La estrategia sueca, basada en medidas fundamentalmente voluntarias, ha fracasado. El país al que le repele ver policías controlando sus vidas y dijo no al confinamiento, el cierre de escuelas, tiendas, clínicas, restaurantes y un sinfín de espacios, se ha equivocado.
A esta categórica conclusión de lo sucedido en Suecia, ya incontestable por su abrumadora presencia en los medios internacionales, se acaba de sumar la derecha y la ultraderecha sueca, formaciones que aprovechan la crisis del covid-19 para iniciar juntos un camino hacia el poder como nunca hicieron antes.
La idea de que la estrategia sueca ha fallado por completo, contemplada más en el extranjero que en la propia Suecia, se apoya sobre dos ejes. Uno, la comparación con las cifras de muertes de sus vecinos nórdicos. Y dos, lo declarado por su epidemiólogo estatal esta pasada semana.
Ambos aspectos merecen ser bien explicados, pero antes de entrar a analizarlos tocaría hablar de una condición que aún definitoria, se está obviando, y es la mirada cultural. Quién juzga a quién y partiendo de qué principios.
El mundo en general, y la sociedad del Estado español en particular, basa su mirada en la certeza absoluta del confinamiento como método universal e irrenunciable para resolver un problema de salud pública como el actual. Suecia, no.
Equivocándose o acertando, aún a día de hoy dice no, porque lo que Anders Tegnell, epidemiólogo estatal al frente de la estrategia sueca hizo hace una semana fue un ejercicio de autocrítica, admitiendo que las muertes son preocupantes y que algunas de sus medidas debieron ser insuficientes, pero nunca dijo, como muchas veces se ha dado a entender, que la solución tendría que haber pasado por cerrar escuelas o confinar a la gente en casa. De hecho ese día Tegnell afirmó: «Esta es la estrategia correcta para Suecia».
Y no sólo por sus criterios científicos, sino también políticos, pues la Constitución sueca no permite declarar el estado de emergencia en tiempos de paz. ¿Cómo se ha podido ignorar un factor tan determinante en los miles de artículos periodísticos que ha generado este país?
En Suecia, gobernada por una coalición de socialdemócratas y verdes, han muerto 4.659 personas por covid-19, muchas más que en Dinamarca y Noruega (países vecinos con la mitad de población) donde han muerto 589 y 238 respectivamente. Las investigaciones en curso apuntan hacia la atención en las residencias de mayores, privatizadas por la derecha a principios de los años noventa, como principal causa del desastre.
Para saber más, quedé en la biblioteca del Parlamento con el líder del partido de izquierda, Jonas Sjöstedt, quien aseguraba: «Resulta muy obvio. Alrededor de la mitad de las muertes por covid-19 en Suecia se han producido en residencias de la tercera edad. La peor evolución de todo el país se ha producido en el área de Estocolmo, que es la que más privatizaciones ha sufrido en toda Suecia. Hay muchos actores que están ahí solo para obtener ganancias. Los trabajadores con contratos temporales no pueden coger baja por enfermedad, así que la gente ha estado yendo a trabajar enferma».
Tal y como señala, estas muertes sí se podrían haber evitado, dado que el debate sobre lo cuestionable de estas privatizaciones venía de largo y quizás el gobierno del socialdemócrata Stefan Löfven (o más bien el propio partido) ha pecado de negligencia a la hora de no poner freno a la voracidad del neoliberalismo.
No obstante, y por extraño que suene fuera, los ancianos siguen saliendo de paseo y conversan con los vecinos, los parques no han dejado de recibir niños y prácticamente nadie lleva mascarilla porque no es obligatoria. Esta actitud, que se toma casi como una afrenta en el exterior, es valorada positivamente por el ex trabajador del metal y cabeza de la izquierda sueca, ya que según destaca, «es un método no autoritario» que además ayuda «a salvar trabajos», despejando así esa idea de que Suecia evitaba el confinamiento para satisfacer a los ricos. Y lo cierto es que, exitoso o fallido, se entienda o no fuera, aquí el consenso a la hora de evitar encierros forzosos ha sido rotundamente mayoritario.
Otro de los motivos por los que el epidemiólogo ha sido muy criticado en el exterior es por no haber conseguido la llamada ‘inmunidad de grupo’, extremo que él y sus colegas siempre han negado en todas las entrevistas realizadas. «A este se llegará de forma natural», decía, «pero no como algo programado».
