Mikel ZUBIMENDI

Mujeres que lo han manejado desproporcionadamente mejor

Representan el 7% de los jefes de Gobierno del mundo, pero entre los 12 países que mejor han gestionado la crisis del coronavirus 7 están liderados por mujeres. Ellas han actuado rápida y decisivamente, con sentimiento, dejando muchas lecciones de liderazgo.

Emakumeak
Emakumeak

Es un caso digno de estudio. No puede ser casualidad. Desde Oceanía a Europa y desde el mar Atlántico al Pacífico, un puñado de países comandados por mujeres han demostrado al mundo cómo manejar con aplomo una crisis sin precedentes, cómo ejercer el liderazgo con amabilidad y decisión en tiempo de tempestades y, sobre todo, cómo salvar miles de vidas.

Desde Taiwán a Islandia, desde Nueva Zelanda a Alemania, pasando por Finlandia, Dinamarca o Noruega, se ha demostrado que las mujeres tienen coraje de sobra a la hora de tomar medidas drásticas, urgentes, con amabilidad y con una utilización inteligente de las tecnologías en tiempos de tragedia y de alarma. Algunos dirán, con razón, que también ha habido países dirigidos por hombres que también lo han hecho bien. Correcto. Corea del Sur, por ejemplo, que ayer informó de que por primera vez no tuvo ningún caso de Covid-19 por transmisión local, lo ha hecho francamente bien. Más cerca, en Europa, Grecia o la República Checa lo han hecho también remarcablemente bien. Pero la diferencia es que pocos países con mujeres al frente lo han hecho mal.

No faltará tampoco quien diga que los países que esas mujeres dirigen son en su mayoría islas, y que eso ayuda a contener la propagación de la enfermedad, o que son países relativamente pequeños. Pero Alemania es grande y poderosa, Taiwán tiene una población cercana a los 24 millones de habitantes, más que muchos países europeos, y Gran Bretaña también es una isla y los resultados y el modelo de liderazgo de su primer ministro, Boris Johnson, han resultado catastróficos. Hay algo más que la pura casualidad, algo que demanda detenerse, hacer una pausa y analizarlo. Esas mujeres están enseñándonos una forma alternativa, atractiva y muy efectiva de ejercer el poder.

La decisiva claridad y empatía

La desproporción es abrumadora. De los 194 países actualmente reconocidos por la ONU, menos de un 7% están dirigidos por mujeres. Y entre los 12 países del mundo que en números absolutos mejor han gestionado la pandemia, siete están liderados por mujeres. Esos países han destacado por medidas de intervención tempranas y agresivas, por una toma de decisiones desde la racionalidad científica, una comunicación donde prima la verdad y se pone énfasis en el cuidado de los más vulnerables y en la responsabilidad compartida para unir al país.

Quizá no tenga la estatura de Angela Merkel y pocos podrían situar en el mapa a su país, pero en términos de viralidad e impacto conviene no olvidar a Silveria Jacobs. La primera ministra de la isla caribeña de Sint Maarten, de apenas 41.000 habitantes, con dos camas de UCI y medio millón de turistas al año, viendo lo que estaba ocurriendo en los trasatlánticos que transportaban miles de turistas, intuyó la que se les venía encima y se dirigió al país con un mensaje memorable: «¡Simplemente parad, dejar de moveos! Si no tienes en casa el pan que te gusta, come galletas saladas, come cereal, come avena, come... sardinas». Mientras muchos líderes masculinos hablaban de una «simple gripe», se atrincheraban en posiciones negacionistas y no tomaron medidas de distanciamiento físico, algunos de los cuales ridiculizaron la «invitación a comer sardinas» de Jacobs, esta, a su escala y nivel, demostró anticipación, acción firme, comunicación efectiva y trabajo bien hecho. Como luego lo evidenciarían todas las demás.

La jefa de Gobierno de Nueva Zelanda, Jacinda Ardern, de 39 años, cuando solo había seis casos y ningún muerto en el país, lo cerró de manera asombrosamente temprana. Exigió que todos los trabajadores no esenciales permaneciesen en sus hogares y les dijo que se enfrentaban a la mayor amenaza para la salud en más de un siglo. Apostó por realizar test masivos, fue muy clara sobre la alerta e hizo un llamamiento a la comunidad a levantar «silenciosa y colectivamente un muro de defensa nacional».

Durante la crisis ha ido enviando mensajes de vídeo empáticos desde su sofá y se ha comunicado diariamente a través de conferencias de prensa no combativas o grabaciones personales desde Facebook Live, su medio favorito. Con su insistencia en salvar vidas y su enfoque amable, actuando rápido y con determinación, instando a los kiwis a cuidar a sus vecinos y hacer sacrificios por el bien común, se ha ganado muchos admiradores y ha unido al país. Su claridad y decisión han salvando a su país, de 4,2 millones de habitantes, de la tormenta. Según los datos oficiales de ayer, Nueva Zelanda había registrado 1.476 casos de coronavirus, pero solo 19 muertes.

