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Ni amigos ni enemigos, ni fontaneros ni milagreros

El Grupo Internacional de Contacto cierra también la persiana. Desaparece de escena con ello un órgano cuya procedencia y misión no siempre se entendieron.

La incomprensión, sobre todo española, pero también un recelo muy vasco han acompañado la trayectoria del GIC desde 2011 hasta aquí. Incluso antes, porque su alma mater, Brian Currin, había asesorado a la izquierda abertzale cuando esta se lo había pedido ya en anteriores procesos. De ello se sirvieron instituciones, partidos y medios del Estado para despreciar al Grupo desde el principio. Para ellos, Currin era un mero empleado de Arnaldo Otegi, cuya libertad además no dejaba de recomendar, y los suyos. Y en el mejor de los casos su función iba a ser construir una pista de aterrizaje para el fin de la lucha armada. «Parece que media, pero entre Batasuna y ETA», dijo Rubalcaba malévolamente.

La mentira se vino abajo cuando Currin hizo grupo con Raymond Kendall, secretario general de Interpol quince años, o Alberto Spektorowski, exasesor de ministros israelíes. O cuando trajo a Aiete a Pierre Joxe, todo un exministro francés de Interior. La desconfianza cambió entonces de bando. Pero esto no iba de amigos y enemigos.

Otra de las descalificaciones habituales ha sido considerarles «fontaneros» en una especie de industria de la paz. Si esto buscaba minusvalorarlos, el prisma internacional demuestra que el GIC o la CIV las han integrado mucho más que «manitas». Sus miembros (con Jonathan Powell como líder en la sombra y a veces bajo el sol) habían trabajado antes en Irlanda, Sudáfrica, los Balcanes o Sri Lanka, y lo han hecho después en Colombia, Palestina, Libia y demás. Tal periplo muestra un necesario hilo conductor; no eran gremios contratados para la ocasión, sino representantes de la comunidad internacional.

Pero esto tampoco los convertía en hacedores de milagros. Currin asume sin tapujos que nunca lograron la implicación del Gobierno del PP, lo que hizo que la hoja de ruta de Aiete tuviera que reconvertirse a esquema unilateral y que la comunidad internacional quedara abocada a influir por otras vías, como las sentencias europeas, la próxima al caer.

La tercera confusión también venía de origen:&punctSpace;considerar mediadores a quienes solo eran facilitadores. El rediseño del proceso por la cerrazón española ha hecho que finalmente se entienda mejor lo que inicialmente ya era explícito: que el mandato del GIC estaba centrado en Euskal Herria, no en Madrid ni París.

Es aquí donde ha habido un deshielo evidente y por eso el Grupo da por cerrada su misión. Los partidos y agentes vascos pueden volar solos.