Aritz INTXUSTA

Unos sanfermines pensados para Leire y para Ibai, menuda locura

Estos pueden ser unos sanfermines de transición o pueden ser recordados como los últimos sanfermines del cambio. En varios de los actos celebrados en estos nueve días se atisban embriones de unas fiestas futuras más coloridas y mejores, pero también se ha visto el gris de la mordaza. Las fiestas aún pueden retroceder.

Hoy que ya no son fiestas, aflora la majarada que fue ese torpe intento de UPN de forzar las reglas del juego para que la campeona de Operación Triunfo tirara el txupinazo. Vale que es de Mendillorri, pero cuando llegó el cambio a Iruñea se decidió que los políticos ya no tenían derecho a designar lanzador y, mucho menos, a tirarlo ellos porque sí. Ahora la gente vota y la gente votó que lo tirara el grupo de chavales con síndrome Down Motxila 21. ¿Por qué? Probablemente porque sabían que era a los que más ilusión les iba a hacer. Y vista la cara que pusieron, esa gente que les votó acertó de lleno. Más que de ningún otro, estos han sido los sanfermines de Ibai y Leire.

Los sanfermines llevaban demasiado tiempo mirando al exterior, alejándose de los que salen a diario a construir la fiesta y almuerzan en la calle. No sé si contratando a Bisbal para que tire el txupinazo viene más gente y eso es mejor, pero desde luego las fiestas no pueden plantearse así. Estos sanfermines lo han demostrado.

Las fiestas son de los y las iruindarras. Y este año más de «las» que de «los», como se vio en el debate de las camisetas negras. Cuando una fiesta se proyecta cara afuera, no es de extrañar que los de afuera se sientan con derecho a decir qué se tiene que hacer en sanfermines. Afortunadamente, hay mucha mujer empoderada vistiendo blanco, rojo y capucha negra. Las Farrukas acallaron la intrusión a golpe de tambor, demostrando que las feministas de Iruñea son un movimiento vivo y vibrante que no necesita de supervisión. En fiestas, las calles son cada vez más suyas. Y hasta el momento, los datos de ataques a la libertad sexual dan pie a una moderada esperanza.

Por otro lado, no parece anécdota el hecho de que los bares de postín hayan empezado a servir marianitos de 2,5 euros en vasos reciclables, algo que antes hacían ya peñas y txosnas. Anteayer estas eran unas fiestas donde valía todo, y hoy sanfermines son un ejemplo de civismo en la lucha contra los residuos plásticos. Es un gesto y el problema de la basura sigue, pero un gesto impensable cuando los sanfermines se vendían con un «ven y haz lo que quieras».

Los sanfermines cambian y hay que cambiarlos. Hay varios elementos que se han visto consolidados este año y prometen aportar mucho a futuro. Uno de ellos es el despertar de un movimiento antitaurino autóctono. A diferencia del foráneo, que emplea un tono trágico e inculpatorio, este apuesta por una reivindicación festiva a ritmo de txaranga, buscando poner fin a las corridas haciendo propuestas más divertidas que ver una lidia de toros. Están muy verdes y son poquitos, pero el fenómeno resulta un acierto.

Un segundo elemento es la consolidación de esa especie de circo que es Birjolastu, una zona de juego libre y gratuito con un punto educativo donde juegan cientos de niños con productos reciclados. Revolucionario. Un lugar así no atrae a turistas a gastar dinero y por eso era impensable con el modelo anterior. Ahora toca que disfruten los vecinos y todo cambia.

Ya volviendo a Alde Zaharra, Herri Sanferminak parece haber encontrado su sitio. Los colectivos populares se han hecho fuertes como una prolongación natural de Jarauta y suman al barrio propuesta atractiva y diferente. Ahora no es necesario desplazarse del núcleo festivo para disfrutar de todo ese trabajo. Es decir, no es un ghetto.

De todos los actos de este año, lo más impactante ha sido el desfile multicultural del sábado. Más de 1.300 vecinos venidos de todas partes del mundo exhibieron su cultura en una kalejira sin fin, donde se mezclaban txistus con flautas de pan y dantzaris con djembés africanos y banderas gitanas. Mujeres saharauis se reivindicaron parte de la fiesta con velos blancos y las cholitas bolivianas empequeñecidas en ultramarinos desempolvaron sus bombines para toar las calles y aportar a la fiesta. El blanco y rojo decayó en favor de la lentejuela de colores y se atisbaron unos sanfermines del futuro mucho más mestizos, carnavalescos y mejores.

Pero mientras algunos dan pasos para adelante, otros dan pasos hacia atrás. Le persecución policial a quienes piden el fin de la impunidad por Sanfermines del 78 resulta inaceptable e insultante. Los sanfermines tienen un futuro lleno de luz y color, pero podrían volver al gris de la mordaza, el ghetto y el dedazo en el txupinazo con una programación pensada para los de fuera. Una programación donde nada es gratis y los niños ya no jueguen con basura.