El president de la Generalitat, Quim Torra, ya lo podemos decir con todas las letras, tomó ayer posesión de su cargo en la ceremonia más austera y minimalista que se recuerda en un evento de estas características. No se puso el medallón que simboliza la Presidencia de la Generalitat, lo dejó en la mesa, sobre el cojín, tal y como la realización de TV3 se apresuró a dejar claro. En enero de 2016, la fotografía de Artur Mas poniendo el medallón a Carles Puigdemont se convirtió en toda una premonición, pero Torra ha insistido desde el primer día que él solo está de paso. Veremos. Un apasionado de la historia siempre es impredecible cuando la intuye pasar entre los dedos.
El nuevo president es, sobre todo, un patriota, con todo lo bueno y todo lo malo. Con todas sus virtudes y todos sus excesos, que hay mucho de ambos. «Yo me había imaginado que si diez iban a la cárcel, les tocaría sufrir, pero que si éramos tres mil los que recibíamos, no habríamos entrado. Y ha pasado que han entrado diez. Esta es una lección de octubre, también. Cuando volvamos a tener un momento propicio, tenemos que estar dispuestos a ser tres mil en la cárcel», decía recientemente en una entrevista.
Ese compromiso le ha llevado a asumir la Presidencia en un momento duro en el que predominan los desmarques. No es poco. Hay una frase del periodista Eugeni Xammar que le gusta repetir y que aplica al pie de la letra: «Tratándose de las cosas de Catalunya, yo no tomo nunca precauciones». La cita no es casual. Torra está enamorado del periodismo catalán de los años 20 y 30, y ha escrito varias obras al respecto, entre ellas la premiada “Viatge involuntari a la Catalunya impossible”.
De hecho, es un apasionado de la Catalunya de hace casi un siglo, algo que algunos han querido confundir, con bastante inquina, con un deseo de regresar a ella. Una pasión que incluye la reivindicación de figuras controvertidas de los convulsos años 30, como los hermanos Badia, del ala más cuestionada de Estat Català, un partido complejo y diverso fundado por el president Francesc Macià, cuya ala más a la izquierda acabaría siendo una de las fundadoras del histórico PSUC. Cuidado, por tanto, con el fenómeno Estat Català, al que estos días se ha calificado sin ningún fundamento –y con mucha mala hostia– de partido fascista y supremacista, la palabra de moda. Fue el primer partido explícitamente independentista, y en él confluyeron tanto polos atraídos por aquel primer fascismo que venía de Italia, como por el comunismo en auge que irradiaba la flamante Unión Soviética. Y que nadie se equivoque, en la guerra del 36, Estat Català combatió en las filas republicanas contra el fascismo de verdad.
Volviendo a Torra, la idealización del pasado catalán que desprende el nuevo president alimenta una imagen que no se corresponde con su afabilidad. Hará bien en tener presente, en cualquier caso, que la historia no sirve como argumento político.
Sin partido, pero con una idea
No todo ha sido literatura e historia en la vida de Torra. Ni mucho menos. De hecho, el grueso de su trayectoria se sitúa en el mundo de las aseguradoras, en el que pasó dos décadas, con estancia final en Suiza. Fue en 2007 cuando empieza a aflorar, de regreso a Catalunya, el Torra de hoy día. Como independentista conservador, apenas tiene espacio en la Catalunya de hace una década. Primero se integra en la corriente soberanista de Unió Democràtica; luego pasa a Reagrupament, corriente de ERC contraria al Tripartit. Cuando Oriol Junqueras lo intenta fichar como cabeza de lista al Congreso en Girona, dice que no.
Lo suyo no son los partidos, sino la idea de una Catalunya independiente. Y por ella se pelea con quien haga falta. Critica duramente el Tripartit, pero también los pactos de CiU con el PP. En 2015, con la convocatoria de del 27S en el aire, se enfrenta a Mas y propone una lista única soberanista sin partidos.
¿Y la ideología? Quim Torra es conservador en casi todos los sentidos de la palabra, que son muchos y no todos malos, ni mucho menos. Sin tener la más mínima idea, uno se atreve a imaginar a Chesterton como uno de los referentes de cabecera de Torra, a quien el 15M causa una profunda repugnancia –así lo plasmará en sus artículos–. Al mismo tiempo, critica la avaricia sin medida del capitalismo neoliberal que vive en primera persona en Suiza. Dejará testimonio en el libro “Ganivetades suïsses” (“Navajazos suizos”).
