Batalla de estilos en Higashiosaka City. A un lado de la polvorienta calle, el equipo más rápido del saloon. Al otro, el de los abrazos de oso y las embestidas de búfalo. Fiji contra Georgia.
Los primeros venían de sufrir una derrota inesperada, de esas que escuecen, ante Uruguay. Los segundos habían doblegado a los charrúas, imponiendo su demoledora pujanza física. En juego, la tercera plaza del grupo y por tanto el billete directo para Francia 2023. Hace cuatro años Georgia lo consiguió y Fiji se quedó fuera.
Esta vez no. Esta vez Fiji, sin renunciar a su estilo dinámico, volador y en ciertos momentos anárquico y desorganizado, ha mantenido la concentración para no dar opciones a un conjunto que basa su fortaleza en los puntos de contacto, en un rugby cerrado de distancias cortas.
Los oceánicos, criados en la cultura del rugby a siete –son campeones olímpicos de la modalidad–, han buscado desde el minuto uno abrir el balón y correr a campo abierto, donde los de Europa del Este parecían el coyote detrás del correcaminos. El repaso ha sido de tal calibre que Georgia ha terminado claudicando hasta en las melés.
Al descanso se ha llegado con un ajustado 7-3, pero la segunda mitad ha sido un aluvión, con otros seis ensayos a base de pases tras contacto, saltos, quiebros que rompen cinturas… lo que viene a ser el espectáculo de los Fliying Fijians cuando se lo toman en serio y tienen la cabeza puesta donde la tienen que tener.
Este 45-10 deja daños colaterales en el Viejo Continente, ya que las selecciones que juegan el Seis Naciones B disponen de una plaza para el Mundial. Si Georgia –que domina con mano de hierro este torneo– se hubiese clasificado de forma directa como tercero de grupo, dejaría esa plaza vacante para otro conjunto. No ha sido así y se convierte en un durísimo rival para aspirantes como España, Rumania o Rusia, que deberán dar un golpe de mano o bien esperar a la repesca.