Ainara LERTXUNDI
Entrevue
ANA MARIANI
PERIODISTA ARGENTINA AUTORA DEL LIBRO «LA CUCA»

«La Cuca representa lo peor de la dictadura y de los centros clandestinos de detención»

La periodista argentina Ana Mariani tiene una larga trayectoria en el campo de los derechos humanos. En su último libro, “La Cuca. La única mujer sentenciada a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad”, retrata a la expolicía Mirta Graciela Antón.

Entre setiembre y finales de octubre de 2016, la periodista argentina Ana Mariani se entrevistó en prisión cinco veces con la expolicía Mirta Graciela Antón, alias La Cuca, condenada el 25 de agosto de aquel año a cadena perpetua por delitos de lesa humanidad cometidos en el Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba, conocido como el D2, donde se incorporó en 1974, con 20 años. Lejos de reconocer los hechos, La Cuca, hija, hermana y esposa también de policías, se declara «total y absolutamente inocente» y niega que participara en las sesiones de tortura. Sin embargo, quienes pasaron por sus manos aún la recuerdan como «la más fría y calculadora». «Actuaba con odio, con rencor», subrayan exdetenidos que la conocieron en el citado centro de detención clandestino. En su libro, Mariani retrata a esa mujer que «representa lo peor de la dictadura y de los centros clandestinos». Y lanza la siguiente reflexión: «¿Cómo fue posible?».

Su primer encuentro en prisión con La Cuca fue el 19 de setiembre de 2016. ¿Qué ha supuesto para usted entrevistarla, a sabiendas del papel que jugó en el D2 y tras escuchar los testimonios de exdetenidos que sufrieron sus torturas?

Me costó cuatro años tomar la decisión de entrevistarla, porque siempre tuve dudas sobre si había que darle voz a los genocidas. Me preparé desde todos los puntos de vista, indagué sobre los testimonios que había sobre ella. Desde hace tiempo hago sicoanálisis, lo cual me ha reforzado para afrontar este tipo de situaciones. Primero, tuve que ahuyentar mis fantasmas para poder entrevistarla. Durante esos encuentros traté de poner mi mente en blanco; hacer a un lado todos los temores. Traté de limitarme a observarla y a centrarme en lo que quería averiguar de ella. Pero, sin duda, este trabajo me dejó muchas marcas que voy superando con el tiempo. Llegué a la conclusión de que era necesario que la gente conociera las distintas facetas de una genocida. Te diría que ha sido la escritura más difícil de mi vida; todo lo que venga después no será comparable a enfrentarte a una genocida.

Cuando una de las detenidas recuerda cómo saltaba sobre su abdomen con sus tacones altos, ella dice en tono sarcástico que «no habrá sido tan mala si ponía antes una almohada». ¿Como periodista y activista en derechos humanos, cómo encaró este tipo de comentarios?

Fue muy difícil. Cuando ella decía esto, para mí era sumamente difícil seguir adelante. Eran palabras que se me hacían muy difícil de escuchar. En esos momentos, trataba de dejar la subjetividad a un lado y seguir sin que se me notara. Te puedo asegurar que el día en que no me recibió, cuando llegué al coche, me desplomé y sentí que me había quitado una mochila de encima. Sentí alivio y ahí comencé el camino de tratar de superar las propias marcas. Fueron momentos muy duros. Mi deseo era ofrecer esto para tratar de no repetir ese infierno. Y ese objetivo estaba por encima.

La Cuca se declara «total y absolutamente inocente», asegura que la confunden con otra persona y sugiere en varios momentos que los crímenes de los que se le acusa fueron cometidos por su marido ya fallecido, el también policía Raúl Buceta, alias Sérpico.

La negación vive en ella. Podría estar en manos de sicólogos saber cuál es su patología, pero nunca estuvo en mí juzgarla en el libro ni tomar partido. Las conclusiones las puede sacar el lector. Llega a decir que «es tan grande la injusticia que se está cometiendo» con ella que «no tiene dimensión». Y amenaza con querellarse contra el tribunal, contra todos.

Uno de sus grandes dilemas a la hora de escribir este libro fue si se debe dar voz a los genocidas. ¿Qué aporta escuchar el testimonio en primera persona de ellos?

Con el tiempo me fui dando cuenta de que había que darles voz para entender mejor qué nos pasó. Cuando hago una investigación parto de una serie de preguntas: ¿qué nos pasó, por qué pasó y cómo fue posible esto? Yo creo que darles voz a ellos es a lo mejor encontrar algunas respuestas a esas preguntas, nos puede dar una idea de qué y por qué nos pasó aquello. Mi objetivo a la hora de escribir este libro era dar a conocer quiénes son ellos. Leyendo entre líneas, puedes llegar a comprobar quiénes son.

En sus testimonios, los supervivientes coinciden en destacar la juventud de Antón, su crueldad y saña y su participación activa en las sesiones de tortura. En el imaginario, los torturadores se asocian al género masculino y hay muy poca literatura sobre mujeres torturadoras.

Exactamente. En nuestro imaginario existe esa idea. A ello hay que sumarle su edad. Recuerdo especialmente el relato de Lisa, con quien después estuve personalmente. Después de leer sus testimonios –aportados durante la megacausa de La Perla y otros procesos judiciales–, traté de conocer y de charlar con ellos. Hasta el día de hoy, Lisa no entiende la brutalidad de esta mujer; en algunos operativos era incluso la que daba las órdenes cuando, por ejemplo, entraban en las casas a secuestrar a las personas. Las mujeres detenidas se sorprendían de cómo ella capitaneaba al resto. Era bastante fuerte para la mujer ver a otra mujer en esa tarea.

