El debate está servido. ¿Mérito de unos o demérito de otros? Quizás un poco de todo. La cuestión es que Japón vuelve a dar un golpe sobre la mesa del planeta oval, como ya hizo hace cuatro años al imponerse a Sudáfrica. Esta vez con el acicate extra de ser los anfitriones, han hecho doblar la rodilla a una decepcionante Irlanda.
Y eso que las cosas han comenzado bien para los de verde. Japón presionaba, pero dos balones aéreos bien ganados por los atacantes irlandeses han dado origen a sendos ensayos de Ringrose y Kearney. El 3-12 de minuto 20 parecía marcar la diferencia enter la calidad de unos y el entusiasmo de otros. Error.
Los locales, lejos de venirse abajo, seguían con su trabajo de hormiga para forzar golpes de castigo que se cobraban en forma de puntos. En 9-12 del descanso dejaba el horizonte abierto.
La segunda parte ha sido un derroche de Japón frente a una Irlanda sujetada a las cuerdas a la espera de una camapa salvadora. El ensayo de Fukuoka y la posterior transformación de Tamura ponía merecidamente por delante a los asiáticos (16-12, 60’).
El último clavo
Irlanda estaba descompuesta y su recta final ha sido un quiero y no puedo. Ya era tarde, temblaban las piernas ante la que se venía encima. Un nuevo capítulo en la leyenda negra de esta selección en los mundiales. Japón iba cuesta abajo y un nuevo golpe de castigo ha sido el último clavo en el ataúd.
Con este resultado, el grupo A adquiere una nueva dimensión, con el Japón-Escocia de la última jornada en el horizonte. Si gana Japón será primera de grupo, con Irlanda segunda y Escocia eliminada. Ello llevaría a unos probables cruces Japón-Sudáfrica –revancha de lo de 2015– y Nueva Zelanda-Irlanda. Si gana Escocia se produciría un triple empate a victorias y derrotas, y ahí entrarían en juego los bonus y las calculadoras. Se viene otro partido de alto voltaje.
Fácil para Sudáfrica
En el encuentro que cerraba la jornada sabatina, Sudáfrica no ha tenido problemas para endosar una paliza a su vecina Namibia (57-3). Los springboks han firmado nueve ensayos –dobletes de Mbonambi y Mapimpi– en un partido sin historia en el que han demostrado el abismo que existe entre ellos y el resto del continente africano.