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La dura receta del éxito de Nueva Zelanda contra el Covid-19

De casi cinco millones de población, solo confirma 1.094 casos positivos por Covid-19 y 328 dudosos; 11 muertos y 867 personas recuperadas. Quizá sea porque el confinamiento ordenado por la primera ministra Jacinda Ardern es de las más estrictas en todo el planeta.

La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, en una de sus últimas apariciones antes de arrancar el confinamiento en su país. (Marty MELVILLE /AFP PHOTO)
La primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, en una de sus últimas apariciones antes de arrancar el confinamiento en su país. (Marty MELVILLE /AFP PHOTO)

Imaginemos un teritorio de casi cinco millones de habitantes que, un mes después de la alerta por el Covid-19, confirme un total de 1.094 casos confirmados y otras 328 personas sospechosas de estar enfermas por el coronavirus. Imaginemos que, en total, ya sumen 867 altas hospitalarias y que, además solo tenga a 20 personas en el hospital a cuenta del COVID-19, teniendo que lamentar 11 fallecimientos, nada más, sin que haya sumado una sola muerte en las últimas 24 horas. Ese territorio existe, aunque no pudiera estar más lejos de nosotros, y en cierta medida, el mundo entero, ya que hablamos de Nueva Zelanda, uno de los países que con mayor éxito está afrontando la crisis del coronavirus. Todos esos datos están extraídos de la web del Ministerio de Sanidad del país oceánico, que actualiza y desglosa sus datos al respecto cada día.

Si estos mismo números se repitieran en otras latitudes, faltaría tiempo para que sus gobernantes salieran con turutas, bombo y platillo a anunciar la «derrota» del coronavirus. En Nueva Zelanda, la administración que maneja la primera ministra Jacinda Ardern mantiene un régimen confinatorio tildado como «el más severo del mundo», con confinamiento para toda su población durante un mes y el cierre total de fronteras, una política que sigue manteniendo y que solo ahora, a la espera de que el próximo lunes el Gabinete de Crisis del gobierno neozelandés decida rebajar el nivel de alerta de un 4 a un nivel 3 –algo que está en fase de estudio–, lo que podría, a grandísimos rasgos, resumirse en «restringir la libertad de movimientos de un nivel local a un nivel regional», en palabras de la propia Ardern, pero con la apostilla de la primera ministra en una de sus apariciones ocasionales vía Facebook y demás redes sociales: «Si constatamos que la gente rompe la obligación de su aislamiento en caso rebajar el nivel de confinamiento, inmediatamente volveremos al nivel 4 otra vez. Lo que de verdad está consiguiendo frenar la pandemia del COVID-19 es que la gente permanezca en sus casas».

El primer caso de coronavirus en Nueva Zelanda se detectó el pasado 28 de febrero y el primer fallecimiento, el 29 de marzo. Las medidas, en cambio, llegaron entre medias. Nueva Zelanda comenzó con la puesta en cuarentena de todos los viajeros que llegaban del extranjero el 15 de marzo. Tan solo cuatro días después, se decretó el cierre de fronteras.

Para el 23 de marzo, la primera ministra Ardern anunció «la restricción más estricta a los movimientos en Nueva Zelanda en la historia moderna» al avanzar al nivel 4 de su plan de contingencia, que dura cuatro semanas.

Nadie puede salir de casa, excepto a comprar víveres o medicinas, o hacer ejercicio en los alrededores del hogar. Solo se permite el contacto en la «burbuja» del hogar y las autoridades constantemente informan cómo salir de forma segura. Los empleados de servicios esenciales son los únicos que pueden estar en las calles.

La propia primera ministra también se ha confinado en su vivienda, pero está sosteniendo comunicación de forma fluida con la gente –tanto su Gabinete como con la población– a través de redes sociales.

«Ir fuerte y a tiempo le dio al gobierno y al sector de la salud tiempo para prepararse para lo peor, incluida la instalación de estaciones de prueba y tratamiento hospitalario», declaraba la profesora Ella Henry, de la Universidad Tecnológica de Auckland.

La mayor tasa de acumulación de casos tuvo lugar entre el 25 de marzo, cuando el país oceánico padecía 189 positivos, a los 992 que acumulaba el 9 de abril. Como en otras latitudes, aumentar el número de tests ha revelado un número mayor de infectados. Así, la administración Ardern ya lleva 79.078 pruebas diagnósticas, a un promedio de 2.905 diarias, aunque ascienden a 4.677 los tests realizados en las últimas 24 horas.

Asimismo, ese número de tests indica que el número de nuevos contagios diarios va describiendo una línea descendente bien clara. Por ejemplo, hubo 76 casos positivos el 2 de abril, mientras que en la última jornada se han contabilizado solo ocho positivos más.

