Resumir un debate electoral cinco minutos después de concluir, debido a las obligaciones insoslayables del cierre de un diario, es hoy un ejercicio de riesgo. Nada más amanecer hoy martes, esta crónica a vuelapluma puede estar sepultada por alguna frivolidad hiperviralizada, algún gesto imperceptible convertido en carne de meme, alguna frase inocua pasto de escándalo general y la habitual demoscopia barata de vencedores y vencidos. Hecha esta salvedad, lo que pareció desprenderse del debate anoche en TVE es que Pedro Sánchez no perdió terreno en el primer asalto. El segundo será esta noche en Atresmedia y finalmente sin Vox, que se ha retirado de la pugna muy discretamente.
En un campo de juego en que nadie quería meter la pata, en que la derecha no pensaba asustar más de lo que ya ha hecho desde Andalucía hasta aquí y en que Podemos se presentó más patriota y constitucionalista que nadie, Sánchez no se vio acorralado en ningún momento. Ni siquiera tuvo que aclarar si piensa pactar o no con Ciudadanos: cuando Pablo Iglesias se lo preguntó directamente... el que lo negó fue Albert Rivera, y cuando se lo requirió por segunda vez, el líder del PSOE tampoco contestó, que parece una manera clara de decir que no lo descarta. A la tercera, dijo que lo que tiene en mente es un «tercer espacio» consistente en un Gobierno del PSOE junto a «independientes de prestigio».
En los poco más de 80 minutos de discusión (curiosamente se habían anunciado 100), hubo mucho más maquillaje televisivo que soluciones políticas. La parte destinada a la cuestión territorial fue un auténtico erial, en el que no apareció una sola idea nueva sobre Catalunya, más allá de topicos facilones o de elucubraciones como que el PSOE prepara indultos. Ni siquiera la tuvo Iglesias, con un discurso «buenista» que situó la solución en «menos insultos y gritos» y «alturas de miras», sin concreción alguna.
Con todo, si algo apareció absolutamente distorsionado en el debate fue más Euskal Herria que Catalunya. Ya hace algunas campañas que el tema vasco no cotiza en Madrid, pero hemos llegado al punto en que no hubo una sola mención que no fuera falsa, o directamente grotesca. Casado comenzó afirmando que Sánchez representa a Arnaldo Otegi, Rivera situó a Altsasu y Errenteria como sitios en que no se puede vivir, espetó a Iglesias «ir en listas» con EH Bildu...
«Detector de verdades»
Sánchez sacó el espantajo de la extrema derecha solo con cuentagotas, y a Pablo Casado lo toreó con facilidad, reprochando ante cada dato o aseveración que al candidato del PP «más que un detector de mentiras hay que ponerle un detector de verdades». Visto el flojo papel de Casado, en Vox debieron acostarse frotándose las manos.
El efectismo de Rivera llegó a su máxima expresión en el llamado «minuto de oro», que empezó en silencio para reproducir así el momento «que nos heló la sangre» en que el Parlament proclamó la independencia.
Frente a tal teatralización, fue Iglesias quien más reivindicó el debate de ideas y la política como factor de cambio.
Sánchez acabó con su idea-fuerza de toda la noche: el dilema es «avanzar» con el PSOE o «retroceder» con las derechas.