Para unas generaciones de vascos y vascas, Xabier Arzalluz representa la «Política» con mayúsculas. Lo tenía todo para ser así: inteligencia, astucia y poder. Y tenía partido, un partido con una tradición política potente y consolidada durante un siglo entero. Un partido del que él hizo un movimiento institucional, un fenómeno político como pocos en el contexto europeo.
Desde esa perspectiva, unos lo veneraron como a un Dios y otros lo detestaron como a un demonio. Siendo un gran abertzale, su tendencia a la concertación con los poderes del Estado español gestó una trayectoria política con luces y sombras. El tiempo, quizás, ofrecerá un relato más ajustado de lo que realmente fue su vida política.
Hoy mismo, poco antes de conocer la noticia de su muerte, Iñigo Urkullu declaraba en el Tribunal Supremo en Madrid en el juicio contra el independentismo catalán. Parece una broma cósmica que Arzalluz haya muerto el mismo día. Tras la noticia de su fallecimiento, las crónicas de la jornada en Madrid adquieren una dimensión histórica algo más profunda.
Creo que más que dos almas, el PNV tiene dos visiones sobre la relación entre poder y democracia. Iñigo Urkullu y los suyos creen que su poder deviene de la institucionalización vasca, de su control. No les gusta demasiado el país tal y como es, no se acaban de fiar de él, por lo que prefieren acordar las cosas entre los partidos y luego, si eso, refrendar esos acuerdos. Así se ha hecho, y así ha de ser. Juan José Ibarretxe y los suyos, creen que su poder emana de la voluntad popular. Con el Estado siempre gana el Estado, por lo que el camino es lograr el respaldo suficiente para forzar un cambio en las relaciones de poder con él.
Hoy mismo, en una cadena de televisión española, Andoni Ortuzar defendía que el PNV no es un partido de derechas y que se inscribe dentro de la socialdemocracia europea. En su momento, a Arzalluz le hubiese escandalizado esta idea. Eso sí, tampoco hubiese tenido problema para asumirla, si era necesario.
Dicho esto, pienso que a unos dirigentes jeltzales y a otros, si se les pregunta a quién quieren más, a su mamá o a su papá, siempre te responderán que a su partido. Esto es parte del legado de Xabier Arzalluz.
Sin embargo, me gustaría fijarme en otra parte de su legado. Habiendo sido parte de quienes vivieron esa fascinación por su figura, mi primer pensamiento ha sido para su hija, Miren Arzalluz. Para empezar, porque que se te muera el padre es terrible. Más allá de eso, para quienes no lo sepan, es una experta mundial en el modisto Cristobal Balenciaga, fue directora de su museo en Getaria y estuvo brevemente al cargo del Instituto Etxepare, cargo que dejó para ser la directora del Museo de la Moda de París.
Esta entrevista (en euskara), refleja su visión y pensamiento sobre la moda y sobre nuestro país. También responde al peso que ha supuesto ser hija de Arzalluz, lo que le ha causado críticas totalmente injustificadas. Es la primera persona no francesa en dirigir ese Museo.
No es mi intención, ni mucho menos, hacer de menos a la figura del padre. Menos en un día como hoy. Pero sí quiero pensar que para las generaciones venideras de vascos y vascas, será más fascinante la figura de la hija. Creo que, así como en la vida política de Euskal Herria de las pasadas décadas figuras como las de Arzalluz fueron determinantes, en el futuro nuestro país necesita más figuras como las de Miren Arzalluz, que nos proyecten al mundo como un pueblo honesto, trabajador y, por qué no, elegante. Un pueblo fascinante.
No sé si Xabier Arzalluz estaría del todo de acuerdo, pero estoy seguro de que estaría orgulloso.