Ana CÁRDENES
TEL AVIV

Ni su imputación por corrupción ni un general pueden con el «rey Bibi»

Imputado en tres casos de corrupción –un cuarto estalló en campaña– y enfrentado ni más ni menos que a una candidatura con tres generales israelíes, Netanyahu ganó las elecciones y se asegura la reedición del Gobierno. Su estrategia de airear el fantasma de un Ejecutivo de izquierdas, el apoyo de Trump y el guiño de Putin le han dado alas.

Ni su imputación por corrupción, ni el hecho de que todo un general haya liderado una candidatura rival que despuntaba en los sondeos hasta el cierre de los colegios han logrado destronar a Benjamin Netanyahu, que con un 99% escrutado lidera por décimas la formación más votada (Likud) y trabajaba desde ayer para formar la próxima coalición de Gobierno israelí.

Hasta el último minuto, el actual jefe del Ejecutivo estuvo amenazando a los votantes con la perspectiva de «un Gobierno de izquierdas apoyado por los árabes» si no se movilizaba el voto a su formación.

Su estrategia fue proyectarse como probable perdedor durante la campaña y hasta en la jornada electoral, para animar a los israelíes a acudir a las urnas. También hizo todo lo posible por arrancar los votos que pudiese de los partidos ultras afines, a riesgo de provocar que no entraran en la Cámara.

Y funcionó. Aunque por la mínima, Netanyahu consiguió volver a ser el cabeza de lista más votado (por menos de medio punto), sacó cinco escaños más de los que tenía y, según los analistas, se abrió el camino para formar un nuevo Gobierno, su quinto –cuarto consecutivo–, lo que le convertiría en los próximos meses el primer ministro más longevo en el puesto, superando al fundador del Estado, David Ben Gurión.

Guiños de Trump y de Putin

El logro sigue a la que ha sido definida como la campaña más dura que ha enfrentado nunca Netanyahu, aunque con guiños, eso sí, tanto del presidente estadounidense, Donald Trump, como del ruso, Vladimir Putin, que le ayudaron en los últimos días a apuntarse importantes tantos en los campos diplomático y de seguridad (con el reconocimiento de la soberanía israelí en el Golán sirio ocupado por parte de EEUU y la entrega por parte de Rusia de restos de un soldado israelí caído en Líbano en 1982).

Lo cierto es que el de Trump fue bastante más que un guiño. El inquilino de la Casa Blanca no ocultó ayer su alegría al señalar que «el hecho de que ‘Bibi’ ( apodo de Netanyahu, a quien describió como un «gran aliado y amigo») haya ganado creo que nos permitirá una acción bastante buena a nivel de paz».

Corrupción: y qué...

La decisión del Fiscal General israelí, Avichai Mandelblit, –anunciada en febrero y pendiente de una vista– de acusar de soborno, fraude y abuso de confianza a Netanyahu, no parece haberle restado votos, a pesar de que su formación intentó sin éxito que esta se retrasase hasta final de los comicios.

Lo que sí logró el Likud es que la Fiscalía no entregase el escrito de acusación a los abogados con antelación, para evitar filtraciones que podrían haber dañado su imagen en plena campaña electoral. Ayer mismo, los fiscales tenían previsto entregar la documentación, que podría transcender en los próximos días o semanas.

Pese a ello, el apodado «rey Bibi», que se ha sometido a más de una decena de largos interrogatorios policiales en los últimos dos años y ha visto como las televisiones mostraban a los investigadores y coches de la Policía entrando en su residencia oficial para tomarle testimonio, ha logrado que la sombra de la corrupción apenas le salpique en estas elecciones, y que no desinfle a sus votantes.

Además de las tres imputaciones (una por supuestamente aceptar lujosos regalos a cambio de favores y dos para garantizarse una buena cobertura en medios a cambio de favorecer a empresas mediáticas), durante la campaña ha trascendido información sobre otro escándalo que podría abrirle un nuevo frente. Se trata de un supuesto enriquecimiento sospechoso con la venta de unas acciones, que podría estar relacionado con posibles irregularidades en la compra de unos submarinos, en la que estuvieron involucrados asesores y familiares suyos.

A estos escándalos, que han proyectado una imagen de un Bibi ambicioso y centrado en acumular dinero y buena prensa, se sumaba en estos comicios el surgimiento reciente de un rival de peso, el general retirado Beni Gantz, que además no concurría en soledad, sino aliado con un político potente, Yair Lapid, al frente del centrista Yesh Atid, y otros dos generales, también exjefes del Estado Mayor: Moshe Yaalon y Gabi Ashkenazi.

Su formación, Azul y Blanco, presentada en febrero, ha logrado unos buenos resultados, superando el umbral del millón de votos (de los cuatro y medio emitidos) y colocándose prácticamente igualados en diputados y en votos al Likud, un partido con más de cuatro décadas.

Debacle histórica laborista

Estos resultados contrastan con la debacle histórica del laborismo, que de haber sido la segunda formación más votada en 2015 (24 diputados junto con Hatnuá) cosecha su mínimo histórico, con seis escaños.

La abstención, cuatro puntos por encima que hace cuatro años ha castigado a laboristas y a las listas árabes (palestinas), Hadash-Taal y Balad Raam.

Gantz no tiene posibilidad alguna de lograr una mayoría de apoyos (ni contando con los cuatro diputados pacifistas de Meretz) frente a Netanyahu, que podría negociar el apoyo de las formaciones ultraortodoxas, de los ultraderechistas de Avigdor Lieberman e incluso de formaciones menos escoradas a la derecha como Kulanu.

Los analistas reconocen la victoria de Netanyahu pero auguran que, pese a que finalmente conseguirá formar Gobierno, tendrá difícil lograr el apoyo de sus socios para aprobar una ley que le dé inmunidad, que era la razón por la que adelantó las elecciones.

El presidente de Israel, Reuven Rivlin, iniciará la próxima semana las consultas con los distintos partidos políticos en espera de que los resultados sean definitivos.