Beñat ZALDUA

El suflé catalán está hecho de hormigón armado

Había dudas de cómo llegaría el soberanismo a la cita con la calle tras el año más complejo, pero la Diagonal a rebosar con cerca de un millón de personas calmó ansiedades y recordó al independentismo su fuerza. Primera parada de un ciclo que llegará hasta el juicio al 1-O.

A estas alturas el suflé catalán se le debe estar haciendo bola a más de uno. Por sexto año consecutivo, y por primera vez con presos y exiliados políticos tras el otoño que lo cambió todo, centenares de miles de catalanes volvieron a salir ayer a reclamar la independencia. No hay en Europa movimiento social capaz de movilizar a tanta gente de forma tan mantenida. Y sin romper un plato. El souflé no llevaba levadura, sino hormigón armado. Y no se desinfla.

A las 16.15, en el backstage del final de una Diagonal todavía bastante vacía, al lado del simbólico muro que la ola sonora debía tumbar una hora después, trabajadores de ANC y Òmnium yacían exhaustos en la disputada sombra de la Diagonal. Cualquiera diría que la movilización había acabado. Para Cora, Gemma, Dani, Anna, Adrià, Roger, Ainhoa y tantos otros, sí. La suerte estaba echada de nuevo y la pelota estaba en la calle, el lugar en el que empezó todo. A la ciudadanía le tocaba jugar con ella, y ganas para ello, por lo que se ve, no faltan.

Las horas previas a la manifestación vespertina, una vez acabados los paseos matutinos entre la estatua de Rafel Casanova y el Fossar de les Moreres, siempre son un impasse cargado de expectativa. Los segundos parecen minutos ante la conciencia de que, cuando todo empiece, serán las horas las que pasen como segundos. Los más previsores apuran la comida bajo la sombilla traída desde casa, los tractores llegados de toda Catalunya ocupan las vías del tranvía, cada emisario internacional saca su bandera –la primera fila hubiese hecho las delicias de Sheldon Cooper ayer– y en una zona VIP de laxa entrada grupies de todo tipo salen de caza en busca de la foto con el héroe independentista del día. Los hay para todos los gustos.

El hamster y el Rey

Todo ello ocurría a escasa distancia de un muro de ocho metros de altura y 46 de longitud que ayer se convirtió en protagonista de la movilización. En él, entre pintadas independentistas, tres grandes bloques simbolizaron los elementos a derribar. El primero, todo un aviso a navegantes en el seno del mismo soberanismo: una rueda de hamster representando el «procesismo» y el regreso a la demanda de un referéndum pactado. El día anterior, desde Lledoners, Oriol Junqueras había situado ese plebiscito acordado con el Estado como condición indispensable para la independencia. Hay mucho que coser todavía en el seno mismo del independentismo, empezando por la búsqueda de una estrategia común. El paso previo, volver a encontrarse, lo dieron ayer.

Los otros dos bloques generaron mayor consenso. A la izquierda, un 155 bien grande con unas manos ligadas debajo, símbolo de la represión y del asalto a la autonomía. Y en el centro, un Rey de bastos boca abajo, con una porra en la mano, representando el adiós a la monarquía para «hacer efectiva la república», lema de la movilización de ayer. Eso sí, el panel del rey que había caído sin problemas durante los ensayos se encayó a la hora de la verdad, cuando la ola sonora de cerca de un millón de personas que partió a las 17.14 desde la plaza de Glòries había llegado al final de la Diagonal.

Finalmente se desplomó, pero costó bastante más de lo previsto. Fue una involuntaria pero sugerente alegoría: esto no va a ser nada fácil, pero a estas alturas todos lo saben. Las Diadas de 2014, 2015 y 2017 fueron anunciadas como la última movilización antes de la independencia. Ya no. Ya no existe una fecha final, sino hitos en un camino que se sabe largo.

Tras las efemérides de este otoño, el próximo hándicap llegará con el macrojuicio al 1-O, que las previsiones más optimistas sitúan ahora en diciembre y que la admisión a trámite del recurso de amparo de Forcadell ante el TC por la recusación del juez Llarena –conocida ayer– podría volver a aplazar.

Será un punto de inflexión al que independentismo podrá llegar con la moral alta, después de hacer ayer buenas las palabras escritas en un oscuro 1954 por el historiador Jaume Vicens Vives, padrino del recientemente fallecido Josep Fontana, que aseguró que el pueblo catalán «es refactario a la pasividad, la peor de las enfermedades que pueden carcomer y malograr a los pueblos. Se hunde, vuelve, cae, se levanta, en un ininterrumpido proceso de mengua y recuperación».