David GOTXIKOA

30, 45 y 60 minutos de eclecticismo en prime-time

Para romper el hielo, salvar la barrera del idioma y meterse a la audiencia en el bolsillo, muchos artistas internacionales no dudan en echar mano de recursos tan manidos como halagar la gastronomía local o vestir algún detalle de indumentaria inequívocamente autóctona.

Algunas ocurrencias de este tipo resultan brillantes –pensemos en los Beatles con el icónico sombrero cordobés– y otras desastrosas, como cuando el bajista de Ocean Colour Scene decidió embutirse una camiseta de “La Roja” en su primera visita a Barcelona.

Son gestos de complicidad que el público agradece pero hay que trazar con escuadra y cartabón, para evitar clichés gastados o incurrir –cuerpo a tierra– en lo que se conoce popularmente como “epic fail”.

A modo de introducción, el concierto de Crystal Fighters contó con una pareja de txalapartaris –que muchos bilbainos asiduos a la Plaza Nueva reconocieron de inmediato– y, mediado el show, con un grupo de dantzaris que aportó algo de contenido visual a la pasarela central. Pero en la fórmula del heterogéneo colectivo británico el folklore euskaldun es algo más que un barniz cosmético, su pop indie hunde sus raíces en multitud de culturas y folklores, desde África y Latinoamérica a Euskal Herria. Éxitos como “I love London”, “Plage”, “Boomin’ in your jeep”, “Love is all I got” suenan a muchas cosas y a ninguna en particular, explotan y descargan su confetti como piñatas gigantescas con una vocación unívoca: es música ancestral, festiva y ceremonial que buscar hermanar al público y hacerle bailar con los brazos en alto. Lo consiguieron.

Y llegó el turno de los británicos Muse. Aquel trío que en sus inicios recordaba a unos Jeff Buckley y Radiohead sobreamplificados hoy remite a los U2 más mesiánicos y pasados de rosca, a Queen en su vocación más desatada y operística y a Pink Floyd en su puesta en escena y en su grandilocuencia. Entre detonaciones, lenguas de fuego y pirotecnia todo resulta tan afectado y kitsch que, alehop, en directo consigue resultar excitante en su espectacular decadencia y su concierto llegó a hacerse más corto de lo que en realidad fue por exigencias del guión: “Psycho”, “Pressure”, “The Dark Side”, “Starlight” o “Plug in Baby” sonaron atronadoras en la voz de Matt Bellamy, un frontman fantástico que maneja a su público como quiere y lo eleva a la estratosfera. Un espectáculo inteligente.