Pablo GONZÁLEZ

Desilusión, apatía y un recuerdo agridulce marcan el aniversario del Maidán en Kiev

El empobrecimiento y la inseguridad marcan hoy el recuerdo de las protestas que vivió Ucrania en invierno de 2013-2014, de cuya culminación se cumple el quinto aniversario. Además, se ha profundizado la grieta que divide al país.

Afinales de febrero de 2014 en Kiev murieron más de un centenar de personas, de ellas casi cien manifestantes y 17 policías. Estos trágicos llevaron a un cambio de Gobierno en el país, una revolución para unos, un golpe de Estado para otros. Ucrania tomó el rumbo «euroatlántico», alejándose del área de influencia rusa. Cinco años después, el país atraviesa una difícil situación y sin claras perspectivas de mejora. Y todo ello repercute en el ánimo de la población.

La ciudadanía, tanto quienes estuvieron a favor de aquellas protestas como sus detractores, perciben con creciente negatividad lo ocurrido entonces. Para los primeros, la clase política les he engañado y su vida no solo no ha mejorado como se les prometió, sino que en muchos aspectos ha empeorado a consecuencia por la aplicación de unas reformas y por la ausencia de otras. Así las reformas impuestas por organizaciones como el Fondo Monetario Internacional (FMI) han hecho que los precios de diferentes servicios hayan aumentado significativamente. El coste del agua caliente se ha multiplicado entre siete y diez veces, dependiendo de la ciudad; el gas cuesta catorce veces más, y la luz vale «sólo» cuatro veces más gracias a que la mitad se produce en las centrales nucleares de construcción soviética.

Además, la corrupción sigue presente a todos los niveles, a pesar de las continuas promesas e iniciativas para combatirla. Todo esto empobrece a la población, que ve como su nivel adquisitivo se ha precipitado.

Por estas razones, el Maidán es percibido como un error incluso por quienes participaron en él. Así Petr (que no quiere dar su apellido, igual que el resto de consultados), empresario de 35 años opina que «la mayor parte de los que estuvieron en el Maidán, como yo, por mi estúpida ingenuidad, no quieren recordarlo y no lo consideran un logro, sino un error infernal en la historia del país. Con la experiencia que tengo tras esos sucesos, ni en broma voy a ir a otro Maidán».

Otros recalcan que los cambios tras las protestas han aumentado la inseguridad ciudadana. Una de las razones clave ha sido la percepción sobre las fuerzas de seguridad del Estado tras aquellos sucesos. Irina, de 38 años y policía hasta 2016, recuerda que «durante el Maidán nos veían como unos traidores por no dejar hacer a los manifestantes. Nos amenazaban, nos trataban como una mierda. Luego hicieron la reforma de la Policía y han echado a la calle a la mayoría de los cuadros con experiencia. Han repartido uniformes nuevos y bonitos entre la nueva gente que han reclutado, pero son inexpertos y no hacen su trabajo. Y tampoco nadie se dedica a formarlos, no interesa una Policía competente».

Si bien el Ministerio de Interior ucraniano refleja en sus estadísticas una leve bajada de la criminalidad, expertos en la materia señalan que ello se consigue mediante la falsificación de los números. Así, por ejemplo, como cuenta Anton, periodista experto en temas del Departamento de Interior, «si se consultan estadísticas regionales se ve que la criminalidad se ha disparado, disminuyendo la resolución de los casos. Cuando estos números llegan al Ministerio son modificados. Muchos casos no entran en la estadística simplemente por que no se investigan y se archivan nada más denunciarse».

El uso del idioma

La pobreza y la inseguridad no ayudan tampoco a resolver el debate sobre el uso del idioma, ucraniano y ruso. A pesar de que solo el ucraniano es el idioma oficial en el país y se han lanzado diversas campañas para promoverlo en medios de comunicación, productos culturales como cine y música, y otras tantas campañas regionales para prohibir el ruso en actos públicos como conciertos o cines, una parte importante la población sigue utilizando los dos idiomas indistintamente, y en varias grandes ciudades como la capital Kiev, o en centros industriales como Dniepr (antigua Dniepropetrovks) o Járkov el ruso es el idioma mayoritario.

Para muchas personas, incluso étnicamente ucranianas, la imposición de un idioma u otro se percibe como una limitación de libertades básicas. Irina, decoradora de 39 años, opina que incluso «en tiempos de la Unión Soviética en este aspecto había más libertad. Nadie pegaba o montaba un escándalo por utilizar un idioma u otro». Para ella, «la política de las actuales autoridades está construyendo una atmósfera de odio y separación entre la gente, incluso dentro de los círculos de amigos de toda la vida o en las propias familias».

A este día a día se suman la pérdida de Crimea, el conflicto en el Donbass, la masiva emigración o la paulatina ruptura de los lazos económicos clásicos con Rusia. Nada de ello añade ilusión al ucraniano de a pie. Este año, además, Ucrania celebra elecciones presidenciales y parlamentarias. Los ucranianos viven bastante ajenos en su día a día a toda intriga política. Los cambios, los negativos que se han producido y los positivos que no se han dado, después del Maidán tienen culpa, así como una clase política que prácticamente no se ha renovado desde 2014.