Pero La Cuca no era la única mujer policía que torturaba. En el libro aparecen otros nombres como la Tía Pereyra. Incluso uno de los exdetenidos dice que, entre comillas, tuvo suerte porque cuando lo secuestraron ella estaba de vacaciones.

Ahí te das cuenta de la personalidad y de la crueldad que llegó a tener la Tía Pereyra, que de alguna manera fue la maestra de La Cuca, aunque ella lo niega, si bien al mismo tiempo alega en su defensa que la confunden con la Tía Pereyra, que tenía cuarenta años cuando operaba en el Departamento de Informaciones, que fue un infierno.

¿Cuál fue la reacción de los exdetenidos cuando les dijo que quería hacer este libro?

En general, fue buena. Quizás si yo no hubiera contado con una trayectoria en derechos humanos, me hubiera sido más difícil. Después del primer contacto, siempre les dejo tiempo para pensar porque sé qué es volver a pasar por el infierno que supone volver a relatar lo vivido. La mayoría dio su consentimiento porque entendieron que era importante dar a conocer la tara de estos personajes.

Sorprende que la mayoría de los secuestros y denuncias de tortura en el centro clandestino D2 ocurrieron incluso varios años antes del golpe de Estado de 1976.

Graciela entra como policía en el D2 en año 1974, con solo 20 años. Los hechos ocurridos en Córdoba fueron terribles incluso mucho antes del golpe de Estado de Videla.

Afirma en su libro que «Córdoba es el rostro anticipado del país». ¿Podríamos catalogar esta provincia como un laboratorio represivo?

Sí. Tanto en este caso como en otras oportunidades históricas, se ha destacado por ser una especie de laboratorio de lo que vendría después.

En su anterior trabajo se adentró en el centro clandestino de detención y exterminio La Perla. ¿Qué representa para la historia reciente argentina?

Fue uno de los peores campos de concentración del país. Podríamos decir que está en tercer lugar después de la ESMA y Campo de Mayo. Fue de una gran crueldad. Luciano Benjamín Menéndez, quien comandó el Tercer Cuerpo del Ejército, tenía bajo su dominio once provincias. Él hizo pie aquí en Córdoba y La Perla fue uno de los campos de concentración más crueles.

Volviendo a La Cuca, en un momento le dice que «cree en el Gobierno que tenemos ahora. Macri es muy inteligente». ¿Le sorprende esta reflexión?

En realidad no me sorprendió de ella. Evidentemente, quienes impulsaron los juicios fueron Néstor Kichner y Cristina Fernández. Los juicios son una realidad, por supuesto, gracias a la acción de los organismos de derechos humanos y porque la sociedad ya estaba preparada y se fue preparando mucho más después para estos juicios. Estos represores tenían confianza en un gobierno que se sabía que iba a ser neoliberal y que les podía dar algún tipo de beneficio. Ella no se refiere a que los puedan amnistiar, pero sí una reducción de penas. Estamos viendo que se están otorgando prisiones domiciliarias. Al Gobierno actual no le interesan mucho los juicios por delitos de lesa humanidad.

¿Teme que, además de una ralentización de los juicios, se quiera despertar nuevamente la teoría de los dos demonios?

Sí. Hay una ralentización en los juicios, se nota. La teoría de los dos demonios vuelve a resurgir con bastante fuerza en estos momentos; incluso, la defensa a ultranza que se está haciendo en algunos casos de las prisiones domiciliarias de los mayores genocidas.

La Cuca muestra resentimiento hacia la Policía y los militares, a quienes achaca que los han dejado «abandonados».

Ella tiene un resentimiento muy grande con la fuerza policial. Hace la diferencia con los militares. En el juicio quedó patente la diferencia entre militares y policías. Los militares los miran por encima del hombre porque los consideran inferiores. Ella en las entrevistas lo decía con bastante resentimiento. En un momento, me dice irónicamente «mirá vos, cómo ellos terminaron también con las cadenas perpetuas igual que nosotros».

Pero aún así, tanto policías como militares mantienen el pacto de silencio.

Sí. Después de todo lo que he visto en los juicios y de lo que he andado en esto, creo que no se va a romper nunca. Yo no tengo esperanzas de que eso suceda, de que alguien hable.

Aparte de la negación, es muy común el desmerecimiento de los testimonios de las víctimas.

Es una cuestión reiterativa en ellos. Ellos tuvieron cuantas veces quisieron el derecho a la palabra, cosa que no tuvieron quienes fueron secuestrados. Cuando hacían uso de ella, era habitual que desmereciesen a los testigos. Los represores llegaron a decir cosas horribles, impensables.

¿Qué simbolizan La Cuca, Sérpico…?

Este tipo de personas representan lo peor de la dictadura y de los centros clandestinos de detención. Consideré importante plasmarlos en este libro y nombrarlos porque son poco conocidos. Coincido con la teoría de la banalidad del mal de Hanna Arendt y con Ricardo Ragendorfer cuando dice que los genocidas no son monstruos, sino personas comunes y corrientes. El carácter de normalidad es lo que traza la monstruosidad de esas vidas. Pueden torturar, asesinar o violar y cuando llegan a sus hogares lo hacen como si llegaran de cualquier otro trabajo. Pueden acariciar a sus hijos, saludar a todos los vecinos del barrios… eso les da un carácter de seres comunes que no los asocias realmente a los monstruos. Esa es la idea que tengo de ellos, más cuando estás con ellos. La Cuca fue amable conmigo.