El escritor Jorge Luis Borges y el entrenador César Luis Menotti tuvieron cierta vez una de esas conversaciones únicas e irrepetibles en la que el primero, recuerda el segundo, le espetó: «Usted debe ser muy famoso», a lo que el guía espiritual de aquella Albiceleste que ganó su Mundial en 1978 se limitó a responderle con un: «¡Bah!, no sé. Sólo fui campeón del mundo». Y es que arrastrados por un torbellino futbolístico los cuatro puntos cardinales del planeta, debe resultar difícil abstraerse de semejante vorágine informativa en torno al evento deportivo, e incluso cultural y social, que más miradas concita a nivel mundial. Ya lo decía Eduardo Galeano, «Borges detestaba los espejos y la cópula, porque multiplican a la gente. Y la gente está muy multiplicada en los estadios, entonces para él era una ceremonia bárbara, pagana, la celebración de una práctica demoníaca». Y como él, muchos.
Un total de 77 selecciones han tomado parte hasta la fecha en la Copa del Mundo y serán 79 cuando debuten Panamá e Islandia; de todas ellas, solo una docena han jugado al menos una vez la gran final, y menos equipos, ocho, la han ganado. Solo una estará ausente, Italia. Por primera vez, además, un Mundial verá a cinco equipos de la Confederación asiática, justo cuatro años antes de que el torneo vuelva a Oriente, concretamente a Catar.
En total serán 32 los aspirantes, pero solo uno el elegido. Sin embargo, un Mundial es mucho más que ganar. Un Mundial deja huella, para bien o para mal. Lo mismo que Franz Beckenbauer reconoció que Johan Cruyff era mejor jugador que él, «pero yo fui campeón del mundo» tras la recordada final de Alemania´74, pasarán los años y Mundiales y se seguirá hablando de la Brasil de España’82 aunque no ganara. No se trata de tener éxito o fracasar, de ganar o perder, de salir campeón o quedarse por el camino, se trata de competir y de superarse a sí mismo. El propio Beckenbauer lo resumía en una acertada reflexión: «Historia es aquella cosa que hace que en el momento complicado usted no dé el ciento por ciento, sino el 120». Y de eso se trata.
Al compás de la historia
Islandia o Panamá ya han hecho historia, y ahora buscan dar ese 120 por cien. Las de siempre tratarán de darlo para coronarse y alcanzar lo que está a tiro de muy pocos. Como deslizaba el ‘Fenómeno’ brasileño Ronaldo Nazario, campeón mundialista en dos ocasiones aunque en las antípodas de la lucidez intelectual de Borges, «creo que ganar el Mundial es mucho mejor que el sexo. No digo que el sexo no sea genial, pero el Mundial se juega solo una vez cada cuatro años». Y si como decía el autor mexicano Juan Villoro en ‘‘Dios es redondo’’, «elegir un equipo es una forma de elegir cómo transcurren los domingos», un Mundial cada cuatro años es para el empedernido futbolero la manera de pasar página al calendario de la vida .
La historia de los Mundiales son los anillos en el tronco de la historia de la Humanidad del último siglo. Representan de manera cronológica el devenir de nuestra vivencia reciente, política, social, tecnológica. Al primer cónclave mundialista de Uruguay en 1930 en el que solo cuatro jugadores militaban en ligas extranjeras y dos franceses hacían las veces de corresponsales, los combinados europeos acudieron pagando a escote el costoso viaje en barco; en el de 1934 Italia ganó su Mundial «por orden» de Benito Mussolini; en 1950 la selección transalpina, condicionada por la reciente catástrofe área de Superga donde falleció casi todo el equipo del mítico Torino, hizo lo propio tardando dos semanas en arribar a Sao Paulo; en la cita suiza de 1954 Alemania introdujo los tacos intercambiables en sus botas; en el del año 58, suecos y suecas pasaban la mano por la piel de Pelé, el primer crack mediático de la historia, para ver si su color de piel era de haberse quemado; en Inglaterra´66 los partidos se retransmitieron al mundo vía satélite y el de Brasil´70 fue el primero retransmitido en color; en México´86, cada selección apenas disponía de un solo teléfono público para comunicarse con sus familias...
En la cita mundialista de Brasil hace cuatro años el 30% de los partidos fueron seguidos en dispositivos móviles, mientras que se calcula que en Rusia, con Occidente teniendo la mayor parte de encuentros en horario laboral, se calcula que serán hasta el 70% de ellos. Más de 5.000 periodistas acreditados, esta vez todos los encuentros serán televisados en Sudamérica, por primera vez un canal ofrecerá una programación especial en EEUU y se espera una audiencia total de 3.500 millones de personas en doscientos países. Eso sí, por la diferencia horaria, un 40% de esos potenciales espectadores deberían estar durmiendo a la hora de los encuentros.
Varios favoritos, ningún favorito
Hoy, en puertas de Rusia 2018, como sugiere de manera acertada Alex Couto Lago, autor, entre otros, de ‘‘Las grandes escuelas del fútbol moderno’’, «nunca antes un Mundial con un volumen de sobreinformación tan bestial como este. A unos días del evento debemos disponer de un filtro para cribar información como el de nuestras abuelas para tamizar la harina...». Y da un consejo gratis ante tanta sobreabundancia informativa: «Si no quieres que te aburran el Mundial, desconecta del fútbol antes y después de los partidos».
Estamos en puertas del Mundial más caro de la historia, un presupuesto modificado hasta 35 veces y finalmente con una estimación de 14.000 millones de dólares. Desde Rusia, a la mayor gloria de Vladimir Putin, en vivo y en directo para un planeta redondo, en su mayor parte ávido de fútbol, que espera encumbrar al nuevo, o no, campeón. La vigente poseedora del entorchado, esa Alemania que casi siempre gana, defiende título, mientras la Brasil del irreverente Neymar aspira como siempre a lo máximo por obligación histórica, Argentina porque tiene al mejor del mundo y la historia, España porque es la nueva Holanda... Pero en el fondo, como sintetizó Jules Rimet, «todo estaba previsto, menos la victoria de Uruguay», después del título uruguayo en Maracaná.