El día de ayer en el Tour hace recordar el siguiente de los incidentes, mucho menos graves, que se registraron en la subida de Saint Lary en 2005, que llevaron al director del Tour en ese momento, Jean Marie Leblanc, a anunciar a GARA que iban a tomar medidas para reducir la asistencia de aficionados vascos al Tour, como colocar las etapas de Pirineos entre semana, algo que han mantenido desde entonces salvo alguna rara excepción.
Pero la etapa del jueves dejó en evidencia que el problema del Tour con el público no está en los Pirineos, sino en Alpe d’Huez. La organización mantiene su línea de intentar evitar incidentes con cada vez menos finales en alto en Alpes y Pirineos y todos entre semana. Eso solo provoca que cada vez haya menos aficionados, pero son más los desequilibrados que buscan su cota de protagonismo y los que acuden a emborracharse a Alpe d’Huez como podían ir a las discotecas baleares. A eso se sumó la hostilidad que encontraron el jueves los ciclistas del Sky con abucheos, insultos, pitos y el empujón a Froome.
Christian Prudhomme, director del Tour, concedió ayer una entrevista a AFP en la que decía que «la subida de Alpe d’Huez ha sido lamentable. Los corredores deben ser respetados, es lo que hace la mayoría del público. No silbar y, evidentemente, no tocar a los corredores. El jueves se juntó en la segunda parte de la ascensión un público inconsciente. Incluso si no fue un espectador superexcitado el que hizo caer a Nibali, fue un espectador. No fueron las motos de la Guardia Republicana que hacen un trabajo admirable. Es necesario recuperar la serenidad, respetar a los ciclistas, aplaudir a los que tengan ganas de aplaudir, que el público del Tour sea el de siempre. Para buscar un derribo en el Tour hay que buscar el de Eddy Merckx en 1975. He escuchado silbidos al Sky en Alpe d’Huez como en la salida de la Vendée, pero en el resto de días ha habido calma y pocas pancartas anti-Froome o anti-Sky. Renuevo mis llamamientos a la calma y a la serenidad. Es una paradoja, Nibali, que no pertenece al Sky, está eliminado. En Alpe d’Huez había cerca de 500 gendarmes, 1,3 kilómetros de vallas abajo y los cuatro finales. La curva de los holandeses, tradicionalmente el sector más complicado, estaba controlada con cuerdas. Fue en la segunda parte donde los espectadores corrían detrás de los corredores, les faltaban el respeto. Solo tenían un deseo, mostrarse ante la cámara, hacerse un selfie. No queremos volver a ver eso».
El Tour no espera esos incidentes en Pirineos. Prudhomme añadía que «sabemos que son dos picos en el Tour, Alpe d’Huez y el Ventoux, dos subidas míticas en las que el ambiente es diferente a otras etapas del Tour. Todas las medidas tomadas, todos los mensajes lanzados, no han tenido el efecto deseado, pero en los próximos días no habrá equivalente a lo que hemos vivido. Los últimos años hemos colocado guardias republicanos para apartar a la gente que corre. Lo hicieron hasta la curva de los holandeses, después fue imposible. Y con las bengalas no se veía nada. Para la seguridad lo peor es la falta de visibilidad. Las bengalas no tienen sitio en las carreras ciclistas, además hacen respirar un olor nauseabundo a los corredores». Pese a todo descartaba que la carrera deje de llegar a Alpe d’Huez: «Es una subida mítica en el Tour y lo seguirá siendo».
Entre las múltiples reacciones de los ciclistas destacaron las de dos vascos. Gorka Izagirre, tras conocerse el abandono de su líder, escribió en instagram: «Al final tiene que irse a casa. ASO, tome las medidas necesarias. Lamentable». Omar Fraile señalaba que en el Tour solo hay problemas en Alpe d’Huez «porque vienen a emborracharse y hacer el mongolo. La única solución es vallar de abajo arriba. Iba a veinte minutos y la gente te empuja, se ve que están totalmente borrachos y, cuando se pierde ese respeto, pasan cosas como lo de Nibali. Me da pena porque le he visto trabajar en el Teide y que por una tontería se vaya para casa es vergonzoso».
Y la pena es que para evitar incidentes se aleja a los buenos aficionados con las medidas que se toman. Cada año hay menos gente en el Tour, más problemas para subir los puertos en bicicleta o a pie el mismo día de la carrera, que son los mejores aficionados que puede haber. Uno en la pasada edición de la Vuelta pudo ir el mismo día en bici a la salida, al primer puerto y al final en alto y se podía subir media hora antes de que llegaran los ciclistas y las carreteras estaban abarrotadas de aficionados sin ningún problema. La Vuelta crece y el Tour va a peor porque los verdaderos aficionados están hartos de los obstáculos para subir los puertos y prefieren el Giro. Los que no faltan son los peores, los que solo buscan una borrachera sin control o su momento de gloria en la televisión.