«Estrategia de eliminación»

¿Por qué entonces un confinamiento tan riguroso? Precisamente, porque funciona. «No me disculpo. Este es un momento sin precedentes», ha reiterado la primera ministra Ardern a la hora de referirse a las medidas tomadas por su Gabinete, que ha apostado desde el primer momento por una «estrategia de eliminación» de la curva de infectados, por encima de la «estrategia de mitigación».

La diferencia vendría a ser que con la «estrategia de mitigación», que se ha aplicado en países como Estados Unidos, las medidas de apoyo y restricciones aumentan a medida que avanza la epidemia para «aplanar la curva», explican los especialistas neozelandeses de la Universidad de Otago, dirigidos por el epidemiólogo Michael Baker. En cambio, la «estrategia de eliminación» de la curva «invierte en parte el orden al introducir medidas fuertes al comienzo» de la emergencia sanitaria para evitar la rápida extensión del virus.

«Este enfoque tiene fuerte atención en el control fronterizo (…) y enfatiza el aislamiento de casos y la cuarentena de contactos para eliminar las cadenas de transmisión», señala el equipo que dirige el doctor Baker.

Así, este equipo de expertos sitúa en cinco puntos las medidas indispensables para que la «estrategia de eliminación» tenga buen resultado. Primero, controles fronterizos con aislamiento de viajeros efectivo. Segundo, detección rápida a través de pruebas generalizadas. Seguidamente, aislamientos y rastreo de contactos. Cuarto, promoción intensa de la higiene y cumplimiento estricto del distanciamiento social. Por último, una estrategia efectiva de comunicación para la población.

«Los intentos de enfoque de eliminación reemplazan cada vez más la mitigación a medida que la pandemia abrume los sistemas de salud», pronosticaban estos especialistas, de forma que el país oceánico decidía adelantarse y tomar medidas más drásticas desde el principio.

Factores a favor

Nueva Zelanda está compuesta por dos islas mayores, con una población de 4.930.000 habitantes, con una densidad de población de 18 habitantes por kilómetro cuadrado, en una superficie de 268.838 kilómetros cuadrados. Evidentemente, esa escasa densidad de población, más el no disponer de fronteras terrestres facilita el control de los movimientos de la población. Euskal Herria –Hegoalde e Iparralde– suma 3.156.000 habitantes sobre una superficie de 20.664 kilómetros cuadrados, con una densidad promedia de población de más de 300 habitantes por kilómetro cuadrado.

La peor parte se la lleva Auckland, lógicamente. Se trata de la ciudad más populosa de Nueva Zelanda, con 1.657.000 habitantes y una densidad de 1.197 habitantes por kilómetro cuadrado –pese a que Wellington, con algo más de 200.000 habitantes, sea la capital administrativa–. Suma 185 casos –dato relativo a este sábado– y las regiones aledañas de Waitemata (206), Waikato (183) y Counties Manukau (110), son los más castigados de todo el país; es decir, el extremo norte de Nueva Zelanda. La región Capital and Coast, al sur de la Northern Island, donde se halla Wellington, cuenta con 93 casos, mientras que la Southern Island, aunque por regla general tiene menos casos, tiene la región –Southern– con más casos (216), siendo la ciudad de Dunedin –con 128.800 habitantes– el principal foco. Con 147 casos, la región de Canterbury que incluye las Chatham Islands, con la ciudad de Christchurch –381.500 habitantes según el censo de 2017, siendo la segunda ciudad mas poblada del país– como epicentro, es el segundo foco principal de infectados de la parte sur. 

Un país con características similares tiene oportunidad de aplicar la «estrategia de eliminación», pero las medidas pudieron tomarse antes de la aparición de contagios comunitarios (los no relacionados a viajeros), opina el epidemiólogo Michael Baker.

«El bloqueo tiene grandes costos sociales y económicos, y es probable que sea particularmente difícil para aquellos con menor cantidad de recursos», dice Baker con su equipo.

Y aunque en general los neozelandeses destacan el rápido actuar de su país, el equipo del doctor Baker advierte que la nación no está a salvo de un empeoramiento. «El éxito con la estrategia de eliminación está lejos de ser cierto en Nueva Zelanda», concluye.

La responsabilidad social está teniendo mucha razón de ser en lo que va de confinamiento en Nueva Zelanda. En general, «los neozelandeses han cumplido y los casos aislados de malos comportamientos, reuniones ilegales, rompimiento del encierro y absoluta idiotez han sido señalados y avergonzados públicamente», explica la profesora Ella Henry, quien ha estado aislada tres semanas.

«Sigue las reglas y QUÉDATE EN CASA. Actúa como si tú tuvieras COVID-19. Esto salvará vidas», decía un mensaje del gobierno enviado el 25 de marzo a toda la población. Una línea telefónica de la policía ha recibido cientos de denuncias de vecinos que señalan a quienes están incumpliendo las normas.

