Leila MACOR (AFP)

Cuando el sueño americano se transforma en pesadilla hipotecaria

Hace diez años, Jesús Rodríguez hacía creer a sus hijos que estaba vendiendo los muebles para mudarse con ellos a Disney World. Realmente, necesitaba dinero tras haber perdido su casa, como les ocurrió a los millones de familias víctimas de la crisis en Estados Unidos.

En el salón del apartamento en el que ahora vive de alquiler en Coral Springs, al norte de Miami (Florida), este padre de familia de 57 años recuerda, con un nudo en la garganta, sus problemas inmobiliarios. «Me acuerdo de que mis hijos eran muy jóvenes cuando comenzamos a venderlo todo –relata–. Me decían: ‘Papá, ¿a dónde vamos?’ Y yo les respondía que íbamos a Disney World. Entonces, ellos me preguntaban si Disney era tan caro que teníamos que vender el frigorífico y las camas».

Durante los años que precedieron a la crisis, acceder a la propiedad era muy sencillo. No era necesario demostrar ninguna capacidad de pago: los bancos prestaban todo y los intermediarios ganaban millones revendiendo la deuda.

Rodríguez emigró a EEUU en 2005 con su familia huyendo de la crisis política que golpeaba a su país, Venezuela. Poco después contrató un préstamo para comprar un apartamento, lo que le produjo la ilusión de vivir el “sueño americano”, cuando no ganaba más que 1.250 dólares al mes como empleado de una imprenta. «Mi vecino era repartidor de pizzas y obtuvo el mismo préstamo», comenta.

Como explica la abogada Shari Olefson, especializada en ejecuciones hipotecarias, la crisis fue alimentada por los numerosos préstamos hipotecarios de alto riesgo –las hipotecas subprimes– concedidos por unos bancos que estaban «determinados a ganar mucho dinero».

Pese a la inquietante subida de los precios de la vivienda y las advertencias de los economistas, «muchos estadounidenses sin experiencia en bienes inmobiliarios creyeron que podían convertirse en inversores», añade la experta.

La burbuja finalmente se desinfló, el valor de la propiedad se derrumbó, los intereses aumentaron, las deudas alcanzaron niveles absurdos y la gente dejó de pagar. El 4% de interés que pagaba Jesús Rodríguez aumentó hasta el 14% en un año y su deuda se convirtió en «impagable». Después de una segunda hipoteca, en 2008 la familia debía unos 240.000 dólares por un apartamento cuyo valor había bajado hasta los 49.000.

«Los costos comenzaron a subir y, de repente, el número de préstamos fallidos explosionó –explica Olefson.– A medida de que cada vez más gente era objeto de embargos, la oferta inmobiliaria en el mercado crecía y así comenzaron a bajar los precios. Y se instaló el pánico».

La crisis de las subprime, que comenzó en 2006 aunque alcanzó su punto álgido dos años más tarde, provocó el colapso de los bancos y las instituciones financieras. Su espectacular repercusión a lo largo y ancho del mundo dio lugar a la peor depresión económica desde los años 30 del siglo pasado.

Según un informe de 2009 realizado por RealtyTrac, sociedad especializada en datos inmobiliarios, en 2008 hubo un record de «expedientes de ejecución hipotecaria». En total, alrededor de 3,1 millones se abrieron aquel año en Estados Unidos, un 81% más que el ejercicio anterior y un 225% más que en 2006. Entre los estados más afectados se hallaban Nevada, Arizona y Florida, donde el 4,5% de los bienes inmobiliarios se vieron afectados por un dosier de este tipo.

¿Y ahora qué?

Ironías de la vida, Jesús Rodríguez trabaja hoy día como asesor financiero para una compañía de seguros. «Ayudo a las personas para que no se hundan como me pasó a mí, para que no se endeuden tanto –comenta–. Les enseño a preocuparse por su independencia financiera, sus ahorros, su fondo de pensiones y ese tipo de cosas. Es como devolver un favor».

Los expertos estiman que el sistema financiero ha aprendido de sus errores y que es poco probable que se produzca una nueva crisis hipotecaria de la misma magnitud, en gran parte porque ahora es más difícil acceder a un préstamo.