Karlos ZURUTUZA

Covid-19 en Abjasia: la pandemia deshiela el conflicto

El hasta hoy escaso impacto del virus en la república de Abjasia, unido a una ayuda internacional que llega también desde Occidente, contribuyen a un clima de distensión en un conflicto en vía muerta desde hace casi tres décadas.

Una estampa ya universal en Sujum, la capital de Abjasia. (Akim OZBEK KEBICHA)
Una estampa ya universal en Sujum, la capital de Abjasia. (Akim OZBEK KEBICHA)

Dos casos confirmados hasta el momento (el pasado día 6 de abril) son las cifras que arroja la pandemia en Abjasia, república a orillas del mar Negro del tamaño de Nafarroa. Las primeras medidas de contención se tomaron el 13 de marzo, con el cierre de los dos pasos fronterizos con Georgia y Rusia y el posterior «estado de emergencia» decretado el 28 del mismo mes.

No se puede hablar de una falta de capacidad de reacción, máxime cuando Abjasia ha celebrado sus elecciones presidenciales en mitad de la crisis, el pasado 22 de marzo.

Al poco de ser investido, el presidente Aslan Bzhania no ocultaba su malestar por la actitud de una familia que insistía en celebrar una de esas multitudinarias bodas abjasas en contra de las recomendaciones. Eso, unido al clamor popular, evitó nuevas y peligrosas reuniones festivas.

En cualquier caso, la ayuda no se ha hecho esperar para hacer frente a la crisis. A principios de abril, el Ministro de Salud, Tamaz Tsakhanakia, anunciaba en la televisión pública que se habían habilitado 730 camas para tratar a posibles infectados.

Asimismo, una iniciativa («Estamos juntos») lanzada por inversores locales y otros de la diáspora en Moscu ha conseguido recaudar cerca de 600 millones de euros destinados a la lucha contra el virus.

Más llamativo resulta que la república también haya recibido material de la OMS vía Georgia, y a través de la Agencia Estadounidense para el Desarrollo Internacional (USAID).

Convulsión

Abjasia consiguió su independencia de facto de Georgia en 1993 tras una guerra breve pero salvaje que se saldó con miles de muertos y la expulsión de la población georgiana, la mayoría de etnia mingrelia. A día de hoy, la república cuenta con el reconocimiento oficial de Rusia, Venezuela, Nicaragua así como de la isla polinesia de Vanuatu.

La vida política de la república ha estado marcada por la convulsión y la inestabilidad provocadas por una sucesión en el liderazgo de candidatos que, si bien han sido abiertamente pro-rusos, también han obedecido a otras lealtades de tipo clánico o, simplemente, empresarial.

Aslan Bzhania, el actual presidente, fue envenenado en mayo de 2019 en vísperas de unas elecciones anteriores en las que ya partía como favorito. Los comicios se aplazaron hasta septiembre del pasado año en los que, sin la participación de Bzhania por motivos de salud, Raul Khajimba resultaba vencedor. Khajimba permaneció en el puesto hasta que una protesta masiva en Sujum (la capital de Abjasia), lo expulsó literalmente de la oficina el pasado mes de enero.

El episodio del envenenamiento de Bzhania año recuerda al de Vladislav Ardzinba, primer presidente de la Abjasia independiente, quien murió en un hospital de Moscú tras ser presuntamente envenenado con sustancias radioactivas. Bzhania fue un hombre cercano a Alexander Ankvab, antiguo presidente de la república que sobrevivió a seis intentos de asesinato. Ankvab tuvo que huir en mayo de 2014 tras el asalto a sus dependencias de grupos opositores leales a Raul Khajimba.

Distensión

En palabras de Thomas de Waal, Bzhania cuenta con más legitimidad que ninguno de sus predecesores en el cargo. «Si bien insiste en que no hay una vuelta atrás en la soberanía de Abjasia, se refiere a Georgia como a un “vecino” con el que es imprescindible colaborar para solucionar ciertos asuntos», escribe el analista en un artículo publicado en pasado 2 de abril en Carnegie Europe.

Desde el Centro de Abjaso para la Investigación Económica, Dünya Basol, investigador, comparte la lectura de Waal sobre Bzhania. «Es un hombre de Estado, un líder pragmático y realista», dice Basol a GARA.

Sobre el hasta ahora mínimo impacto del virus en Abjasia, el investigador lo atribuye a su escasa población (unos 250.000 habitantes) pero también a las medidas adoptadas. «Se  ha seguido lo que ocurría desde el primer día en China con una expectación casi enfermiza», asegura Basol.

Respecto a la ayuda llegada de Occidente, el investigador niega que se trate de algo novedoso. «Sin ir más lejos, la USAID lleva suministrando material médico y escolar desde hace más de una década», apunta el analista.  

Por el momento, el sector de la población más afectado por las medidas en la lucha contra el coronavirus es la minoría mingrelia, unos 50.000 individuos que residen en la zona fronteriza con Georgia. El cierre de la misma ha supuesto el desplome de la economía de subsistencia de la que dependen muchos (básicamente comprar en un lado y vender en el otro).

Asimismo, se han cortado los lazos entre familias divididas por esta frontera, privando también a muchas de ellas de una pensión que Tbilisi paga en metálico en el mismo puesto fronterizo.