Nerea GOTI
BILBO
Entrevue
AMELIA TIGANUS
FEMINISTA, FORMADORA Y ACTIVISTA EN EL PROYECTO FEMINICIDIO.NET

«Si hay dinero a cambio, dejas de hacer con tu cuerpo lo que quieras»

De origen rumano, Amelia Tiganus (Galati, 1985), sufrió explotación social en el Estado español. Feminista, activista y formadora, trabaja en el proyecto social Feminicidio.net, en la prevención, formación y sensibilización sobre prostitución, trata...

Describe la prostitución en términos de mercancía de países empobrecidos para atender una gran demanda.

No me refiero a las prostitutas, sino a un auténtico sistema prostitucional que tiene sus cimientos sobre el patriarcado, el capitalismo y sobre la colonización de los cuerpos de las mujeres de países empobrecidos. Mayoritariamente en el Estado español, la demanda de prostitución se abastece de países del sur, de países empobrecidos, no pobres. Esos países se convierten en auténticas fábricas de crear esa identidad de puta. Los recursos naturales se están acabando pero todos los países tienen mujeres y las mujeres en los países empobrecidos nos convertimos directamente en mercancía, explotadas y vendidas por nuestros propios estados que no invierten en igualdad, en nuestros derechos, porque entonces sería mucho más difícil que nos convenzan de que lo mejor que podemos hacer es satisfacer sexualmente a los hombres del primer mundo. Es un negocio redondo.

Hablo de la mal llamada industria del sexo, de proxenetismo global, de gente que cotiza en bolsa, incluso. Hay muchos intereses económicos, políticos, e incluso geopolíticos para que la rueda siga girando y haya demanda. Se genera demanda. Últimamente vemos cómo la prostitución ha cambiado, es algo normal. Tenemos que ir viendo mas allá y entender que esto tiene que ver con todo un sistema que nos prostituye, mayoritariamente a las mujeres empobrecidas y lo que las feministas llamamos la feminización de la pobreza, la falta de oportunidades, la falta de autoestima, de falta de empoderamiento, de vida… La mejor manera de fabricar la identidad de puta es a través de la violencia sexual. Los proxenetas se han dado cuenta, estamos en una situación muy vulnerable y la sociedad se encarga de marginarnos, de señalarnos y de ponernos la etiqueta de putas, de que no valemos para más. Y ellos mismos, los mismos que han ejercido esa violencia sexual, porque trabajan en red, son los que después nos ofrecen una supuesta salvación, se convierten en nuestros protectores. Las cuestiones físicas, los traumas, todo lo que hay detrás habría que mirarlo cuando hablamos de voluntariedad, es el consentimiento viciado.

A raíz de la polémica por el sindicato OTRAS, la cuestión que está en el centro del debate es si puede haber relación laboral y cómo se pacta cuando el medio es el propio cuerpo.

Se nos acusa a las abolicionistas de estar en contra de que las mujeres en situación de prostitución se autoorganicen y no es cierto. Hay varias asociaciones a lo largo y ancho de todo el Estado español. El problema es que en este caso estamos hablando de un pseudosindicato que se hace llamar sindicato. En sus mismos estatutos ponía que se puede afiliar cualquier trabajadora por cuenta ajena. Esto, aquí, en el Estado español y hablando de prostitución, significa una mujer que está bajo las ordenes de un proxeneta. Y si convertimos al proxenetismo en una patronal, y si hablamos de explotación sexual se convierte en explotación laboral.

Los únicos que ganan son los proxenetas porque pasarían a ser respetables empresarios. Lo que ha conseguido la alegalidad en el Estado español es que nuestras carteras estén plagadas de auténticos campos de concentración, que haya cada vez más pisos, cadenas que también controlan los proxenetas… Todo esto está pasando, proxenetas que son propietarios de locales de alterne, empresarios de ‘ocio’, porque eso somos para esta sociedad y para esos hombres con los que pretendemos vivir en igualdad. Somos diversión, somos ocio y el mismo estado pone a disposición de los hombres lugares físicos donde se puedan resguardar y puedan seguir ejerciendo la masculinidad hegemónica, donde pueden reforzar sus creencias de siempre y denigrar a las mujeres para obtener esa plusvalía de género.

Sin embargo, a veces se ven como un espacio de protección.

¿Pero qué tipo de protección? Si realmente creemos que las mujeres que estamos en situación de prostitución tengamos protección, para eso no tenemos que cotizar a la seguridad social, tenemos que tener derecho a la salud, derecho a la protección, que no se nos persiga, que se nos ofrezcan salidas laborales, ayuda económica, que se cubra nuestro derecho a la vivienda, a una vida digna… Se nos olvida un derecho fundamental, del derecho a la igualdad y esto tiene un claro componente de genero, choca de frente con la igualdad y con todo lo que estamos proponiendo en una sociedad civilizada.

¿Acceder a los servicios de la prostitución es en todo caso un ejercicio de dominación?

