Demasiado tarde para levantar la bandera de la izquierda
En Barcelona, Pedro Sánchez guardó ayer en el cajón la propuesta de volver a penalizar los referéndums. Tampoco sacó a relucir el federalismo, que sigue constando en el programa del PSOE por desesperada petición de Iceta. Claro que, para salidas de tono, ya estaba Josep Borrell.
Miquel Iceta nunca quiso este adelanto electoral. El primer secretario general del PSC, con olfato de sabueso veterano, era consciente de las trampas que se escondían tras una repetición marcada por la sentencia del TS contra el independentismo catalán. Y según explican, así se lo hizo saber a Pedro Sánchez, que le ha contestado acudiendo a Barcelona a cerrar la campaña. Quizá sea un resumen de la cosa, de la utilización de Catalunya al margen de lo que quiera Catalunya, lo que incluye al propio PSC, por lo que se ve.
Sánchez intentó ayer ridiculizar al PP por haber obtenido un solo diputado en Catalunya el 28A –«el PP dice que quiere salvar Catalunya, pero Catalunya no quiere ser salvada por el PP»–, pero no se aplicó el cuento pese a la evidencia de que tampoco parece querer ser salvada por su partido.
Por lo demás, Pedro Sánchez hizo de Pedro Sánchez, un tipo con buena planta, dicción más que correcta y capacidad de ser manejado por ventrílocuo; un ser que con la misma cara te dice que va a ilegalizar la Fundación Francisco Franco –44 años después– o que va a volver a introducir los referéndums en el Código Penal. Un gran lector de discursos capaz de liarla mucho cuando queda solo ante el peligro y se le ocurre, por ejemplo, decir la verdad sobre la Fiscalía.
Lo de los referéndums, sin embargo, ayer se lo guardó. Quizá mejor, porque aunque ya esté olvidado, en fecha tan tardía como 2013 el PSC todavía defendía una consulta acordada sobre el futuro político de Catalunya. En el último día de campaña, y con las encuestas en contra anunciando un cohete llamado Vox, Sánchez trató de recuperar un perfil de izquierdas, cargando una y otra vez contra la ultraderecha. También contra el resto de la derecha, que considera que «ha sido arrastrada por la extrema derecha». Si solo fuera la derecha la arrastrada.
Sánchez llegó muy muy tarde al mitin final del PSC en la Fira de Barcelona. Habían hablado ya el presidente del Senado, Manel Cruz, el propio Iceta, y Josep Borrell, que a pocos días de ser confirmado como pieza fuerte en la próxima Comisión Europea, ayer fue reñido por la Comisión saliente –por meter demasiado el morro en el caso de la euroorden contra Clara Ponsatí, rechazada en un primer momento en el Reino Unido–. Un Borrell que, por cierto, dijo que el de ayer fue «seguramente», su último mitin. Que nadie se emocione, poco después Iceta le corrigió: «Ya veremos eso de que es tu último mitin».
De hecho, el de ayer fue un mitin del PSC –no había ni un solo cartel en el que se pudiese leer PSOE– al que Sánchez llegó a las 20.53 directo desde Madrid, en el momento justo para entrar al telediario tras aparecer a través de un pasillo humano que llevaba una hora cuidadosamente organizado. Por lo demás, el discurso no tuvo nada nuevo. Es campaña y se trata de repetir ideas-fuerza. A saber, gobierno fuerte versus bloqueo. Sánchez no dijo otra cosa: «Aquí solo hay dos opciones, o se vota al PSOE para que pueda gobernar, o se vota a cualquier otro partido para que lo bloquee». En abstracto, la idea tiene sentido, pero para que funcione la gente tiene que creérsela.
España, Europa... y Catalunya
El discurso más largo, con diferencia, fue el de Borrell, que siempre da juego. Es bueno para movilizar a los suyos y enardecer los ánimos, probablemente por las mismas razones por las que levanta sarpullidos en cualquiera que le mire desde la izquierda sin carnet del PSC.
Un poco de distancia basta para ver la decadencia –por ser generosos– de quien arranca un discurso pidiendo que paren la música porque si no se pondría a bailar y le haría la competencia a Iceta, y acto seguido lamenta las 50.000 muertes de los Balcanes en los años 90 para cargar contra el independentismo; la triste imagen de quien carga contra Oriol Junqueras, un adversario político en la cárcel que ni siquiera se puede defender. Pero claro, para Borrell «no hay presos políticos», ni estamos «en una España franquista». Su fuego apuntó: «Si no estuviésemos en una democracia, ¿habría una acampada cortando la Gran Vía?». Lo contrapregunta puede ser tramposa, pero viene rápido a la mente: ¿Esa acampada seguiría en pie en la Gran Vía de Madrid?
Borrell cargó contra TV3 y habló obsesivamente de las identidades. Siempre lo hace. Fue el elemento troncal de su discurso, repitió incesantemente que él es español y catalán. Y europeo. Pero hay lo que son los marcos mentales. Borrell trató de ponerse solemne en un momento para señalar que viven «un momento crítico para la historia de España y de Europa», y tuvo que ser alguien desde el público quien le gritase «¡Y para Catalunya!». «Sí, sí, y para Catalunya», añadió Borrell, un poco menos solemnemente.
Iceta y Cruz, dos verdades
Iceta estuvo discreto y, sobre todo, breve. El guión de Pedro Sánchez obligaba. Pero le bastaron unos pocos minutos para decir una gran verdad: «Solo una victoria del PSC en Catalunya garantiza un gobierno de progreso». Entiéndase, Iceta lo dice para pedir el voto a los suyos; pero en esa frase subyace una realidad constatable: no ha habido victoria importante del PSOE en España sin un gran resultado del PSC en Catalunya. Lo sabe Felipe González y lo sabe José Luis Rodríguez Zapatero. Las encuestas dicen que mañana el PSC podría perder entre dos y tres diputados.
Y para acabar –sin la canción «Mi querida España» que sonó ayer al final del mitin–, una frase de Manel Cruz tratando de sacudirse la pereza de la repetición electoral: «De exceso de democracia no se muere nadie». Que se lo explique a Sánchez.