Sánchez agita el fantasma a la espera de otra resurrección
El Pedro Sánchez que en octubre de 2016 era derribado por su partido sueña ahora con seguir siendo presidente del Gobierno español tras el ensayo de estos nueve meses. Se impulsa en el miedo a la derecha más que en sus propias fuerzas y planteamientos.
Ni en sus mejores sueños ese Sánchez de octubre de 2016, cuando renunciaba a la Secretaría General del PSOE y a su acta de diputado, hubiera imaginado que dos años y medio después se encaminaría a ganar las estatales, incluso con posibilidad de conseguirlo en forma holgada.
O quizás sí lo hubiera presagiado, con la determinación que lo ha caracterizado –guste o no– desde que llegara a dirigir la Ejecutiva socialista. Para entender la foto de hoy, vale la pena recordar el inicio de la construcción de su propia épica, que comienza con el «no es no» y la resistencia a investir a Mariano Rajoy, Luego, dijo preferir renunciar a someterse a los barones territoriales del PSOE (con Susana Díaz a la cabeza), quienes, tras repetir las elecciones, lo empujaban para destrabar la situación de un Estado que llevaba casi un año sin gobierno.
Sánchez buscó ahí su primera resurrección; teniendo en contra al statu quo del partido (y al palco del Bernabéu, que siempre propicia la alianza con Ciudadanos antes que con Podemos), ganó las elecciones del PSOE y volvió a ser su secretario general. La sentencia por la trama Gürtel y la ayuda de Pablo Iglesias (verdadero estratega de la moción de censura) le dio otra bocanada de oxígeno cuando su papel como jefe de la oposición se veía ensombrecido por el ascendente Albert Rivera.
Presidente sin escaño, se quedó sin margen parlamentario después de la negativa de ERC y Junts per Catalunya a apoyar sus presupuestos, tras meses de acoso constante del PP y Ciudadanos y sus medios de comunicación house organ. Sánchez vio aquí la oportunidad para su resurrección última y definitiva: disolver las Cortes y ganar unas elecciones generales que le lleven a la Moncloa con legitimidad popular.
Haz que pase (el miedo)
El eje del discurso de la campaña ha sido principalmente echar leña al fuego del pavor que provoca en buena parte del electorado un gobierno que una a PP y Vox. No por nada el comité electoral del PSOE –comandado por el ministro de Fomento, José Luis Ábalos– decidió pasar del debate en TVE y aprobó la participación en el de Atresmedia, que incluia a Santiago Abascal. La intervención de la JEC evitó ese show con los tres de la Plaza de Colón peleando por quién amaba más la unidad de España, los sparring ideales para Sánchez.
El eslogan de campaña del PSOE ha sido ‘‘Haz que pase’’, que bien podría ser seguido por la palabra miedo; a falta de muchos logros de gestión y con una posición intermedia muy difícil de capitalizar sobre el conflicto catalán, Sánchez se ha volcado durante la campaña y los debates en regar el suelo fértil del pavor a un cogobierno Casado-Rivera-Abascal.
En cuanto a las propuestas, han primado frases sin medidas concretas a favor de la justicia social, la transición ecológica y mejorar la convivencia territorial (con negativa a todo referéndum de autodeterminación). Sus logros sociales –el más emblemático, la subida del Salario Mínimo Interprofesional– fueron matizados casi como un zasca por Iglesias durante el debate, recordándole que esas iniciativas fueron arrebatadas a fuerza de negociación.
Sánchez sí ha reafirmado su voluntad de incrementar impuestos a las rentas más altas y blindar en una reforma constitucional las pensiones (aunque sin actualizarla por IPC) y ha retomado la idea de la renta básica universal, como una «última red de protección» para los hogares sin ingresos, en forma de prestación no contributiva. En el documento público de las 110 propuestas para el Estado, el PSOE sorprende con algunas ausencias en relación al programa de 2016: desapareció el impuesto extraordinario a la banca y no hubo una mención expresa a Catalunya.
Esto último es sugestivo, porque Sánchez tiene atada su suerte a Catalunya desde el mismo momento de la moción de censura –sin los independentistas no hubiera llegado a Moncloa–. Ha sido el asunto que más ha marcado sus nueve meses de Gobierno y es el que volverá a ser determinante ahora. No sólo por los pactos de investidura, sino porque precisa inexorablemente de una buena performance electoral del PSC para sumar escaños (algunas encuestas indican que podría ganar Barcelona). A diferencia del PP, los socialistas nunca podrían ser primera fuerza parlamentaria con una pobre elección en las cuatro provincias catalanas.
El modelo Zapatero
Desde hace semanas, Sánchez, Ábalos y los candidatos del PSOE repiten como mantra que no hablan de pactos porque el objetivo es conseguir un grupo propio que les permita gobernar en solitario con pactos puntuales en leyes específicas. El anhelo es volver a una situación como la de Rodríguez Zapatero en 2004, cuando si bien quedó a 12 escaños de la mayoría absoluta propia, el triunfo fue lo suficientemente holgado como para que fuera impensable que la oposición no colaborara para investirlo.
Un Gobierno en solitario con unas Cortes tan fragmentadas parece, de todas formas, utópico. Unidas Podemos ya ha advertido de que el apoyo esta vez implicará formar una coalición de Gobierno, y no solo una alianza legislativa. Ciudadanos, otro posible socio, ya ha manifestado que no facilitará una reelección de Sánchez.
Los barones territoriales del PSOE parecen más cómodos con un Ejecutivo más naranja que morado y se ocupan de filtrarlo en la prensa. Preguntado al respecto, un diputado socialista que vuelve a ser candidato ha negado que los pactos futuros sean un asunto que traiga roces al interior del partido. «El objetivo claro es una mayoría amplia, esperando ahora un sprint final. Pero no es tema de conversación si se prefiere negociar con Ciudadanos o Podemos», explica. Sin embargo, el diputado –quien lidera al PSOE en una de las provincias del sur– matiza la negativa pronunciada por Sánchez durante el debate respecto a acercarse a Rivera: «Descartar, no descartamos nada. Pero no está en los planes ir a negociar con ellos».
A dos días de las elecciones, nadie duda de que el líder del PSOE será el ganador; el enigma está en saber por cuanto margen y si la suma de PP, Cs y Vox alcanzará para emular el acuerdo del Palacio de San Telmo en la Moncloa. En ese caso, en el Estado volvería a gobernar quien no gana, con la insólita coincidencia de que el perjudicado sería Sánchez, el mismo que hizo historia al llegar a Moncloa sin ganar comicios ni tener un escaño. Pero no sorprende: la política española ha dejado hace tiempo de ser de todo menos ordinaria.