Iker BIZKARGUENAGA

Cuando sentirse observado no es paranoia sino perspicacia

Con 17 cámaras de circuito cerrado por cada cien habitantes, Chongqing encabeza el listado de las ciudades con más aparatos de grabación. China es líder global, pero el espionaje urbano no conoce fronteras. El derecho a la intimidad sí que es un cuento chino.

En el banco y en la estación, escondidas en la esquina, en el centro de la ciudad, en las calles de negocios». A principios de los 90, La Polla Records nos alertó de que íbamos a ser artistas a menos que tuviéramos buena vista. Y eso que cuando Evaristo cantó por primera vez “El ojo te ve” todavía no éramos del todo conscientes de hasta qué punto podían afilar su mirada esas lentes que «a tu espalda o frente a ti, se despliegan en silencio». Han pasado 25 años desde la publicación del álbum “Bajo presión”, y nada menos que setenta desde que George Orwell pusiera negro sobre blanco el sueño de cualquier securócrata en su referencial “1984”. Hoy, ese relato que bascula entre la distopía y la profecía tiene trazas de cumplirse al pie de la letra. Sentirse observado no es síntoma de paranoia, es perspicacia y sentido común.

China lleva la fama...

Cuando estamos enfilando la tercera década del siglo XXI, el preocupante hábito de vigilar a la ciudadanía está extendido en todo el planeta, pero en algunos lugares roza el paroxismo. La palma se la lleva Chongqing, un municipio que con más de quince millones de habitantes en su núcleo urbano –otros tantos residen en áreas rurales– ostenta el dudoso honor de ser la ciudad con mayor número de cámaras por persona. En sus calles y edificios hay instalados nada menos que 2.579.890 aparatos de circuito cerrado de televisión (CCTV), o lo que es lo mismo, 168 cámaras por cada mil habitantes.

Un análisis elaborado por la compañía británica Comparitech sitúa a China como el país que más intensamente vigila a sus ciudadanos y ciudadanas, con cinco de sus principales urbes copando los primeros puestos de las ciudades con mayor supervisión; Shenzhen (159 cámaras por cada mil habitantes), Shanghai (113/1.000), Tianjin (92/1.000) y Ji’nan (73/1.000) ocupan los siguientes puestos en la ranking. Teniendo en cuenta que entre las diez primeras hay otras tres metrópolis chinas, Wuhan, Guangzhou y Beijing, y que ese país proyecta alcanzar los 626 millones de cámaras el próximo año –casi una por cada dos habitantes– habrá que convenir que la «nación del centro» no es el destino soñado para ninguna persona que sea celosa de su intimidad.

Otros también cardan lana

Pero, ¿cuál lo es? Los abrumadores datos de China no pueden llevarnos a engaño, el espionaje social es un deporte en auge que no conoce de idiomas, de fronteras ni de grafías. Londres, por ejemplo, tiene nada menos que 627.707 cámaras que escrutan todo lo que hacen sus nueve millones de habitantes.

La vieja capital del imperio es la sexta en esa lista y, de hecho, hasta hace unos años Gran Bretaña encabezaba la clasificación mundial de cámaras per cápita, con más de seis millones de dispositivos y un coste estimado de quinientos millones de libras desde que empezaron a instalarse hasta 2015.

El organismo Big Brother Watch (BBW), que trabaja por los derechos civiles, afirma en un informe que cada londinense es grabado nada menos que trescientas veces cada día. Es una barbaridad, pero es todavía mayor si tenemos en cuenta que ese estudio fue elaborado hace casi una década.

Desde entonces, el número de cámaras se ha multiplicado, en gran medida porque estas son cada vez más baratas, discretas y fáciles de utilizar, también a distancia y con imágenes retransmitidas en directo, y porque la información que obtienen se puede almacenar de forma más eficiente. Quedan muy lejos los soportes VHS, disquetes o CDs.

Atlanta, la primera ciudad estadounidense, completa el top ten de Comparitech, para dejar paso, en este orden, a Singapur, Abu Dhabi, Chicago, Urumqi, Sidney, Bagdad, Dubai, Moscú, Berlín y Nueva Delhi como las veinte ciudades del mundo más vigiladas. En una posición más modesta están Madrid (33), con 29.000 cámaras para seis millones y medio de personas, y París (39), con 33.479 dispositivos y once millones de almas. Parece poco en comparación, pero en la capital del Estado español hay diez veces más cámaras que farmacias por habitante.

Te graban y, además, te reconocen

Velar por la seguridad de la ciudadanía es el argumento que las autoridades exponen para defender tan abrumador despliegue, mientras que en el otro lado de la balanza los críticos con este tipo de dispositivos mencionan la vulneración del derecho a la privacidad e intimidad y a la libertad de movimiento. Derechos y libertades que no deben tener mucho peso, ya que la balanza se inclina de forma notoria hacia el otro lado.

