Daniel GALVALIZI

Bolsonaro radicaliza su indolencia ante la pandemia y la oposición se despereza

El presidente brasileño se carga a su ministro de Sanidad, que se había vuelto un rival interno, a pesar de la grieta que le supone con los altos mandos militares. La oposición sube el tono con un ojo en las municipales de octubre y otro en las encuestas.

Bolsonaro y su exministro Mandetta, en una imagen ya de archivo. (SERGIO LIMA-AFP)
Bolsonaro y su exministro Mandetta, en una imagen ya de archivo. (SERGIO LIMA-AFP)

El experimento de la alt-right en Brasil, que comenzó cuando el gigante latinoamericano se sumó a la ola de la la derecha alternativa trumpista eligiendo a Jair Bolsonaro, está pasando por sus días más complejos.

Tras más de dos años de crecimiento macroeconómico acompañado por reformas neoliberales, el líder ultraconservador empieza a ver crecer la oposición a su excéntrico liderazgo, ya no solo desde la izquierda sino desde la derecha homologada.    

El nuevo escenario se evidenció cuando influyentes militares, encabezados por Augusto Heleno (ministro de Seguridad) y Walter Braga Neto (número dos del Ejército), exigieron al presidente que no echara al ministro de Sanidad, Luis Mandetta.

Exigencia que tuvo un éxito parcial: Mandetta ha sido finalmente destituido pero con unos días de demora y sustituido por el oncólogo Nelson Teich, un contemporizador que parece dispuesto a jugar al equilibrio entre la retórica anticuarentena del presidente y la de a favor del aislamiento social del ministro renunciante, y que está a favor de masificar los tests.

Mandetta contradecía diariamente a su presidente, no solo en torno al aislamiento, sino rechazando sus frívolas recomendaciones de medicamentos aún no testados. Para peor, Bolsonaro promovió insólitas manifestaciones ciudadanas bajo el lema «Brasil no puede parar».

Esta sonada contradicción hizo que el inquilino del Planalto comenzara una embestida mediática contra su ministro díscolo. Pero los altos mandos militares, muy cercanos a Bolsonaro y con gran influencia, reaccionaron y le exigieron que no echara a Mandetta porque sería un escándalo internacional en medio de una pandemia (que está golpeando con dureza a Brasil).

Además, la conducta errática de Bolsonaro ya preocupa a propios y ajenos y se hace sentir en la opinión pública, en los medios y en  líderes relevantes, como el vicepresidente Hamilton Mourao y los presidentes de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, y del Senado, David Alcolumbre, aliados ahora en proceso del desmarque y que también abogaron por Mandetta.

Según un sondeo de la principal encuestadora brasileña, Datafolha, de fines de marzo, solo el 35% considera bueno u óptimo el accionar de Bolsonaro ante la pandemia, mientras que el 33% lo considera pésimo o malo y el 26% regular. Pero los encuestados salvan a los gobernadores estaduales, con el 54%, y un 55% aplaude la gestión del ministro Mandetta.

A la presión por el ministro de Sanidad se sumó otro hecho que levantó suspicacias: el número 2 del Ejército, Braga Neto, asumió la jefatura de gabinete desplazando a un referente de un partido aliado. La jugada fue interpretada como una «puesta en orden de la casa», en declaraciones del vicepresidente.

Lo que es indudable es que no hay matices ideológicos sino de práctica política. El ultraconservadurismo político y el neoliberalismo económico siguen fuertes, para felicidad del filósofo Olavo de Carvalho, el Steve Bannon de Bolsonaro y que dota de fuerza teórica a la alt-right brasileña (aunque lo hace desde su casa en Richmond, EEUU).

Gustavo Segré, profesor de la Universidade Paulista y analista internacional, explica a GARA que a pesar de la «gran proximidad entre Bolsonaro y las FF.AA., y que se constata en que nunca hubo tantos cargos ocupados por militares en un gobierno democrático latinoamericano», esto no puede ser interpretado como debilidad del presidente.

«Bolsonaro no es un títere, es un provocador que sabe lo que hace, tiene 28 años de político y no improvisa. Aprovecha lo que dicen las encuestas, que un 59% de los brasileños no quiere su destitución, frente al 37%. Un juicio político contra él le favorecería mucho más de lo que lo perjudicaría porque movilizaría a sus bases», advierte.

Recuerda, además, que Bolsonaro no tiene un partido político que lo sustente –renunció el año pasado al Partido Social Liberal que lo llevó a la presidencia por peleas con su cúpula y fundó la hiperpersonalista Alianza por Brasil–  y que tal vez no esté lo suficientemente consolidado como para enfrentar las municipales de octubre que ,aunque «posiblemente se pospongan para fin de año o 2021, serán un buen termómetro para ver qué dirigente puede liderar la oposición».

Los comicios, y las encuestas, también explican el desmarque de aliados y la subida de tono de las críticas por la gestión del coronavirus de referentes de centroderecha como los gobernadores João Doria (São Paulo) y Wilson Witzel (Rio de Janeiro), a quienes muchos ven como posibles contendientes en las próximas presidenciales.

Tal vez ahí radique la insistencia de Bolsonaro en echar a Mandetta: en Brasilia el comentario dominante desde la renuncia del ministro es que, de esta forma, el presidente buscaba evitar un contendiente interno, que comenzaba a desbordarlo en las encuestas y mostraba una insólita resistencia, compartiendo a la vez el credo neoliberal (su partido es el Demócratas, muy vinculado a la dictadura).

Muchos no descartan que el exministro aspire a ser candidato en el futuro y le venga bien irse antes que llegue el pico de muertes de una epidemia fuera de control.

¿Y el PT? El otrora poderoso Partido dos Trabalhadores de Lula da Silva está por los suelos en las encuestas. No pocos jóvenes de izquierda están decantándose por partidos minoritarios, como el socialista Ciro Gomes o el líder de los sin techo, Guilherme Boulos.

Pero con un discurso escorado a la ultraderecha, que hace que conservadores críticos de Bolsonaro sean vistos como socialdemócratas, parece que la izquierda deberá esperar para volver a marcar agenda en Brasil.