La lección de Angela Merkel

La isla de Taiwán, con una población similar a la de Australia y grandes lazos con la China continental, debería haber sido, en teoría, muy vulnerable a la pandemia. Pero cuando la primera ministra, Tsai Ing-wen, escuchó en diciembre pasado cómo un virus misterioso estaba infectando a los ciudadanos de Wuhan, pasó inmediatamente a la acción. Ordenó investigar todos los aviones que llegaban desde Wuhan, aumentó la producción de equipos de protección personal, de máscaras faciales y restringió los vuelos desde China, Hong Kong y Macao. Esas medidas rápidas y agresivas, sin tener que llevar al país a un confinamiento general, han hecho que a pesar de ser un país de 24 millones de habitantes, apenas cuente 426 casos y 6 muertos. Y como es lógico, los ratios de aprobación de Tsai Ing-wen, con un liderazgo cálido pero autoritario, se han disparado, incluso entre sus opositores.

Mención aparte merece Alemania y su canciller, Angela Merkel. Con 83 millones de habitantes, es cierto que ha tenido 161.965 contagios y 6.504 muertes, pero tiene un índice muy bajo por millón, muy por debajo de la mayoría de países europeos. Angela Merkel, doctorada en química cuántica, se movió rápido y, con calma y pedagogía científica, le dijo a su pueblo que se trataba de una amenaza grave, el mayor desafío desde 1945, que podía infectar hasta el 70% de la población. «Es muy serio, debemos tomárnoslo muy seriamente», y saltándose la fase de negación y de falta de sinceridad que han demostrado otros líderes masculinos europeos, pasó a la acción. Los test comenzaron desde el primer momento, puso en marcha el mayor programa de pruebas de Europa y dispuso en todo momento de la mayor capacidad de UCI de todo la UE.

Alemania ha demostrado en esta pandemia que, quizá, su mayor fortaleza es que tiene una cultura de toma racional de decisiones, al más alto nivel del Gobierno, empezando por su canciller, combinada con la confianza que esta tiene en la población. Merkel ha sido aclamada por sus intervenciones públicas directas pero inusualmente personales, por sus exposiciones claras y tranquilas, en las que explicaba la base científica detrás de la estrategia de cierre –y ahora ya de salida– del Ejecutivo, que se compartieron millones de veces en Internet. Si ya Alemania superó de una forma bastante mejor que otros países la crisis financiera de 2008 y contra propios y extraños llegó a acoger un millón de refugiados en la llamada «crisis de los refugiados», su manejo de esta crisis sanitaria ha catapultado la aprobación pública de su canciller, tras cuatro mandatos y más de 14 años en el poder, por encima del 70%.

La paradoja de los países nórdicos

Cuatro de los cinco países escandinavos están dirigidos por mujeres. Y paradójicamente, el único que liderado por un hombre, Suecia, que apostó como Gran Bretaña o Países Bajos por no confinar a la gente y por conseguir mediante «contagio controlado» la «inmunidad comunitaria», tiene bastantes más muertes que la suma de Noruega, Dinamarca, Finlandia e Islandia.

En Dinamarca, la primera ministra, Mette Frederiksen, actuó con firmeza, sin aspavientos y con claras instrucciones para la nación. Cerró las fronteras y días después, todas los guarderías, escuelas y universidades. Esa decisión salvó a Dinamarca de lo peor, y con sus casi 5,8 millones de habitantes solo cuenta con 9.159 casos confirmados y 452 muertes. Incluso se las arregló para mostrar su sentido de diversión, publicando un clip en Facebook de ella misma lavando los platos mientras cantaba una conocida canción del grupo de pop danés de los años 80 Dodo and The Dodos.

Siguiendo el ejemplo de Frederiksen, la primera ministra de Noruega (5.215.000 habitantes), Erna Soldberg, también apostó por medidas tempranas y fuertes. Con sus 7.710 casos confirmados y 207 muertos, las cifras hablan por sí solas. La jefa de gobierno más joven del mundo, la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, también se movió decisivamente para imponer un estricto cierre, incluida la prohibición de todos los viajes no esenciales dentro y fuera de la capital, Helsinki. Esto ha ayudado a su país a contener la propagación del virus a solo 4.995 casos y 211 muertes, una cifra por millón 10 veces menor que la de la vecina Suecia.

La primer ministro de Islandia, Katrín Jakobsdóttir, gobierna el pequeño país insular de 360.000 personas. Sus pruebas aleatorias y gratis a gran escala descubrieron que alrededor de la mitad de todas las personas que dan positivo para el virus son asintomáticas. Islandia también intervino tempranamente, rastreando agresivamente el contacto y poniendo en cuarentena casos sospechosos. Los resultados de esas decisiones lo dicen todo: 1.797 casos y 10 fallecidos.