Aitor AGIRREZABAL

«No se puede pasar»

La Policía griega, en la frontera con Turquía. (Sakis MITROLIDIS / AFP)
La Policía griega, en la frontera con Turquía. (Sakis MITROLIDIS / AFP)

«Una frontera implica una garita, implica un soldado. No se puede pasar, es el lema de todos los privilegios, de todas las censuras, de todas las tiranías. De esta frontera, de esta garita, de este soldado proviene toda la calamidad humana». Son palabras del novelista y poeta francés Victor Hugo en el siglo XIX.

200 años después, mantienen su vigencia. 

Desde que Turquía decidiese abrir las fronteras con Europa, la crisis de las personas migrantes está volviendo a sufrir un nuevo episodio. Según el Gobierno turco, son 130.000 las personas que han salido de su país, mientras que Grecia afirma que han pasado 1.589 migrantes a las islas del Egeo y otras 231 han sido detenidas por haber entrado en el país a través de la frontera terrestre.

El desembarco de los últimos refugiados llegados el fin de semana a la isla griega de Lesbos, tras la apertura de las fronteras por parte de Turquía, continúa con lentitud y su destino final será un centro de retención que se está habilitando en la localidad de Serres, en el norte de Grecia, cerca de la frontera con Bulgaria.

La Unión Europea, por su parte, en una reunión extraordinaria en Bruselas, ha señalado que «no tolerará» el paso de migrantes a través de su frontera exterior y tomará «todas las medidas necesarias» para impedirlo, según han acordado los ministros de Interior del bloque. Han encontrado un aliado en los grupos griegos de extrema derecha.

Durante los últimos días, grupos de ultraderecha han realizado sus propios controles (además de golpear a migrantes, periodistas y voluntarios de ONG como la vasca Zaporeak) en los alrededores del campamento de refugiados de Moria, el más grande de Europa con más de 20.000 migrantes sin refugio, en la isla de Lesbos. Estos grupos de extrema derecha también están actuando en las inmediaciones del citado antiguo cuartel militar en la localidad de Serres, donde han bloqueado las carreteras que van a esta instalación para impedir que las autoridades empiecen con los trabajos para acondicionar el centro de retención.

La ultraderecha griega se ha autonombrado como último bastión de la defensa de una Europa con límites inciertos. Por una parte, están los límites de la Unión Europea; son distintas las fronteras del Consejo de Europa; y más allá van los límites de lo reconocido como continente europeo. Por otro lado, también existe el espacio Schengen, con unos 1.700 puntos de entrada y 7.289 kilómetros de fronteras terrestres, y que no se corresponde de forma exacta con ninguna de las anteriores.

Al contrario que las fronteras terrestres, las fronteras marítimas todavía están poco delimitadas. Se calcula que de las casi 450 fronteras potenciales en el planeta, tan solo han sido marcadas unas 160. Durante siglos se empleó como referencia la distancia máxima que podía atravesar una bala de cañón disparada desde la costa (tres millas náuticas).

Fue en 1982 cuando se firmó la convención de Montego Bay sobre el derecho del mar, que entró en vigor en 1994. La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar señala que todo Estado tiene derecho a establecer la anchura de su mar territorial hasta un límite que no exceda de 12 millas marinas. Cuando las costas de dos Estados son adyacentes o se hallen situadas frente a frente, se establece un punto equidistante.

Entre esas mugas volátiles está la frontera marítima entre Grecia y Turquía, sin delimitar a día de hoy y que el Ejército griego ha querido marcar con «pruebas de artillería pesada» en las playas de Lesbos. Sin embargo, en 2012 comenzaron a construir el muro terrestre de cuatro metros para separar ambos países. Ocho años después se demuestra que un muro no suprime la migración. La puede obstaculizar y ralentizar, pero el agua siempre encuentra un camino para avanzar. Más cuando se huye de algo peor. Y así se produce en las islas griegas, en esa frontera marítima no delimitada entre ambos países.

Las vallas de Ceuta y Melilla llevaron a los flujos migrantes a recurrir a la vía marítima y a la ruta de los Balcanes para alcanzar Europa. El muro levantado entre Grecia y Turquía y el aumento de los controles en suelo heleno disminuyeron el tráfico en sus fronteras pero disparó el número de llegadas por mar, ya que algunas islas griegas están separadas por menos de una decena de kilómetros de suelo turco. El mar, convertido en fosa común, ha supuesto durante años un gran peligro para los migrantes, a los que ahora se suman, de la mano, la Unión Europea y la extrema derecha.