arrancaba el milenio, internet estaba a punto de masificarse y de transformar nuestra manera de estar informadas y conectadas. Un colectivo de mujeres afectadas por cáncer de mama llamado Ágata, en honor a la santa rebelde que se rebanó las tetas para evitar ser entregada en matrimonio, acababa de reclamar al Parlament de Catalunya la legalización de la marihuana con fines terapéuticos. Lo lograron. Aquel fue uno de mis primeros reportajes y me transformó para siempre. Recuerdo dirigirme hacia la sede de Àgata pensando que ni el tema ni ellas parecían muy potentes, que carecían de la radicalidad política que a mí me acalora. Yo venía del movimiento feminista y esa tarde comprendí que lo que conocía era solo la punta del iceberg de una inmensa, incesante y transnacional revolución de mujeres para derrocar al patriarcado. Una circunstancia adversa de la vida, les había situado crudamente frente a su subalternidad aprendida por ser mujeres en un mundo machista, frente a la falta de reciprocidad en los cuidados en su entorno, frente a la negación social de su sexualidad. ¡Si hasta tenían una campaña con un lema tan macarra como «O vomitamos todas, o aquí no vomita nadie»! Ver cómo se apoyaban entre ellas y la profundidad de sus luchas, me enorgulleció y me hizo transitar más segura por este jodido mundo. Porque hay una red tejida entre nosotras que nos acoge para defendernos juntas de la discriminación y de la violencia sistémicas que asedian nuestras vidas por ser mujeres. Nunca nos hemos resignado a nuestro destino patriarcal. Hay ochos de marzo como este, inaudito y multitudinario, que suponen un punto de no retorno en la larga batalla del feminismo contra el patriarcado. Y sabe a gloria.
Qué pena y qué rabia la muerte de Xabier Rey. ¡Maldito sea mil veces ese Estado macho llamado España y esa quintaesencia de la violencia institucionalizada patriarcal que es el sistema penitenciario! También como pueblo colonizado e insurgente, vivimos en red. Y esto sí que me enorgullece como vasca.