Y como el factor humano nunca falta, el mismísimo ministro de Salud, David Clark, fue degradado de cargo tras haberse descubierto que estuvo con su familia en una playa unos días después de que el confinamiento ya había sido ordenado. Clark, tuvo que expresar en público su arrepentimiento. Clark tuvo que admitir que su viaje de 20 kilómetros –desde su residencia en Dunedin hasta la playa Doctors Point– fue «una clara violación de los principios del confinamiento».

Desembolso económico

El gobierno ha puesto en marcha programas de apoyo económico a empresas y trabajadores independientes, los pagos de hipotecas han sido suspendidos e incluso las familias de bajos recursos recibieron módems para acceder a internet y canales de televisión educativos, explica la profesora Ella Henry.

«Esto podría ser difícil de sostener para muchos países, pero sí pueden crearse ‘islas de estabilidad’», opina.

El gobierno de Nueva Zelanda anunció el pasado martes un paquete de estímulo de 12.100 millones de dólares neozelandeses –más de 7.300 millones de dólares estadounidenses o de 6.500 millones de euros– para mitigar el impacto de la pandemia del COVID-19 en la economía del país oceánico.

Este fondo, que representa el 4% del Producto Interior Bruto de Nueva Zelanda, supera a la respuesta dada por el gobierno frente la crisis financiera internacional de 2008 y supone la medida económica más importante acometida por este país en tiempos de paz.

«El gobierno está haciendo todo lo posible para proteger la salud de los neozelandeses y la salud de nuestra economía», dijo entonces la primera ministra neozelandesa, Jacinda Ardern, en un comunicado en el que se destaca que este paquete es proporcionalmente al PIB más grande que los implementados por Estados Unidos, Reino Unido o Australia.

Este estímulo destina casi la mayor parte del dinero a mantener a los trabajadores en sus empleos dado que aporta 2.750 millones de euros a subvencionar los sueldos de los empleados de los negocios afectados.

Asimismo, destina más de 1.500 millones de euros para apoyar a las personas de bajos ingresos con un incremento de las pensiones y ayudas para pagar la electricidad, mientras una cantidad equivalente servirá para compensar pagos tributarios de los negocios.

El gobierno también da una inyección inicial de más de 250 millones de euros a la sanidad pública para emplear más trabajadores y poner a disposición del sector pruebas para detectar el virus y mascarillas, entre otros recursos necesarios para su tratamiento. Otros montos se destinarán para el despliegue de personal o ayudas para los autoconfinamientos.

«Quiero dejar claro que esto no es un paquete único, es solo el comienzo. A medida que atravesemos esta crisis hacia la recuperación económica, el Gobierno vigilará constantemente la situación y ajustará su respuesta», precisó en otro comunicado el ministro de Finanzas, Grant Robertson.

Ya puestos, hasta el propio ejecutivo ha donado el 20% de su salario para lucha contra el coronavirus, un total de 884.000 euros.

«Es la decisión correcta (...), es un reconocimiento de que cada persona y organización tiene su rol en la lucha común contra la Covid-19 para salvar vidas», indicó el pasado miércoles en un comunicado la primera ministra Ardern.

Concienciación, humor y empatía

El precio del exitoso confinamiento en Nueva Zelanda está siendo caro. Por eso, tal vez para librar la sensación de vigilancia impuesta, la policía de Nueva Zelanda utiliza vídeos caseros de ficción, humor y empatía para concienciar a la población sobre las medidas impuestas contra la pandemia del COVID-19.

Por ejemplo, en un vídeo de la serie «Wellington Paranormal», la agente O'Leary hace una videollamada real a Clarke Gayford, la pareja de la primera ministra Jacinda Ardern, para preguntarle cómo lleva el confinamiento mientras se encarga de cuidar a su pequeña hija Neve.

«Estoy bien, solamente cansado porque la tengo que mantener ocupada. Hacemos muchas caminatas y lecturas, muchas lecturas», le cuenta a la agente el novio de Arden.

En el vídeo, la agente O'Leary comienza a susurrar al enterarse de que la bebé de Ardern y Gayford está tomando una pequeña siesta después de haber mantenido despiertos a sus padres toda la noche, sin darse cuenta de que puede bajar el volumen del dispositivo.

Pero la irrupción del ruidoso agente Minogue en este vídeo despierta a Neve y para dormirla nuevamente O'Leary le canta una de las canciones de la campaña »mantén dos metros de distancia (social)».

Los vídeos de la campaña son realizados por profesionales y actores y se difunden desde principios de abril en Facebook, Twitter o Youtube al menos una vez por semana, aunque en los últimos días ha aparecido una mayor cantidad de ellos.