A.INTXUSTA I.SALGADO A.ROBLES

Los castañeros han regresado, pero los castaños se fueron hace más de un siglo

Las locomotoras de carbón venden la docena de castañas por dos euros en un cucurucho de papel. Los castañeros vuelven a las capitales de Euskal Herria con las noches frías. Traen castañas de Galiza, pues un hongo acabó con los castaños vascos en el siglo XIX.

Clementino se calienta junto al brasero de carbón de su puesto en Gasteiz. Vende las castañas a 20 céntimos cada una. Los peores días son cuando llueve. «Suelo mojado, cajón seco», sentencia. Enciende su locomotora a las 16.30 y la cierra a las 21.30. Además de este puesto en el que asa sus castañas gallegas, Clementino mantiene otros cuatro puntos de venta más con personas contratadas. Calcula aguantar hasta enero. «Como es una fruta, no sabes ni cuándo empiezas ni cuándo terminas».

Otro vendedor, Jon, dice que las ventas han empezado bien y que conforme vaya entrando el frío, mejorarán. «También depende de cómo vengan las castañas, porque el año pasado llovió poca y se notó». Pararán cuando se les agoten los almacenes. Calcula que será en la primera quincena de enero. «Me gusta el trabajo, pero el problema es el frío», comenta.

Aroa y Silvia, castañeras de Bilbo, cuentan que algún año la temporada se ha alargado hasta febrero. Incluso hasta marzo, asegura Silvia, que es la veterana. Aroa se estrena en esto y solo quiere «algún dinerillo» mientras estudia maquillaje. En la capital vizcaina las castañas son un poco más baratas. Dos euros la docena y suelen vender en torno a medio saco de 15 kilos. Las castañas que manejan llegan desde Galiza hasta Alesón, en La Rioja, donde las criban por tamaños. Los puestos donde trabajan los gestiona la empresa El Castañero. Tiene seis puestos en Bilbo y 17 más, en otros puntos de Bizkaia.

En Mercaderes, en Iruñea, Harold vende docenas de catorce castañas. Su horno no tiene forma de tren, porque lo diseñó y mejoró el mismo castañero. Lleva 33 años asando en distintas esquinas de Alde Zaharra. «Los puntos de venta salen a subasta, pero prima la antigüedad», asegura. Cree que en Iruñea se hace bien, porque se exige que quien gane la subasta sea el que trabaje. «Pongo siempre de dónde traigo estas castañas. Estas son de Málaga. Aquí hay poca y gran parte viene agusanada».

La tinta mató los castañares

El castaño, tanto por su madera noble como por sus frutos, tuvo gran importancia en la economía vasca. Tanta, que su uso se regula en las leyes forales, que distinguían los derechos al suelo y vuelo de los castañares. La explotación de estos árboles en los comunales estaban reguladas y los baserritarras los cuidaban y plantaban. Fue a finales del siglo XIX cuando todo cambió. Una epidemia de «tinta», una enfermedad provocada por un hongo también conocida como «la peste del castaño», diezmó los castañares vasconavarros entrando por Iparralde. Diversos escritos documentan cómo distintos baserris quedaron perdidos en el monte, ya que estaban ligados a esos castañares que murieron.

Después de la tinta, llegaron las guerras. La del 36 y las dos mundiales, que aumentaron el interés por el castaño para fabricar culatas. El precio del castaño subió, la pobreza era extrema y los árboles se cortaron.

Seguida a la desaparición de los castañares por la tinta (cuya llegado se estima en torno al año 1870), los bosques de Euskal Herria sufrieron otra plaga casi igual de terrible, el oídio del roble de 1907. Los agricultores tuvieron tanto miedo por lo que habían sufrido los castaños, que optaron por talar los robledales en cuanto veían algún síntoma del hongo. Como consecuencia, el precio de la madera de este árbol se disparó y el efecto dominó impulsando nuevas talas. Castaños y robles, a partir de entonces, dieron paso a plantaciones de pinos y a pastos para vacas. Aun con todo, perviven algunos hermosos castañares con árboles centenarios en distintos puntos de Euskal Herria. Uno de los más famosos está en Labaien, Nafarroa. Eso sí, siguen siendo demasiado pocos para rellenar todos los cucuruchos.