De lo que sí sería culpable es de anunciar que en mayo un tercio de las población de Estocolmo estaría inmunizada, porque ahora recula y dice que un nuevo estudio apuntaría sólo al 20% o 25% para junio.
La semana pasada, que ha sido un punto de inflexión claro, tanto por su autocrítica como por la ofensiva de las derechas que exigen una comisión parlamentaria, Tegnell me decía que sus vecinos escandinavos «lo han hecho excelentemente» pero que el sistema del confinamiento no era sostenible en el tiempo, y se preguntaba: «¿Se van a cerrar las sociedades una y otra vez en caso de que vengan nuevas olas?».
De la estrategia sueca se ha resaltado el número de muertes siempre en base a compararlas con las de sus vecinos inmediatos, pero se acostumbra a obviar otros ejemplos cercanos que, pese al confinamiento, siguen teniendo muchos más muertos que Suecia.
Del mismo modo también se han obviado hechos importantes acaecidos en su entorno como es el caso de Noruega, donde la primera ministra ha admitido que el cierre de escuelas no fue necesario, o el escándalo vivido en Dinamarca, donde unos correos filtrados a la prensa demostrarían el carácter político y no científico de algunas de sus medidas.
Pero lo que la sociedad sueca siente que el resto del mundo no ha terminado de comprender, es su apuesta por atender el problema del covid-19 sin desatender otras áreas fundamentales de la salud pública, extremo defendido por numerosos actores de la sociedad civil a los que además del virus les preocupan los derechos de las mujeres maltratadas, los niños víctimas de abuso intrafamiliar, los problemas de salud mental u otros aspectos sanitarios que bajo confinamiento se postergan.
En la invisibilización de esto, la prensa no ha sido inocente, porque cuando un medio de Madrid escribe que «en Suecia los bares no han parado de servir copas», en lugar de «las unidades de oncología no han dejado de hacer nuevos diagnósticos de cáncer», ese medio está tomando una posición política en contra de la vía sueca. Y cuando se ilustran los artículos sobre Suecia con fotos de gente en terrazas o tomando el sol, en lugar de las escuelas con niños aprendiendo o jugando en sus guarderías, se resalta lo anecdótico por encima de lo masivo. ¿Se ha usado el antagonismo de la estrategia sueca para expiar los errores propios?
La idea de la Agencia Nacional para la Salud Pública, que en resumidas cuentas era –y sigue siendo– aislar (de forma voluntaria) a los colectivos vulnerables y dejar que el resto continuara estudiando o ganándose el pan, ha sido muy bien acogida de puertas adentro (en abril la confianza en la Agencia de Salud Pública era del 73% y ahora ha decaído a un 65%) pero ha fallado flagrantemente a la hora de proteger a sus mayores.
Partiendo de este reconocimiento, sería provechoso aprender de esta experiencia en lugar de repetirse en un bucle de estigmatización ciega que bebe mucho de la ignorancia y desinformación (en el Estado español se han publicado más de 1.000 artículos sobre Suecia y el covid-19 sin contar con un solo reportero en el terreno).
Dadas las circunstancias, en el interior del país las críticas han sido notables, pero a la vez muy dispersas. Algunos artículos de prensa, científicos que firman un manifiesto en contra de Tegnell o voces de personalidades realizando denuncias, pero nada capaz de influir en el rumbo tomado por la Agencia Nacional para la Salud Pública. Quizás ahora que las derechas se han unido contra el Gobierno y las autoridades sanitarias al mando, se articule un movimiento que pueda vehicular el descontento de los críticos. Sin embargo una encuesta de ultimísima hora les sigue sin ser favorable.
Según la Oficina Central de Estadísticas, Statistics Sweden, la sociedad premia al Gobierno, que obtiene una subida grande, de ocho puntos, respecto a lo estimado en otoño del año pasado. La segunda fuerza sería la derecha, que se mantiene muy atrás. Y en tercer lugar la ultraderecha, que baja sensiblemente, seguida de la izquierda y los liberales. Entretanto, y mientras los diferentes países de la Unión Europea van modificando sus normas, Suecia sigue con las suyas a velocidad crucero. ¿Lograrán reducir pronto su elevado número de muertes?