Es un ejercicio de poder, porque son los hombres los que tienen la riqueza, el dinero. Nosotras cada día estamos peor. No hay trabajo... ¿Cual es la solución? Legalicemos la prostitución, que sea un trabajo y ya no hablamos de desempleo, de paro de mujeres, de brecha salarial… Tenemos que tener en cuenta que no hablamos de las otras, sino que somos todas nosotras las que estamos en esa situación por haber nacido mujeres. Si no acabamos con esto probablemente el día de mañana nos ofrezcan ese trabajo en el Inem y ¿qué problema vamos a tener? Estamos hablando de la sexualidad, y la sexualidad implica nuestro propio yo. No estamos hablando de apretar tornillos. Estamos hablando de algo que nos hace sentir dueñas de nuestra propia existencia o perdemos el control sobre ella. También dicen «que hagan lo que quieran con su cuerpo», el momento en el que recibes dinero a cambio es en el que dejas de hacer con tu cuerpo lo que quieras.

¿Qué hay de las mujeres que defienden el derecho a disponer de su cuerpo e incluso una función social hacia personas que no podrían tener una vida afectivosexual de otro modo?

Quiero aclarar que no tengo nada en contra de estas mujeres. Es más, hay muchas mujeres que no pueden vivir de otra manera, no tienen alternativas, no tenemos políticas publicas que nos den salida. Nosotras no somos el problema, el problema es el sistema. Y luego esa cosa de que los hombres no podrían acceder, que no tienen otra salida, es falso, la mayoría de los hombres que demandan prostitución son hombres en pareja, cada vez más jóvenes, y que no tendrían ningún problema en tener sexo con sus iguales. Pero ellos no quieren tener sexo de igual a igual, no quieren reprender su sexualidad. Y si no sabes relacionarte, si tienes problemas, vas a terapia, no vas a humillar mujeres. Y si tanto te interesa la situación de las mujeres, les das el dinero sin penetrarlas por todos los agujeros.

Sobre la cuestión del estigma, de no tener voz... ¿qué opina?

Tampoco cuando hablamos de violencia sexual dan la cara las violadas. Es muy cruel pretender que ahora salgamos todas a exponer nuestras miserias y todo nuestro yo. Eso me parece cuanto menos injusto. Tenemos que ser capaces de poner esto dentro de un marco, el estigma está ahí y tiene que ver con cómo nos trata la sociedad. Ese estigma se construye principalmente por responsabilizarnos a nosotras de nuestra situación, «nos gusta», «nos lo hemos buscado», o el «es su problema». Este es un problema estructural, social, político. Esto va mucho mas allá. Para combatir el estigma creo que lo que tenemos que hacer es no seguir diciendo ‘es lo que quieren’ porque es lo que lo alimenta. Entender que las otras somos nosotras, y que ese «hermana yo te creo» nos tiene que llegar a nosotras, a las mujeres prostituidas, para que tengamos la oportunidad de sentarnos y contar nuestra historia, si queremos y solo si queremos, como tampoco vamos a obligar a ninguna otra víctima de violencia de género reconocida por ley, porque la prostitución es violencia de género.

¿En qué términos cree que se está dando el debate en el seno del movimiento feminista?

Creo que la clave es entender que abolicionismo no es prohibicionismo. Cuando contraponemos la postura regulacionista a la abolicionista, estamos hablando de otra cosa, en esa ecuación sería regulación o prohibición, y nosotras estamos hablando de abolición, de una transformación social que va a durar años y años, de que necesitamos exigir políticas públicas que nos ofrezcan salida laboral, formación, terapia… para no atarnos a nuestros verdugos.

Si con las mujeres en violencia de género en la pareja hemos impulsado todas estas políticas, ¿por qué a las prostitutas les queremos dar un carné de puta y con eso pensamos que solucionamos el tema? Tenemos muchos temas en los que estamos de acuerdo, todas estamos de acuerdo en la necesidad de crear esas políticas, en que se persiga al proxenetismo, en que los profesionales que están en contacto directo con estas mujeres tengan formación multidisciplinar, desde formación feminista hasta en sicología, antropología, sociología… Vamos a estar de acuerdo en que en los institutos se dé educación sexoafectiva, para que el día de mañana los hombres nos traten de otra manera y que entiendan que el placer y el deseo tienen que ser mutuos y compartidos. Viendo todo esto, no sé por qué no somos capaces de sentarnos. Por un lado, reconocer el trabajo sexual implica legalizar a los proxenetas, ahí no nos vamos a poner de acuerdo pero, mientras tanto, las mujeres sufren una y otra vez vulneración de sus derechos básicos. Nos preocupamos porque los hombres no tengan el derecho de acceder, «qué van hacer pobrecitos», y nos perdemos en un mar de cosas que no nos llevan a ningún lugar. Hay muchas mujeres en prostitución que no tienen una vivienda, vida social, que no tienen salida, hablemos de esto si queremos el bien de las mujeres.