Esclavo de sus tweets
Imposible completar un perfil de Torra sin hablar de los dichosos tweets. Las nuevas tecnologías han actualizado el refrán: «Uno es dueño de sus silencios, pero esclavo de sus tweets». Lo vivió en carne propia ayer la portavoz de Catalunya en Comú, Elisenda Alamany, a quien recordaron un comentario de 2008 en su Fotolog (la prehistoria digital): «Los españoles siguen follándonos por detrás y por delante». A la número dos de Xavi Domènech, que ha usado de forma ventajista y desvergonzada los tweets de Torra, le bastó con una disculpa en Facebook. Torra pidió perdón cinco veces en tres días, lo que, por supuesto, no será suficiente. Como si lo que interesara fuese el perdón. Como si alguien hubiese destacado los tweets que el propio Torra escribió en homenaje al andaluz Blas Infante en el aniversario de su muerte. Los mensajes: «Los españoles solo saben expoliar», «evidentemente, vivimos ocupados por los españoles desde 1714», «fuera bromas, señores, si seguimos aquí algunos años más corremos el riesgo de acabar tan locos como los mismos españoles», «los españoles en Catalunya son como la energía: no desaparecen, se transforman», «vergüenza es una palabra que los españoles hace años que han eliminado de su vocabulario» y un largo etcétera.
El tono es cuestionable y el contenido, simplificador. Ciertamente, no hablan a favor del autor. Pero de ahí a tildarlo –desde una evidente posición de poder como es la española sobre la catalana– de xenófobo y supremacista, hay un triple salto mortal solo realizable desde la impostura. El linchamiento de Torra, a quien todo el espectro político español, de derecha a izquierda, ha calificado de protofascista, es un insulto a la inteligencia que, desde luego, no ayudará a corregir la percepción de muchos catalanes sobre sus vecinos. En el fondo, no dejan de dar parte de razón a Torra.
Con los artículos sucede lo mismo. Arrimadas citó en el Parlament uno horrible en el que llama «hienas, carroñeros y bestias con forma humana» a aquellos a los que repugna «cualquier expresión de catalanidad». No hay nada peor que un señor afable intentando hablar como un hooligan en la barra de un bar. Pero la líder de Ciudadanos también sacó a pasear, como censurable, otro texto en el que Torra lamentaba, repasando la historia colonial, que «España, esencialmente, ha sido un país exportador de miseria, material y espiritualmente hablando». ¿Levantamos la mano todos lo que suscribiríamos estas palabras?
Pero más allá del linchamientos, hay una pregunta lícita e imprescindible sobre Torra. ¿Era el mejor candidato que había? Una de las obsesiones del independentismo ha sido blindar la apuesta por la República ante cualquier discurso con cierto tufillo identitario. Ha sido una de las claves de su rápido ascenso, pero no hay que olvidar que está basado en cierto voluntarismo. Es decir, en insistir en que esto no va de banderas pese a que en todas las movilizaciones hubiese una marea de esteladas. Y por supuesto que esto va mucho más que de trapos –por suerte–, pero para bien o para mal, también va de banderas. Torra es un recordatorio.
Por lo tanto, y subrayando que las elecciones eran una opción peor, ¿es Torra la mejor persona para afrontar los dos grandes retos que tiene el independentismo? (la ampliación de la base soberanista y la internacionalización). A priori, la respuesta más sencilla es contestar que no y recordar que había otros candidatos más progresistas y más transversales en el seno mismo de JxCata que cubrían mejor ese perfil. Pero tampo- co Artur Mas y Carles Puigdemont eran los mejores candidatos para ello, y la base siguió ampliándose –muy poco a poco– y la causa internacionalizándose. Porque lo que acaba contando, no son cuatro tweets, sino los hechos. Esperemos, por tanto, a que lleguen.
Llarena advierte a Alemania sobre la euroorden
Sin propósito de enmienda de ningún tipo a la vista, aunque la Fiscalía le haya pedido ya volver a presentar una euroorden contra los exconsellers en Bruselas, el juez del Tribunal Supremo Pablo Llarena se permitió ayer el lujo de advertir al tribunal alemán que la semana que viene tiene que decidir sobre la extradición de Carles Puigdemont. En un informe enviado ayer a la Fiscalía de Schleswig-Holstein, Llarena detalla lo que considera un «error» por parte de la Justicia belga y le pide que no siga el camino de los tribunales de Bruselas.
Llarena volvió a rechazar, además, la puesta en libertad de los presos políticos, en una jornada en la que también fueron noticia Ciudadanos –que pide endurecer el 155–, PSOE y PP, que ya estudian cómo reformar el delito de rebelión, y las tomas de posesión de cargos públicos.GARA