La tesis de que la vigilancia por CCTV permite prevenir delitos no se corresponde con la realidad. Comparitech ha comparado el número de cámaras instaladas en la vía pública –su trabajo no cuenta los aparatos que graban los lugares privados– y los índices sobre crimen y seguridad publicados este año por Numbeo (www.numbeo.com/crime/rankings.jsp) y concluye que «apenas existe» una correlación entre ambos parámetros. Este colectivo señala, de hecho, que «más cámaras no significa necesariamente que la gente se sienta más segura».

Es más, las protestas de quienes ven peligrar los derechos de la ciudadanía se ven reforzadas al comprobar que los adelantos tecnológicos permiten que estos aparatos adquieran una función que va más allá de registrar imágenes. Si hasta hace unos años las cámaras lo único que hacían era grabar –con una resolución muy baja–, y era necesario que un ser humano interpretara esas imágenes, ahora ya no, el reconocimiento facial y la Inteligencia Artificial han cambiado las reglas, pues los dispositivos pueden reconocer por sí mismos a personas, asociar rostros y vehículos a identidades concretas, y vincularlos con perfiles de redes sociales o con documentos de identidad.

La máquina lo hace todo, lo hace a todas horas y lo hace bien; no hay escapatoria.

Y menos aún desde la aparición de los drones. Porque aunque el estudio de Comparitech se limita a recopilar datos sobre cámaras de CCTV, fijas y en espacios públicos, lo cierto es que cada vez hay más drones sobrevolando las ciudades que están cumpliendo la misma función. En el Estado español, por ejemplo, la DGT utiliza este tipo de aparatos para regular el tráfico y poner multas, pero es evidente que su potencial abarca muchos más ámbitos de actuación.

La denuncia de Snowden

En 2013, el consultor tecnológico estadounidense, informante y antiguo empleado de la CIA y de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) Edward Snowden, hizo públicos a través de los diarios “The Guardian” y “The Washington Post” documentos clasificados como alto secreto sobre programas de la NSA, incluyendo los programas de vigilancia masiva PRISM y XKeyscore, y acusó a los servicios secretos norteamericanos y británicos de vigilar masiva e indiscriminadamente.

Aquello le valió para ser tachado de traidor en Washington, donde no le van a perdonar jamás, pero sirvió para abrir en la opinión pública el debate sobre el espionaje que los gobiernos efectúan a sus ciudadanos y ciudadanas. En Gran Bretaña, el Ejecutivo compartido entonces por conservadores y liberales tuvo que convocar una comisión independiente en 2014 para analizar el alcance de los programas de vigilancia que hasta ese momento se habían aplicado en el país.

Las conclusiones del estudio, que duró un año y cuyos autores eran todos miembros o exintegrantes de las tres agencias de inteligencia británicas –MI5, MI6 y GCHQ–, indicaban que «el marco legal que autoriza la interceptación de comunicaciones no es claro, no ha seguido el ritmo de los avances de la tecnología de las telecomunicaciones, y no sirve ni al Gobierno ni al público general de manera satisfactoria. Se requiere un nuevo marco legal más amplio y claro».

En enero de 2015, el Comisionado sobre las Cámaras de Vigilancia, Tony Porter –un ex alto mando policial especializado en “terrorismo”–, señalaba que «el público general no se da cuenta del alcance de la monitorización en el Reino Unido y carece de la comprensión suficiente para consentir lo que está ocurriendo», y advertía del riesgo de convertirse en «una sociedad videovigilada». «Cuando la gente dice que quiere las CCTV, ¿de verdad saben qué es lo que hacen y qué capacidades tienen? ¿Conocen que con los avances que se están produciendo en la tecnología, en algoritmos, están empezando a predecir comportamientos?», se preguntaba, añadiendo que estos dispositivos y su uso «cambian la naturaleza de la sociedad y plantea problemas morales y éticos».

El sector privado y la llegada del 5G

No parece que aquellas palabras hayan tenido excesivo eco, porque las cámaras de vigilancia no solo siguen proliferando en nuestras calles y plazas públicas, sino que son cada vez de uso más común en el ámbito privado, donde algunos le están sacando una utilidad cuando menos controvertida.

Según recogía la web computerhoy.com, hace unos meses en Oslo alguien rompió sin querer un cartel publicitario de una pizzería, y se descubrió que escondía una cámara y un ordenador, donde se recopilaban datos de quienes miraban el anuncio, como género, edad, si se le veía contento, si llegaba gafas, el tiempo que permanecía leyendo... Todo ello sin la autorización de las personas afectadas y sin informar de que estaba grabando. ¿Cuántas parecidas habrá por ahí?

Hay tecnologías que están al alcance de cualquiera, y todo esto va a acelerarse con la conexión 5G, que permitirá conectar miles de dispositivos al mismo tiempo a una velocidad hasta cien veces mayor que la actual, de modo que las cámaras y los drones enviarán datos mucho más rápido y mejor, perfeccionando este sistema de videovigilancia.

«Ideal para proteger al pequeño comerciante, ideal para acojonar al feroz manifestante», decía la canción de La Polla. La primera afirmación hay que ponerla en cuarentena, la segunda parece que da en el clavo. Porque como bien sabían tanto Orwell como Evaristo, ese ojo que te ve, es un arma.