Aritz INTXUSTA

Tafalla trata de reponerse de una inundación histórica

Trabajadores de aseguradoras van casa por casa. El centro de la ciudad es un charco de lodo. Los vecinos achican el agua de las bajera, pero a muchos de los trasteros todavía no se puede entrar. El Zidakos ha vuelto a ser poco más que un riachuelo. Se hace increíble que corriera con tanta furia anoche. 

Son numerosos los daños provocados por la inudación. (Iñigo URIZ/FOKU)
Son numerosos los daños provocados por la inudación. (Iñigo URIZ/FOKU)

El miedo de ver a vehículos con luces encendidas arrastrados por el torrente hace que los tafalleses miren la enorme riada con ojos distintos. «Se llevaba coches y furgonetas como si fueran bolsas de palomitas», comenta Idoia. Las imágenes son impactantes. Parecía que había gente dentro, pero en Tafalla nadie echa en falta a nadie. Ha pasado ya una noche entera y parece que no, que no hay desaparcidos. Cruzan los dedos. Hay un muerto, pero ha sido más allá del monte, en Ezporogi, Zangozaldea.

El Zidakos, aunque esté tan al norte, es un río de características mediterráneas. Esto significa que no tiene un caudal estable. En primavera, cuando los deshielos, llega a tener un un nivel de agua considerable. En los veranos, sin embargo, no es inusual que se acabe secando.

Ayer, poco antes de las 18.00 de la tarde, el Zidakos era un río mínimo. Solo levantaba 11 centímetros de agua a su paso por Erriberri. Lo justo hasta el tobillo. Unas horas después, era un torrente de agua turbia que acababa con todo a su paso, absolutamente desmadrado. 

La culpa, unas lluvias bestiales que no se previeron. La alerta pasó de amarilla (15 litros por metro cuadrado) a naranja (40) y luego a roja. Al final, 160 litros en puntos como Getadar o Lerga (168). Toda esa agua corrió por riachuelos diminutos, apenas acequias, y convirtió al mortecino Zidakos en un gigante. 

 

El regacho que bajaba de Makirrian y de la carretera de Olleta fue el que acabó destrozando la N-121 a la altura de El Maño, en Puiu. El socavón es enorme. Faltan varios metros de carretera. Se tardará semanas en arreglarlo. Tafalla solo se comunica con el norte, hacia Iruñea, por autopista. O dando un buen rodeo por Artajona. 

Afección a empresas

En la salida norte de Tafalla hay un pequeño polígono donde están los supermercados que abastecen a la localidad (11.000 habitantes) y numerosos pueblos más pequeños que viven en relación con ella. Tafalla centraliza el centro de salud y urgencias, el instituto... de la Zona Media. 

En ese polígono hay un Lidl, un Mercadona y un Eroski. Los trabajadores de de las dos multinacionales tienen prohibido hablar con la prensa. Hay olivos arrancados en medio de los parkings. Cristina Gainza, del Eroski, sí que explica lo que ha pasado en su supermercado. Los daños son cuantiosísimos. Están todavía haciendo inventario. Hay un centenar de cooperativistas limpiando para ponerlo en marcha cuanto antes. «Lo que queremos es salvar lo que podamos y abrir cuanto antes».

Al otro lado de la carretera, todavía más cerca del río, en los talleres Rufino Ojer la desesperación es total. El río se les ha llevado seis tractores. Cada uno de ellos cuesta más de 200.000 euros. Y a eso hay que sumar los materiales de recambio, el escaparate destrozado y demás. Alfredo Ojer, hijo del dueño, saca barro con una pala. Tiene ganas de golpear a alguien con ella. «La ruina», dice. Los puestos de trabajo, la continuidad del negocio, está muy complicada. Todo dependerá de lo que haga el seguro.

Ya en el centro de la localidad, entre vecinos que sacan sus pertenencias llenas de barro a la acera, se encuentra un trabajador de Mapfre. «Me han llamado un montón de clientes», explica. Avisa de que el destrozo es tal que los peritos tardarán en llegar. Los seguros más afectados son los de vivienda y, sobre todo, los de coches.

Irache saca barro desde una bajera de la calle Diputación, cerca de las piscinas del Ereta. Está echando la mano a unos vecinos. Ella vive en un segundo. A su trastero aún no se puede entrar. «Nos han dicho que el agua tardará en bajar y no podemos ir ahí aún». La joven relata que el agua en toda la calle le llegaba a la cintura, que vio bajar por ella a varios vehículos. 

Otro de los vecinos de esa calle, Joaquín, insiste en que su mujer está viva «por diez minutos». Acudió a un funeral en Añorbe y, al poco, comenzó aquel diluvio. El coche estaba aparcado en esa calle y el agua se llevó a todos los demás. 

El puente sobre el Zidakos también está afectado. El murete norte está tumbado. Una cisterna achica agua sin parar. Los paseantes toman fotos. Los vecinos hablan una y otra vez de lo mismo. De que ha sido increíble. Y vuelven a cruzar los dedos por que, vista la magnitud del desastre, no haya fallecido nadie.