La elección ayer del socialdemócrata italiano David-María Sassoli (Partido Demócrata) para la primera mitad de la legislatura de la presidencia del Parlamento de Estrasburgo no deparó ayer sorpresas.
El periodista de televisión y eurodiputado desde 2009 fue elegido por mayoría absoluta en la segunda votación después de que tanto el Partido Popular Europeo (PPE) como los liberales de Renew Europe renunciaran a presentar candidatura, en virtud del acuerdo alcanzado la víspera en la cumbre de Bruselas para el reparto de los principales cargos institucionales de la Unión Europea (UE).
Un acuerdo criticado desde muchas esferas pero respetado, de momento, por el Parlamento de Estrasburgo, pese a que supone un duro golpe a la Cámara al certificar la defunción del sistema de los Spitzenkandidaten (candidato principal en alemán), que estipulaba que los cabezas de lista para las elecciones europeas eran por principio los candidatos al cargo eurocomunitario más importante, el de presidente de la Comisión.
Como ocurrió en 2014 con la elección para el cargo del conservador (PPE) luxemburgués Jean-Claude Juncker, este principio preveía el reparto sucesivo de los distintos puestos entre las restantes y principales familias políticas, incluyendo criterios geográficos (oeste-este y norte-sur)
Lo cierto es que fueron los socialdemócratas de S&D y los liberales de Renew Europe los que, tras unos resultados de las europeas que certificaron el fin de la Gran Coalición, decidieron hacer la pinza al PPE y vetaron la candidatura del alemán Manfred Weber a la Comisión.
La apuesta, liderada por los presidentes francés, Emmanuel Macron, y español, Pedro Sánchez, era ambiciosa, por cuanto suponía que Weber, a quien se concedía como premio de consolidación la presidencia del Parlamento, fuera sustituido al frente de la Comisión por el cabeza de lista de los socialdemócratas (segunda fuerza el 26-M), el holandés Franz Timmermans. Los liberales de Macron, que ya en campaña electoral había anunciado su intención de demoler el Spitzenkandidaten, reivindicaban un puesto importante. o bien la presidencia del Consejo Europeo, o el alto comisariado de Asuntos Exteriores.
Macron justificaba sus pretensiones, incluida la de reservar a Francia la presidencia del Banco Central Europeo (BCE), por unos resultados electorales en los que los liberales consolidaban su condición de tercera fuerza y bisagra ante la debilidad del PPE –por su descalabro electoral en Gran Bretaña y Francia– y de los socialdemócratas –que siguen a la baja, sobre todo en Alemania– .
En un intento de salvar el sistema, y en lo que muchos vieron un síntoma de debilidad, la canciller alemana, Angela Merkel, avaló la fórmula en unas negociaciones paralelas a la cumbre del G20 en Osaka (Japón) con Macron, Sánchez y el primer ministro holandés, Rutte.
Hasta que la propuesta llegó en plato caliente a la cumbre de Bruselas a última hora del domingo y se encontró con una triple oposición. De un lado, los pequeños y medianos países de la UE liderados por políticos del PPE consideraban inaceptable la cesión a los socialdemócratas. Por otro, el grupo de Visegrado, liderado por Polonia y Hungría, vetaba el nombramiento de Timmermans. comisario ariete contra los ejecutivos xenófobos y de derecha extrema de Varsovia y Budapest.
Finalmente, Italia, rival de España como tercera potencia económica, y política, de la UE (con Gran Bretaña en la puerta de salida), se sumaba al boicot, que incluía el veto al alemán Jens Weidman al frente del BCE.
Cuando el presidente saliente del Consejo Europeo, Donald Tusk, decidió mediada la mañana del lunes postergar la cumbre 24 horas certficó que el «acuerdo de Osaka» estaba definitivamente muerto .
Los distintos actores comenzaron a revolucionarse y el eje franco-alemán no tardó en ponerse de acuerdo para repartirse los principales cargos: la Comisión para la delfín de Merkel Ursula von der Leyen y el BCE para la francesa Christinen Lagarde. Macron, quien fiel al lema de «Francia siempre gana», consigue además para el belga liberal francófono Charles Michael la presidencia del Consejo.
El presidente francés no dudó a la hora de dar un giro y de traicionar a los socialdemócratas europeos, indignados no solo al haberse quedado sin el gran premio de la Comisión sino por tener que conformarse con «migajas» como la presidencia rotatoria del Parlamento y el cargo de titular de Exteriores, para el español Josep Borrell.
Un cargo que el presidente Sánchez logra como premio de consolación y que, en la perspectiva del nulo peso que ha tenido España en la UE en los últimos años, y en plena crisis existencial por la reivindicación de Catalunya no es ni mucho menos un trofeo de caza menor.
Paradójicamente, Merkel fue la única que se abstuvo en la votación de su delfín Von der Leyen por respeto a la oposición de sus socios socialdemñocratas en la Gross Koalition.
Pese a ello, no falta quien asegura que la canciller alemana y, por elevación, el PPE han aprovechado la oposición del Grupo de Visegrado y de Italia como justificación para su cambio de posición y para copar las tres grandes instituciones europeas Lagarde es conservadora y Weber sustituirá en principio a Sassoli en 2022 en Estrasburgo.
Nada es descartable en el contexto de las complejas y no pocas veces surrealistas negociaciones en la cumbres de la UE. Pero todo apunta a que, al final, y como ocurre siempre al final, cada Estado ha primado sus intereses. Los que vieron hace días un intento por parte de socialdemócratas y liberales de guiarse por afiliación política y no por principios de Estado vivían un simple espejismo.