Una llamada de un colega nos previene con apenas unos minutos de antelación. «¿Tenéis la televisión encendida en la redacción? ¡Conectad France 3!». Son las 18.45. La cadena francesa emite su programación para Euskal Herria.
«En la morgue de Toulouse hay un cuerpo que ha sido identificado como perteneciente a Jon Anza», avanza el locutor. El silencio se instala en la redacción y las preguntas se ahogan en la garganta. Descolgamos a toda prisa los teléfonos. Periodistas de la cadena hablan de «fuentes de toda confianza».
Conversaciones posteriores sitúan hipotéticamente la fuente en la Policía Judicial de Baiona. Suena el nombre del responsable del «dossier Anza»: Tellier. En la sede policial no atienden llamadas. No hay forma de comprobar la información. La procuradora Anne Kayannakis responde por fin a la llamada de «Le Journal du Pays Basque».
La noche se anuncia tan larga como oscura para Maixo, la compañera de Jon Anza, y para una familia que busca desde hace ya casi un año a un ser querido. Hay muchas interrogantes y pocas respuestas. La procuradora no habla. ¿Y no es ella la voz autorizada para atajar una filtración sobre este grave suceso?
No, la procuradora que convocó a los medios el mismo día en que este diario publicó que Jon Anza habría sido interceptado por policías españoles y enterrado en suelo francés no quiso manifestar anoche absolutamente nada sobre la supuesta localización del cuerpo del refugiado. Ni siquiera para dar cuenta de que la Policía había prevenido a la familia a las 17.30 de que procedían a identificar un cadáver en Toulouse.
Me invade una imagen cruel. Un agente de la PJ descuelga el teléfono para dar ese escueto anuncio a una familia dolorida. Y nada más colgar, o quizás tras tomar un café con los compañeros de brigada, vuelve a descolgar el auricular, esta vez para llamar a un periodista. Puede que la imagen no sea real; el hecho es que no hay datos, porque la Justicia es muda en Francia. Por eso, dibujo sombras. ¿Qué tendrá el «caso Anza», que aparece tan oscuro incluso cuando se nos avanza una noticia que, solamente quizás, puede acercarnos a su esclarecimiento?
¡Que despierte Zola! Que sacudan el polvo de los tomos sobre el caso Dreyfus. Pero, sobre todo, que se agite en su tumba René Cassin, porque nadie puede reconocer a la patria de los derechos humanos detrás del trato indigno, inhumano, otorgado a una familia durante este largo año.
«Me confirman en la PJ que preguntaron en todas las morgues de Francia; primero, claro está, en la de Toulouse». Es la voz autorizada de un periodista al que nadie puede acusar de connivencias con el sector político que ha vivido con un escalofrío en la espalda este año de tormento.
Los periodistas franceses, algunos periodistas, han puesto la lupa sobre un caso que, constatan, está plagado de puntos oscuros. «Le Monde», «Le Journal du Dimanche», y a sólo unos días del «hallazgo» de ayer, «Libération» han remarcado los «puntos oscuros» de la desaparición.
El periodista de este último diario se mostraba dubitativo sobre la aparente «falta de diligencia» de la Policía gala. Karl Laske consideraba «improbable» que la Policía científica gala no hubiera comprobado de la mano de sus homólogos españoles que las huellas que halló en el zulo de Senpere, cinco meses antes de su desaparición, fueran las de Anza. Se lo tuvo que decir ETA…
No conozco personalmente al colega de «Libé», pero presumo que a él, como a cualquiera que tenga el vicio de pensar, alguna duda debe plantearle que la reputada Policía francesa no pueda encontrar a una persona, de la que tiene todos los datos, y un año después aparezca el cuerpo de la misma en el primer lugar en el que todos la buscaron.